La Memoria de la Unión de Criadores no deja
lugar para la duda: la cabaña de bravo atraviesa hoy una situación límite, que
sólo desde la irresponsabilidad se puede obviar. Es cierto que ese sector ha
cometido errores y que ahora le acosan algunos problemas que debieran ellos
sólo asumir. Pero los daños causados, además de hacer absolutamente monocordes
las características de las reses que vemos lidiar, recaen gravemente sobre
encastes primigenios de la raza de bravo, que hoy están en riesgos de
desaparecer. Quienes hayan cometido errores deberán asumir sus consecuencias.
Pero el Estado, ni los propios sectores taurinos, debieran cruzarse de brazos
frente a la grave coyuntura que atraviesa el campo bravo.
Redacción WWW.TAUROLOGIA.COM
Por si
hiciera falta una comprobación más detallada, la última Memoria de la Unión de
Criadores de Toros de Lidia lo deja claro: el campo bravo ha llegado a un punto crítico, frente
al que la indiferencia del Estado, como la de todos los responsables de las
actividades taurinas, supondría una grave dejación de funciones y
responsabilidades en cuanto representa para la preservación de una raza
autóctona y única, que como tal forma parte de nuestro patrimonio común.
No se trata
ya tan sólo de un problema económico grave, aunque también. Se trata ante todo
del normal desarrollo de una raza bovina del todo singular, un desarrollo que
hoy se ve constreñido por un conjunto de circunstancias adversas que han venido
a confluir al unísono sobre la dehesa de bravo.
Resulta
ilógico, además de irreal, desconocer que en los últimos años se han cometido
errores. Graves consecuencias ha tenido, para qué ocultarlo a estas alturas, la
implantación de ese criterio espurreo de la relevancia social de ser ganadero,
que ha llevado a movimientos de compra-venta carentes de todo fundamento,
destruyendo cualquier política razonable de precios y de la propia gestión de
las ganaderías. Pero los errores cometidos en esta materia no pueden ni deben
impedir, ni mucho menos justificar, que se adopten medidas correctoras como las
que hoy se necesitan.
Y es así
porque precisamente esa alocada carrera de crear un sin número de nuevas
ganaderías, multiplicando las ofertas posibles para la lidia, en realidad se ha
llevado a cabo sobre la base de uno o dos encastes muy concretos, como todos
los taurinos bien conocen. Por tanto, si quienes han participado en este juego
han acabado haciendo buenas o malas operaciones mercantiles, será algo de su
exclusiva responsabilidad.
Sin embargo,
las consecuencias que esta política ha tenido sobre el conjunto de la cabaña
brava han sido muy graves en lo que respecta a otros muchos encastes --casi
todo ellos encastes primigenios del toro de lidia--, que si ya antes atravesaban
una etapa de peligrosa extinción, hoy viven en el mismísimo borde del abismo.
La pérdida
de esos encastes supondría, digámoslo con todas las palabras, una auténtica
catástrofe genética, que las generaciones del futuro no podrían perdernos. En
juego está parte de nuestro patrimonio ganadero y de todas sus singularidades.
Precisamente por eso resulta tan urgente un plan de actuación que se dirija
específicamente a salvaguardar estos encastes en riesgos de extinción.
Y con esto
no se pida nada que ya no hayan hecho las Administraciones públicas a lo largo
de las últimas décadas con diversas razas animales. Hasta en el Boletín Oficial
del Estado se pueden rastrear los numerosos planes encaminados a la
preservación de esas otras razas propia de nuestro país y en riesgo de
extinción, dedicando para ello los recursos económicos necesarios. Solo desde
posiciones dogmáticas o desde el desconocimiento se podría negar un trato
similar a los encastes bravos en riesgos de desaparecer.
No es
cuestión precisamente marginal unir a todo lo anterior la propia preservación
del valor ecológico, unánimemente reconocido, de las tierras de dehesa que se
dedican a la crianza del toro bravo. Abandonar sus cometidos propios sería
tanto como ponerlas al límite de convertirse en eriales carentes de todo
interés; en suma, de empobrecer nuestros campos.
Pero junto a
este problema crucial para el futuro, el campo bravo se ve acosado por otras
interrogantes no menos relevante. Y así, por ejemplo, nos encontramos con un
agudo desfase entre la oferta disponible y la demanda previsible de reses para
la lidia.
Nada habría
que objetar si como consecuencia de todos esos ganaderos de nuevo cuño, nacidos
al amparo de un par de encastes de moda, hacen buenos o malos negocios.
Literalmente: ese su problema personal, no el de la Fiesta.
Sin embargo,
no cabe olvidar que con la inflación de la oferta que todos ellos representan,
se altera de manera sustantiva una política racional de precios, llegando al
límite, insostenible a medio plazo, de hasta vender casi a precio de carne para
el matadero.
Los primeros
damnificados por este modo de actuar vuelven a ser los criadores de encastes
minoritarios. Si antes tenían un hueco, aunque pequeño, en todo eso que se ha
denominado la Fiesta de base por miles de pueblos de nuestro país, ahora a bajo
coste tales festejos pueden optar por hierros de los que las figuras se
disputan. Si repasamos las reseñas de espectáculos celebrados en plazas de
tercera categoría se comprueba este dato de forma fehaciente.
Sin embargo,
no conviene engañarse con estas trampas en el solitario: al final, los
damnificados serán todos, los ganaderos y los demás sectores taurinos. Es lo
que ocurre en todo mercado que altera la lógica de los precios, realizando
ofertas por debajo del rango de sus costes reales.
Si una parte
de la economía taurina se basa en adquirir circunstancialmente a precio de
liquidación la materia prima, es posible que el organizador de esos festejos
tenga un cierto respiro económico. Pero a la postre estará montando su
actividad empresarial sobre bases irreales, que se desplomarán como un castillo
de naipes en el momento en el que se alcance un equilibrio razonable entre la
oferta y la demanda.
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