PACO AGUADO
Después de
este duro invierno del 2013, prorrogado como un mal partido de fútbol sin
goles, la esperanza del toreo está puesta en el mes de abril. La lluvia y el
viento, la nieve y el frío, prepotentes contra un sol esporádico y cobarde, han
entristecido aún más el carácter de una España ya azotada por el miedo y la
crisis durante estos largos meses de incertidumbres.
Aterido
también en lo anímico por ese clima gélido, de dentro y de fuera, el toreo no
parece haber salido aún de su letargo, como un viejo oso pardo que no se
atreviera a abandonar su madriguera, incapaz de asimilar que la lucha por la
supervivencia ya no es sólo contra los elementos de siempre.
Sin
ilusiones, con miles de dudas y de temores, el toreo en España aún se debate,
bajo la lluvia y las bajas temperaturas, entre la subsistencia y la
desesperanza, entre la inoperancia de muchos y las ansias de pocos, entre la
teoría y la realidad.
Los escasos
golpes de valor, los contados arranques de determinación con que algunos
toreros han querido, sobre el papel, ponerle calor a la fría crisis en este
principio de año se han quedado en poco ante tanto llanto y tanta queja, ante
tanta resignación generalizada.
Sin apenas
tentaderos por la abundante, y benéfica, lluvia, con mucho tendido descubierto
y desolado en las primeras y gélidas ferias, la ilusión del toreo apenas ha
enseñado el hocico fuera de la cueva.
Pero, al fin
y al cabo dirigido por los ciclos naturales, al toreo en España le ha llegado
también la hora del deshielo, ese mes de abril que trae a los vencejos desde
África para ponerle música a las tardes sevillanas de corrida.
Del
resultado de la feria de Abril que mañana comienza dependerá mucho el talante
con que la afición afronte una temporada amenazante y crítica. Porque el toreo
español necesita volver a cargarse de calorías tras un dilatado invierno que le
ha dejado apenas sin defensas y sin fuerzas.
Por encima
incluso de los balances económicos, que es cuestión que debería sólo afectar a
los que han de ponerles remedio, lo que se vea y se saboree sobre el dorado
albero será determinante para encarar el futuro inmediato con ese mínimo
porcentaje de ilusión que necesita la Fiesta para salir adelante.
Que de
Sevilla salgan revalorizados un puñado de toreros y de ganaderías, que la
afición, mucha o poca, que asista a la Maestranza se vea satisfecha con cierta
frecuencia en esas dos semanas de toros y que la prensa pueda dar, por fin,
titulares positivos, serán las mejores herramientas para comenzar los trabajos
de reconstrucción.
Al sol y al
calor templado del abril sevillano debe empezar a desperezarse el toreo, a
sacar su orgullo de rito milenario frente a un presente mezquino y amenazador.
Que la bravura y el buen toreo, en todo su esplendor, sean la mejor noticia de
la feria. Que la emoción vuelva a florecer en primavera. Seguro que en
Aguascalientes también lo esperan.
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