El torero de la
Puebla del Río se esmera en una faena deliciosa, barroca y casi imposible con
un toro aplomado. El extremeño confirma
que está en año de gracia y ambición.
BARQUERITO
Foto: EFE
LA FAENA DE MORANTE al quinto zalduendo fue compendio de bien torear:
caligrafía y técnica prodigiosas asiento
insuperable, un capricho. Solo que tenía que haberse podido degustar la cosa toda en otro ambiente: la tarde fue de viento
gélido y enredado, y con ocho grados al sol y la mitad a la sombra. Y, en fin, faltó toro. Recreo
para la vista, regusto en los paladares, una armonía general y continua, como la de la música barroca.
La faena llegó casi por sorpresa –nadie se la esperaba- y de sorpresa en
sorpresa fue, porque nadie se imaginaba
que pudiera resolverse como lo hizo. Alguno de los siete u ocho lances del recibo tuvo el sello de Morante, pero no pasó
el asunto de un recoger y fijar suavemente al toro, que salió claudicante del capotazo de remate.
Un primer puyazo en la puerta pareció letal y lo acusó el toro antes de cobrar el preceptivo
segundo. A Morante le gustan los toros bien sangrados.
Este quinto hizo hilo en banderillas con El Lili. Con cuatro capotazos
superiores de brega, Carretero lo dejó
plisadito y cerrado en el único punto de la plaza donde se podía torear. Donde
se posan los papeles. En tablas de sol,
frente al burladero de los picadores. Ahí fue. Al toro le costó venirse a las tres primeras invitaciones. Una
flojera que parecía definitiva. Y, sin embargo, abierto a las rayas Morante, en una primera tanda ya
tirada y estirada, el toro se dejó seducir y querer. Despacioso, empastado, desmayado sin empacho,
la suerte cargada a modo, colocado en el sitio
preciso que sólo él parecía conocer, Morante se puso a dibujar. Y fue
como torear con un pincel, o tirar del
toro con hilo de seda. Sin forzarlo nunca, esperándolo cuando hubo que
provocarlo o cuando se le quedó a medio
venir.
No es fácil sino todo lo contrario poder y saber torear tan a cámara
lenta y tan empapadamente a un toro
aplomado, como lo fue en no pocas fases éste Tropelío, negro y cinqueño, bajo
pero hondito, muy noble. Todo fue en principio
con la mano diestra, y fue mucho. Y luego vino un capítulo casi solemne con la izquierda: a media altura
la muleta, largos los muletazos, bella manera de soltar Morante el toro pero para volver a
engancharlo y llevarlo sin trampa ni cartón, y hasta donde se le antojó.
Sonó el Cielo Andaluz, de Marquina. Un molinete del repertorio gallista,
de pronto una pequeña traca de alguna de
las fallas que desfilaban por la calle de Játiva. Le dio respiritos al toro
Morante, que no se cansaba, que salía de
la cara marchoso siempre y lo mismo al volver. Un aviso antes siquiera de montar Morante la espada, y media
estocada traserita. El toro se echó en tablas, marró el puntillero hasta nueve veces porque la
colocación de la estocada no le dejaba descubrir.
Después de ese secreto milagro, le costó a Talavante resistir las
comparaciones. El sexto de corrida,
pegajoso y revoltoso, punteó con aspereza, y no hubo manera. Pero el propio
Talavante había puesto cara la tarde con
una faena de capa y muleta, al tercero, de soberbia decisión, arrojo auténtico, gran exposición, mucha fantasía y,
sobre todas las cosas, un temple nada común porque un vendaval brutal le revolaba el engaño y lo
descubría una y otra vez. Y ni un paso atrás y ni un solo enganchón Talavante, que abrió de largo y en
los medios con la zurda y a pelo, y por ahí cuajó, en un trabajito muy bien pensado.
Muletazos de categoría, a pies juntos casi en todas las bazas, ajuste
imponente. Un chorro. El toro llegó a
escarbar y a recular, y, sin embargo, se acabó entregando a su manera.
Talavante se cruzó al pitón contrario
con formidable descaro tres, cuatro, cinco veces. A toro parado, pero
gobernado. Los desplantes de cada cruce
levantaron clamores. Iban a ser dos orejas –porque con el capote, y a toro de galope, Talavante había toreado con
arrebatada gracia por tijerillas, mandiles, una
chicuelina y dos medias, y en un quite por gaoneras había puesto a la
gente a bramar- pero la espada se fue
atrás y cayó demasiado baja.
El toro más bello de la corrida fue el primero, pero se lesionó de
salida y lo devolvieron. Rivera Ordóñez
anduvo seguro y fácil con el sobrero y con el cuarto, dando adentros cuando
sopló el viento. Era corrida de
reaparición y se le vio cojear ligeramente. Morante se negó a templar
gaitas con el segundo, que volvió grupas
de repente, y tomó la sabia decisión de abreviar. No todo el mundo celebró la idea.
FICHA DE LA CORRIDA
Valencia, 18 marzo. 6ª de feria. Casi lleno. Frío, entoldado, ventoso,
muy desapacible.
Seis toros de Zalduendo (Alberto Bailleres). El
primero, sobrero. Corrida terciada y en tipo. Muy nobles tercero y quinto. El segundo, mansito, y el
sexto, correoso, salieron deslucidos. Manejables y bondadosos los otros dos.
Rivera Ordóñez
“Paquirri”, saludos y ovación tras un aviso.
Morante de la Puebla, pitos y gran
ovación tras un aviso.
Alejandro Talavante, una oreja y
silencio.
Brega sobresaliente de Carretero. Buenos pares del propio Carretero y Juan José Trujillo.
Brega sobresaliente de Carretero. Buenos pares del propio Carretero y Juan José Trujillo.
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