La gran esperanza de la
novillería de Sevilla no remata con la espada una bella faena y con la espada
se eterniza en su segundo serio trabajo. Juampedros terciados y buenos.
BARQUERITO
Foto: Pages
De los seis novillos de los dos hierros de Juan Pedro Domecq, el más dulce, casi
de almíbar la embestida, fue el tercero, y el de más vivo son el sexto, que
escarbó a modo pero metió la cara con avaricia cada vez que vino. Fueron los de
mejor condición: melocotón y
lavadito, el tercero, estrecho, justo de trapío; bastante más serio, sin
exageraciones, el sexto. Los dos se juntaron en el lote de Lama de Góngora, el novillero de quien más se viene hablando en
Sevilla.
Era la tarde de su debut con caballos en la Maestranza,
donde fue proclamado con ventaja solo el año pasado triunfador de los festejos
para noveles. Muchas maravillas se contaban. Pero habrá que esperar. Detalles
relevantes: irse a porta gayola a recibir a los dos novillos, y a los dos los
libró en largas cambiadas de limpio vuelo, y al sexto le pegó de propina dos
largas más en las rayas y no sucesivamente; un quite de exquisito asiento por
chicuelinas al segundo novillo de la tarde, y rematarlo con una larga
espléndida; desparpajo para andar por la plaza, garbo particular para acompañar
embestidas, soltura para manejar avíos llamativamente grandes; buen sentido del
compás para torear; aire caro cuando se decidió a torear a mano baja al
dulcísimo tercero, que tanto no consentía.
Y, luego, otros puntos: primero, un desafortunadísimo manejo
de la espada, que se llevó lo que pudieron ser hasta las dos orejas del
santísimo tercero, y, además, de eso, una sorprendente falta de recursos para
cuadrar o igualar los dos toros del reparto, y hasta para cuadrarse él mismo,
que no intentó en serio ni una sola vez pasar ni cruzar. Las pausas de las dos
faenas tuvieron un punto gratuito; los andares marciales, algo chocante.
Habilidad especial para encajarse al hilo del pitón, donde no es tan sencillo
torear, y menos con engaños de tanto tamaño.
Pues todo eso –la fortuna del sorteo, el encaje no siempre
ortodoxo y un notable juego de brazos- se tradujo en una torería que ni
impostada ni del todo natural tuvo su gancho y llegó a la gente. La entrega del
público de Sevilla con los toreros de la tierra, y en especial si son de la
ciudad. Lama es el mismísimo barrio
del Baratillo y el Arenal. En el patio de su casa.
Se celebraron los mayores logros: dos remates de capa a pies
juntos, un pase de pecho colosal, un raro kikirikí, dos tandas ligadas con
pureza, el aguante seco de un par de amagos del sexto, el buen toreo por los
vuelos, un desplante a la manera de Curro
o de El
Cid, que es por cierto su claro espejo. Se lamentaron fastidiosamente
tantos fallos con la espada: un total de ocho pinchazos, una estocada
chalequera. Y se censuró tibiamente el único renuncio visible: apenas se sujetó
cuando el sexto, después de las tres largas, tomó el capote con brío del bueno.
Lama de Góngora
era el papel de la novillada y lo defendió. Estuvieron muy valientes el
madrileño Gonzalo Caballero y el
colombiano Sebastián Ritter. Los dos
se sobrepusieron a cogidas muy aparatosas de las que salieron milagrosamente
indemnes.
Caballero, al
intentar adornarse con una arrucina; Ritter, al enredarse con el cuarto en
un quite tan sin distancia que hasta pareció provocar inconscientemente la
voltereta, que lo dejó entre las manos del toro y a su merced. Ritter, verticalidad impasible, valor
sin fisuras de Tancredo puro, pecó
de terco pero no de falta de firmeza, sino todo lo contrario; se los pasó muy
cerca, ni se inmutó; no gustó su exceso de insistencia en un toreo muy
embraguetado pero no templado, a veces en sacudida, a veces en círculos
rehilados y a suerte descargada. Un quite capote a la espalda al primero de
corrida fue soberbia tarjeta de visita. Una hermosa estocada en los medios con
un picante segundo; cinco pinchazos y tres descabellos después. No fue debut
afortunado. Hay valor de sobra para hacer torero.
A Caballero,
volteado al torear de capa al primero, no terminó de acoplarse con la embestida
somnolienta y al ralentí del torito de Parladé que rompió plaza, le pegó
una tanda espléndida con la izquierda, hubo descaro, faltó sentido de la
medida. Muy meritoria la estocada cobrada tras la conmoción de una cogida
tremenda. La cogida pasó factura y con el cuarto, uno de los dos más
endeblitos, anduvo tan entregado como nervioso.
FICHA DEL FESTEJO
Cuatro novillos -2º, 3º, 4º y 5º bis- de Juan Pedro Domecq y dos -1º y 6º- de Toros de Parladé (Juan Pedro
Domecq Morenés). Falta de remate, novillada terciada. Tercero y sexto
dieron muy buen juego. Manejables los dos primeros; flojísimos los otros dos
Gonzalo Caballero, de blanco y plata, saludos y silencio. Sebastián Ritter, de celeste y oro,
silencio y saludos tras un aviso. Lama
de Góngora, de carmín y oro, saludos y palmas tras aviso.
Sevilla. 2ª de abono. Nubes y claros, templado. Más de media plaza.
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