Sobre el
impasse Mérida - Hevia Porras
Ramón
Medina Cledón
Se acaba de producir aquí en Sevilla uno de esos
acontecimientos esperados y necesarios para la Fiesta Nacional. La
reconciliación entre la guerrilla de nuevo cuño del toreo (los disidentes
Morante, Juli, Talavante, Perera y Manzanares) y la influyente Maestranza
sevillana. Influyente no por su Empresa, que es impopular, torpe y trata
desconsideradamente a los toreros, que todo hay que decirlo, sino por el peso
específico que representa la Maestranza
en sí mismo y el poderío, que entraña la marca Sevilla.
En el planeta de los toros siempre ha habido
desavenencias, diferencias, pasiones, distanciamientos. Los toros ha sido una
actividad, que siempre se destacó por implantar en los otros sectores de la
sociedad modas, tendencias, estilos. En el seno
táurico han nacido varias funciones, que han servido, y sirven, a lo
empresarial, lo humano y lo organizativo, marcando pauta y formando corrientes
temáticas. Por ejemplo, la competitividad empresarial, la rivalidad profesional
y la división de opiniones. Tres tendencias Tres, que son, y siguen siendo,
referencias obligadas.
Ese conjunto de principios, criterios, actitudes,
corrientes o tendencias, como desee llamárseles, entrañan en el fondo, qué duda
cabe, discrepancias, enfrentamientos, confrontaciones, choques. Como cualquier
otra actividad del quehacer humano moderno. Pero ese antagonismo, que en la
Fiesta Brava es subyacente (únicamente en la superficialidad y no en simas
profundas, en la masa insoluble o en las mentalidades complicadas) siempre ha
sido, tarde o temprano, superado, saldado, olvidado o borrado. Es otra de las
grandes capacidades, que poseen la Tauromaquia y sus componentes o
colateralidades. Al final de cada tormenta, torbellino o choque, se imponen
indefectiblemente la calma, la paz y la concordia taurinas, cediendo el paso la
pasión a la razón.
Argumento este artículo así, primeramente para
lamentar el desaguisado de la Mérida Taurina, negándole al viejo cronista
(ahora, escritor e historiador taurino y Miembro de la Academia Tachirense de
Historia), Eutiquio Hevia Porras, el acceso al callejón de su Plaza. Y en
segundo término, igualmente tristísimo y deplorable, que a tenor de lo expuesto
aquí anteriormente, lejos de acercar, aliviar o hacer soluble esa confrontación
o distanciamiento, lo agrava y ahonda.
Me entristece mucho este hecho, por lo que tiene
también de vejatorio y discriminatorio. Pero más, por esa otra connotación ya
destacada. Ignoro, o deseo ignorar aquí (aunque conozca algo, que no es caso
traerlo a estas líneas), los orígenes del tal desarraigo. Pero sea lo que sea,
esta brecha surgida, lejos de cerrar viejas heridas, suturar cicatrices,
olvidar diferencias o resanar fachadas, que es una de las bondades y virtudes
características de la Tauromaquia noble, que aquí resalto, ensalzo y proclamo,
lo que hace es profundizar el distanciamiento, enquistarlo y, si no se corrige a tiempo, hacerlo
metastásico.
Ha sido un desafortunado desliz, sin duda alguna.
Se me antoja compararlo, salvando las distancias, claro está, (y para “graficar”
la comparación), con el supuesto e insoñado caso de que aquí en España se le
negara al veteranísimo fotógrafo taurino Canito (98 años, único testigo
presencial de la mortal cogida de Manolete en Linares en 1948) la entrada a las
Ventas madrileña o a la Maestranza de aquí de Sevilla.
Eutiquio y la persona a quien están leyendo en
estos instantes, no solo hemos sido testigos de cómo se erigía la Mérida
taurina, sino que hemos formado parte, en alguna medida, del auge, promoción y
divulgación de sus orígenes, evolución y consolidación. No ha sido afortunado
el incidente. Si al tradicional y ejemplar comportamiento taurino merideño, se
le añade el enunciado, bien ganado por cierto, de la Mérida culta, promotora de
lo creativo, justa y ponderada con artistas y creadores, siempre respaldando al
talento y la meritocracia, este hecho no le adorna en absoluto. Negarle un
crédito culto a alguien no ha sido jamás práctica merideña. Ni es propio de la
Ciudad de los Caballeros, antonomásicamente considerada intelectual y
universitaria.
Me permito mediar en el asunto invocando,
primeramente, mi trayectoria de promerideño taurino reconocido. En segundo
lugar, por el decanato que ostento de ser autor del primer libro, que tuvo
Mérida sobre su Feria. Tercero, por la dilatada y honesta trayectoria taurina.
Y por último, aunque esto vaya en detrimento del Táchira, por haber acertado en
los vaticinios que temerariamente hice varios años atrás sobre la primacía, que
hoy goza en el quehacer taurino la Mérida actual. Predije que Mérida superaría
taurinamente a San Cristóbal. Que el pulso taurino entre Táchira y Mérida, en
aquella linda y sana pugna de los 70-80 a ver quien lo hacía mejor, lo ganaría
la Ciudad de los Caballeros. Aduje que
la seriedad y la proyección merideñas superarían (¡hasta en número de
corridas!, dije) a la Feria de San Sebastián. Ello se ha dado y está
sucediendo.
Pero, ojo. No saquemos las cosas de quicio. El
hecho de que la entrañable Mérida tenga esa supremacía, con fino y acertado
pulso lograda, no le da derecho a ningunear a nadie. Menos a un escritor
activo, con ocho obras taurinas ya en su haber creativo, todo un símbolo de
vocación, tesón y creatividad, a pesar de su apasionada forma de ser, su
expresiva combatividad y sus veleidades. En él, cuidado, también deben verse, y
respetarse, otros símbolos locales. Verbo y gracia, la Tachiranidad. La
Cordialidad. La Antigüedad Taurina. La Entrega Intelectual y el Acrecimiento de
la Afición.
Sevilla, sábado 14 febrero 2015
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