CARLOS CRIVELL
Foto: EFE
La gente se fue el quinto. No tenía ninguna esperanza en el
sexto. El personal se marchó hastiado, derrotado y apesadumbrado. Si la corrida
de Victorino
salía tan sosa y descastada, lo mejor era irse a otra parte. Fernando Cuadri, en un gesto que le
honra, dijo que no quería volver a Sevilla el próximo año. Espero de uno de los
Victorino,
padre o hijo, un pronunciamiento parecido. De Victorino se espera otra
cosa. Que sean alimañas, que exhiban bravura encastada, que humillen y repitan,
una nobleza especial, pero lo que no se espera es el toro anodino, insulso,
soso, de esos que les quitas el hierro o la capa cárdena y no hay quien sepa a
qué divisa pertenece. La plaza asistió a una corrida sin ningún momento de
interés. Como siempre ocurre en estos casos, los toros fueron culpables, pero
los matadores no se pueden ir de rositas.
El encierro no estuvo ni bien presentado. El segundo, cuarto
y quinto tenían las hechuras de los victorinos
de siempre. Algunos, como el sexto, no tenían nada por delante. Los pitones
eran una birria. Este detalle se pueden obviar si el juego de los astados
hubiera despertado un mínimo de emoción, pero estos victorinos era unos animales lastimosos que ni humillaban ni tenían
recorrido, unos toros que con el hierro de algún ganadero comercial hubieran
confundido a todos. Para ver este juego no hace falta proclamar gestas de que
se mata la corrida, dicho esto en relación a la confección de este cartel. Se
apuntó El Cid, un experto en este tipo de corridas, y le secundó Daniel Luque. El Cid tiene un camino
recorrido, pero si un joven como Luque
se apunta a la de Victorino es para demostrar una disposición distinta. Si se
hace un gesto no es para esperar a que salga un toro bueno, es necesario
atropellar la razón en una demostración de valor, ganas y capacidad.
Me gustaría contarles los tercios de varas protagonizados
por las reses, o el vibrante juego en banderillas, o la forma de embestir a la
muleta de los cárdenos; me gustaría contarles algo bueno de la corrida, pero es
imposible. Me niego a cantar al quinto, toro algo más potable, porque fue,
simplemente, el menos malo de una corrida descastada y ruinosa. Algunos podían
haber vuelto a los corrales por su falta de fuerzas, pero si los toros estaban
dormidos, como en un efecto dominó, la plaza estaba anestesiada. Y los toreros,
en otro mundo.
Hubo un momento curioso. Fue en el sexto. Daniel Luque invitó al sobresaliente Antonio Fernández Pineda a realizar un
quite. Dos verónicas y medias preñadas de dignidad. Alguno, de
esos que saben tanto, dijo que el quite no había sido bueno. Malo no fue, pero
fue el único quite de la tarde, porque ni El Cid ni Daniel Luque nos obsequiaron con lances en sus turnos
correspondientes. Es decir, que invitaron al sobresaliente a hacer lo ninguno
de los titulares se atrevió a realizar en toda la tarde. Pineda demostró que el toreo con el capote era posible.
El Cid pudo enjaretar una faena digna del tal nombre en el
tercero de su lote. Tandas cortas sobre la derecha, templadas, que el toro
medio aceptó a tomar. La faena caló en el sol, la banda tocó un pasodoble como
si quisiera espabilar y sacar a la plaza del sueño, pero la realidad es que no
acabó de rematar su labor, que además no fue culminada con la espada. Fue la
única faena con algún contenido. En sus otros dos toros El Cid anduvo peleón para
sacar pases de animales de corto recorrido y clase mínima.
La tarde le hizo más daño a Daniel Luque. Se apuntó a la corrida en respuesta a un reto de El
Cid. Si un torero acepta una apuesta de este calado es para dar el cien
por cien o incluso algo más. No pasó así con el torero de Gerena, en quienes
muchos han puesto sus miradas como un torero posible, porque esperó toda la
tarde que uno de sus oponentes metiera la cabeza con claridad, cuando lo que
procedía era que embistiera, con perdón, el torero, pero Daniel no lo hizo y no logró rematar nada bueno en la tarde. Alguna
verónica aislada al cuarto como única
tarjeta de presentación de un matador en estado de merecer.
La entrada fue pobre para un martes de feria. La empresa
debe mirar este detalle. La plaza permaneció adormecida toda la corrida. Nada
desató la euforia. Nada la despertó de su letargo. Al morir el quinto muchos
abandonaron el coso. Lo nunca visto. Martes de feria y uno de Victorino
en los corrales y la gente huyendo del coso. Fue la dura realidad de una
corrida que solo tuvo la virtud de que duró algo más de dos horas. Es decir que
no cansó, porque si además de resultar un espectáculo descafeinado hubiera
durado más tiempo el tendido se habría despoblado de forma lamentable. Así fue
la de Victorino. Y que no se vayan libres de culpas los toreros,
ambos con escasa motivación. Para eso mejor hubiera sido dejarles la corrida a
otros.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Sevilla. Martes, 16 de abril de 2013. Séptima de
feria. Tres cuartos de entrada. Toros de Victorino
Martín, desiguales. Bajaron tercero y cuarto. Destacó el 5º por el derecho
en la muleta.
El Cid, de nazareno y oro. Pinchazo, estocada
atravesada y descabello (saludos). En el tercero, estocada (palmas). En el
quinto, pinchazo y estocada contraria (saludos).
Daniel Luque, de negro y oro. Media estocada trasera y
atravesada y dos descabellos (silencio). En el cuarto, estocada defectuosa y
descabello (silencio). En el sexto, pinchazo y estocada (silencio).
Saludaron Alcalareño y Abrahán Neiro.
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