La inmensa corrida de Cuadri, por
presencia, no fue buena por comportamiento, aunque la decepción tiene matices. Mal Leandro y sin toro Gallo, que estuvo bien en la faena al
tercero en sus comienzos.
CARLOS CRIVELL
Foto: EFE
SEVILLA.- Decepción
es la palabra, aunque con matices. El buen aficionado siempre encuentra motivos
para la emoción cuando salen por la puerta de chiqueros los hermosos toros de Cuadri.
Así lo entendió la plaza con sus aplausos cuando saltaron al ruedo las reses
venidas de Trigueros. Aplausos a la
presencia y después también algunos motivos de alegría por el juego de los
toros.
El tercero fue bravo en el caballo en dos puyazos. Su trapío
quedó minusvalorado en una salida de toro dormido. El sueño duró hasta que se
fue al caballo del picador venezolano José
Ney, que lo paró y aguantó en una acometida fija y poderosa. Quedaba la
segunda entrada, donde se ven los toros bravos. El llamado «Pleamar» embistió de nuevo como bravo. En la muleta tuvo bondad y
nobleza, pero careció de pujanza. Pagó su duro castigo en varas y derramó
sangre por la plaza, brava sangre, para no culminar en el último tercio.
La historia se repite en la corrida de Cuadri. Hasta cierto
punto es comprensible, pero a la corrida se le castiga de manera contundente.
El toro de Cuadri tiene su lidia, que nunca puede consistir en restarle al
toro su vitalidad en el caballo.
Ese tercero en bravo fue la estrella; el quinto, por su
embestida vibrante en los primeros compases de la faena de muleta fue el otro Cuadri
que superó la media por su nota. Dura prueba para un torero estilista y lleno
de precauciones como Leandro que no
se lo aprovechó. Era un toro digno de que un torero se la jugara, pero no lo
encontró.
Detrás de estos dos astados, la nada en una corrida de muy
largo metraje que llegó a cansar a más de uno, según se infiere de cómo de
despobló la plaza a la muerte del quinto. La nada en toros apagados y agarrados
al piso sin la más mínima alegría. La ilusión de rememorar encierros de esta
divisa que han brillado en la Maestranza quedó frustrada. Esas mismas corridas
de Cuadri
que siempre recalan en otras plazas, que ganan premios y satisfacen a los
llamados aficionados toristas, hace ya algún tiempo que no aparecen en la
Maestranza.
Antonio Ferrera
se ganó el respeto de la plaza en dos labores en las que fue lidiador experto y
torero solvente. Logró alargar la embestida cansina del primero sin poder ligar
los muletazos, misión casi imposible. Más de lo mismo con el cuarto, un sobrero
inmenso, con el que casi obró el milagro de enjaretarle naturales más que
estimables. A todo ello hay que sumarle su perfecta labor de director de lidia
y la voluntad en banderillas, aunque ese detalle de dejar el capote en el
centro de la plaza mientras colocaba los garapullos en el cuarto no parece muy
convincente.
El torero más damnificado del festejo fue Eduardo Gallo, el más joven y el que
más necesitado estaba del triunfo. El bravo tercero no le dejó culminar la
faena, que comenzó muy bien con tandas sobre la diestra muy ligadas. La música
atronó el ambiente pero cuando se echó la muleta a la izquierda se evaporó la
posibilidad de triunfo. El animal se frenó y lo mismo le ocurrió a su
prometedora faena.
Bellos lances a la salida del sexto. Fue lo único que le
dejó hacer el toro más deslucido de la tarde. La porfía a esas horas de la
noche era muy dura para el respetable. Quedó la impresión de que Eduardo Gallo está preparado para
ofrecer una buena tarde de toros.
Con Leandro
ocurrió lo que podía esperarse. Es un torero de buen estilo y capacidad justa.
Su presencia en el cartel ya era más que discutible. Se confirmó que no era su
corrida; tampoco era su día, y, por supuesto, no era su feria. Se colocó mal,
adelantó el pico fuera de cacho y no arriesgó un alamar. Ya lo dijo el artista:
El
instinto de conservación es superior a todo. Leandro se quedó detrás de la mata frente a dos toros que nunca
sabremos si hubieran sido distintos en caso de tener delante un torero colocado
en el sitio de la verdad.
Decía uno del tendido que no podía con los de Cuadri
porque era muy nuevo. Bueno, el torero nuevo ya pisó la Maestranza como matador
de toros en 2004. Su actitud a la defensiva ante el vibrante toro quinto, que
lo desbordó desde el primer muletazo, fue la evidencia de que no estaba para
Sevilla. Pero él no tiene la culpa.
Quedó cierto sabor amargo de decepción por los resultados
globales. La capacidad de Ferrera
fue lo más destacado ante toros que llegaron al último tercio sin fuelle. Se
salvó, como siempre, la estampa de lo de Cuadri.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Sevilla. 2ª de Feria. Media plaza. Seis toros de Herederos de Celestino Cuadri, el
cuarto sobrero por otro que se partió el pitón. Muy bien presentados, bravo el
tercero, codicioso el quinto y el resto, apagados y justos de raza. Saludó en
banderillas Domingo Siro en el tercero.
Antonio Ferrera, negro y oro, estocada atravesada y
descabello (saludos tras aviso). En el cuarto, trasera y tendida y descabello
(saludos tras aviso).
Leandro, sangre de toro y azabache, dos pinchazos y
cinco descabellos (silencio tras aviso). En el quinto, cuatro pinchazos y
bajonazo (silencio tras aviso).
Eduardo Gallo, grana y oro, pinchazo y estocada
desprendida (saludos). En el sexto, dos pinchazos y estocada atravesada
(silencio).
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