PACO AGUADO
El pasado 15 de abril, poco antes de las
siete de la tarde, el pitón derecho de "Ebanista",
un serio y áspero cinqueño del hierro de Toros de Cortés, partía el muslo
derecho de Julián López "El Juli" de un seco y
violento navajazo en la Maestranza de Sevilla.
Y, como en el famoso "efecto mariposa", el simple y certero tornillazo de
aquel torazo cambió radicalmente el guión y las consecuencias de la Feria de
Abril… y quién sabe si también de la misma temporada de 2013, también en
México.
Confiado en su poder, entregado ya a una
embestida violenta y defensiva que creía haber sometido, El Juli sufrió aquel
pitonazo muy asentado en la arena, con ese aplomo que acrecienta la gravedad de
las cornadas. Ese aplomo y esa entrega que le eran obligadas en una tarde decisiva
para imponer su autoridad de primera figura dentro y fuera de los ruedos.
Triunfador apabullante el Domingo de
Resurrección, la cara de El Juli tenía el pasado viernes ese
corte afilado y acerado de los toreros que salen a jugarse la vida con todas
sus consecuencias. En busca de hacer valer de una vez sus derechos ganados a
sangre y fuego, Juli pisó el dorado albero dispuesto a echar la moneda: y saló
cruz.
En el estricto sentido de la palabra, esa
fuerte cornada fue providencial para muchos. No para El Juli, desde luego,
pero si para las empresas que intentan frenarle y para dos toreros que se
beneficiaron indirectamente de sus consecuencias.
Si la Real Academia asigna a providencial el
significado de "hecho o suceso
casual que libra de un daño o perjuicio inminente", muchos empresarios
se han librado de que El Juli hubiera arrasado la feria de
Abril, teniendo en cuenta la calidad del toro de Victoriano del Río que se
dejó en los chiqueros y las facilidades que dieron los "miuras" con los que estaba anunciado cuarenta y ocho
horas después.
Con esos datos constatados y a tenor de su
estado de ánimo, rebosante de ambición, probablemente el madrileño hubiera
abierto de nuevo el umbral que da al Guadalquivir en uno de esos dos días y/o
hubiera cuajado otra obra incontestable con alguno de esos tres toros que le
quedaron por lidiar. Y la guerra de despachos puede que así hubiera acabado en
armisticio.
Comprobando su patente actitud de las últimas
tardes, no cabe en este caso hablar de suposiciones imposibles de demostrar,
sino más bien de certezas incumplidas por esa providencia que ha salvado a
muchas grandes empresas de acatar definitivamente la autoridad julista.
Esa misma providencia, ese capricho de la
suerte que, apenas cuarenta y cinco minutos después, ponía en manos de Antonio Nazaré, saltando en el segundo
turno de El Juli, la noble embestida de “Duende”, un toro grandón al que, por una faena de temple y buen
gusto, cortó las dos orejas que le deben situar de una vez en un mejor lugar
del escalafón.
Lo mismo, aunque de manera más sorprendente,
se puede decir de Manuel Escribano,
rescatado a última hora del olvido para intentar aprovechar la, en principio,
envenenada oportunidad de sustituir al maestro madrileño en la corrida de Miura.
Pero, para derribar tópicos, el toreo tiene a
veces estos extraños golpes de contradicción, pues ni los endebles y pajunos "miuras" respetaron su leyenda
–¿qué hubieran dicho los que ahora premian la corrida si hubiera sido de uno de
sus hierros más odiados?– ni Escribano
se mostró con ellos como el torero inexperto que es.
Sin complejos, sin prejuicios y con una
admirable naturalidad, sosegado de plantas y de muñecas, el de Gerena sacó todo
el jugo a esa oportunidad de remontar su carrera, ocupando con sobrada dignidad
ese hueco que quedó libre para respiro de tantos que ya se veían
definitivamente derrotados.
Y es que nunca la presencia o la ausencia de
una primera figura tuvieron tanto peso y fueron tan determinantes en una feria
como este año ha pasado con El Juli en la Maestranza.
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