miércoles, 18 de marzo de 2015

SEXTA CORRIDA – FERIA DE FALLAS EN VALENCIA: Bellezas Morante, arrojo Talavante

El torero de la Puebla del Río se esmera en una faena deliciosa, barroca y casi imposible con un  toro aplomado. El extremeño confirma que está en año de gracia y ambición.
BARQUERITO
Foto: EFE

LA FAENA DE MORANTE al quinto zalduendo fue compendio de bien torear: caligrafía y técnica  prodigiosas asiento insuperable, un capricho. Solo que tenía que haberse podido degustar la cosa  toda en otro ambiente: la tarde fue de viento gélido y enredado, y con ocho grados al sol y la mitad  a la sombra. Y, en fin, faltó toro. Recreo para la vista, regusto en los paladares, una armonía general  y continua, como la de la música barroca.

La faena llegó casi por sorpresa –nadie se la esperaba- y de sorpresa en sorpresa fue, porque  nadie se imaginaba que pudiera resolverse como lo hizo. Alguno de los siete u ocho lances del  recibo tuvo el sello de Morante, pero no pasó el asunto de un recoger y fijar suavemente al toro,  que salió claudicante del capotazo de remate. Un primer puyazo en la puerta pareció letal y lo  acusó el toro antes de cobrar el preceptivo segundo. A Morante le gustan los toros bien sangrados.

Este quinto hizo hilo en banderillas con El Lili. Con cuatro capotazos superiores de brega,  Carretero lo dejó plisadito y cerrado en el único punto de la plaza donde se podía torear. Donde se  posan los papeles. En tablas de sol, frente al burladero de los picadores. Ahí fue. Al toro le costó  venirse a las tres primeras invitaciones. Una flojera que parecía definitiva. Y, sin embargo, abierto a  las rayas Morante, en una primera tanda ya tirada y estirada, el toro se dejó seducir y querer.  Despacioso, empastado, desmayado sin empacho, la suerte cargada a modo, colocado en el sitio  preciso que sólo él parecía conocer, Morante se puso a dibujar. Y fue como torear con un pincel, o  tirar del toro con hilo de seda. Sin forzarlo nunca, esperándolo cuando hubo que provocarlo o  cuando se le quedó a medio venir.

No es fácil sino todo lo contrario poder y saber torear tan a cámara lenta y tan empapadamente a  un toro aplomado, como lo fue en no pocas fases éste Tropelío, negro y cinqueño, bajo pero  hondito, muy noble. Todo fue en principio con la mano diestra, y fue mucho. Y luego vino un capítulo  casi solemne con la izquierda: a media altura la muleta, largos los muletazos, bella manera de  soltar Morante el toro pero para volver a engancharlo y llevarlo sin trampa ni cartón, y hasta donde  se le antojó.

Sonó el Cielo Andaluz, de Marquina. Un molinete del repertorio gallista, de pronto una pequeña  traca de alguna de las fallas que desfilaban por la calle de Játiva. Le dio respiritos al toro Morante,  que no se cansaba, que salía de la cara marchoso siempre y lo mismo al volver. Un aviso antes  siquiera de montar Morante la espada, y media estocada traserita. El toro se echó en tablas, marró  el puntillero hasta nueve veces porque la colocación de la estocada no le dejaba descubrir.

Después de ese secreto milagro, le costó a Talavante resistir las comparaciones. El sexto de  corrida, pegajoso y revoltoso, punteó con aspereza, y no hubo manera. Pero el propio Talavante  había puesto cara la tarde con una faena de capa y muleta, al tercero, de soberbia decisión, arrojo  auténtico, gran exposición, mucha fantasía y, sobre todas las cosas, un temple nada común porque  un vendaval brutal le revolaba el engaño y lo descubría una y otra vez. Y ni un paso atrás y ni un solo  enganchón Talavante, que abrió de largo y en los medios con la zurda y a pelo, y por ahí cuajó, en  un trabajito muy bien pensado.

Muletazos de categoría, a pies juntos casi en todas las bazas, ajuste imponente. Un chorro. El toro  llegó a escarbar y a recular, y, sin embargo, se acabó entregando a su manera. Talavante se cruzó  al pitón contrario con formidable descaro tres, cuatro, cinco veces. A toro parado, pero gobernado.  Los desplantes de cada cruce levantaron clamores. Iban a ser dos orejas –porque con el capote, y  a toro de galope, Talavante había toreado con arrebatada gracia por tijerillas, mandiles, una  chicuelina y dos medias, y en un quite por gaoneras había puesto a la gente a bramar- pero la  espada se fue atrás y cayó demasiado baja.

El toro más bello de la corrida fue el primero, pero se lesionó de salida y lo devolvieron. Rivera  Ordóñez anduvo seguro y fácil con el sobrero y con el cuarto, dando adentros cuando sopló el  viento. Era corrida de reaparición y se le vio cojear ligeramente. Morante se negó a templar gaitas  con el segundo, que volvió grupas de repente, y tomó la sabia decisión de abreviar. No todo el  mundo celebró la idea.

FICHA DE LA CORRIDA
Valencia, 18 marzo. 6ª de feria. Casi lleno. Frío, entoldado, ventoso, muy desapacible.
Seis toros  de Zalduendo (Alberto Bailleres). El primero, sobrero. Corrida terciada y en tipo. Muy nobles  tercero y quinto. El segundo, mansito, y el sexto, correoso, salieron deslucidos. Manejables y  bondadosos los otros dos.
Rivera Ordóñez “Paquirri”, saludos y ovación tras un aviso.
Morante de la Puebla, pitos y gran ovación tras un aviso.
Alejandro Talavante, una oreja y silencio.
Brega sobresaliente de Carretero. Buenos pares del propio Carretero y Juan José Trujillo.

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