miércoles, 18 de marzo de 2015

ENTENDIMIENTOS TAURINOS

Sobre el impasse Mérida - Hevia Porras

Ramón Medina Cledón

Se acaba de producir aquí en Sevilla uno de esos acontecimientos esperados y necesarios para la Fiesta Nacional. La reconciliación entre la guerrilla de nuevo cuño del toreo (los disidentes Morante, Juli, Talavante, Perera y Manzanares) y la influyente Maestranza sevillana. Influyente no por su Empresa, que es impopular, torpe y trata desconsideradamente a los toreros, que todo hay que decirlo, sino por el peso específico que representa  la Maestranza en sí mismo y el poderío, que entraña la marca Sevilla.

En el planeta de los toros siempre ha habido desavenencias, diferencias, pasiones, distanciamientos. Los toros ha sido una actividad, que siempre se destacó por implantar en los otros sectores de la sociedad modas, tendencias, estilos. En el seno  táurico han nacido varias funciones, que han servido, y sirven, a lo empresarial, lo humano y lo organizativo, marcando pauta y formando corrientes temáticas. Por ejemplo, la competitividad empresarial, la rivalidad profesional y la división de opiniones. Tres tendencias Tres, que son, y siguen siendo, referencias obligadas.

Ese conjunto de principios, criterios, actitudes, corrientes o tendencias, como desee llamárseles, entrañan en el fondo, qué duda cabe, discrepancias, enfrentamientos, confrontaciones, choques. Como cualquier otra actividad del quehacer humano moderno. Pero ese antagonismo, que en la Fiesta Brava es subyacente (únicamente en la superficialidad y no en simas profundas, en la masa insoluble o en las mentalidades complicadas) siempre ha sido, tarde o temprano, superado, saldado, olvidado o borrado. Es otra de las grandes capacidades, que poseen la Tauromaquia y sus componentes o colateralidades. Al final de cada tormenta, torbellino o choque, se imponen indefectiblemente la calma, la paz y la concordia taurinas, cediendo el paso la pasión a la razón.

Argumento este artículo así, primeramente para lamentar el desaguisado de la Mérida Taurina, negándole al viejo cronista (ahora, escritor e historiador taurino y Miembro de la Academia Tachirense de Historia), Eutiquio Hevia Porras, el acceso al callejón de su Plaza. Y en segundo término, igualmente tristísimo y deplorable, que a tenor de lo expuesto aquí anteriormente, lejos de acercar, aliviar o hacer soluble esa confrontación o distanciamiento, lo agrava y ahonda. 

Me entristece mucho este hecho, por lo que tiene también de vejatorio y discriminatorio. Pero más, por esa otra connotación ya destacada. Ignoro, o deseo ignorar aquí (aunque conozca algo, que no es caso traerlo a estas líneas), los orígenes del tal desarraigo. Pero sea lo que sea, esta brecha surgida, lejos de cerrar viejas heridas, suturar cicatrices, olvidar diferencias o resanar fachadas, que es una de las bondades y virtudes características de la Tauromaquia noble, que aquí resalto, ensalzo y proclamo, lo que hace es profundizar el distanciamiento, enquistarlo  y, si no se corrige a tiempo, hacerlo metastásico.

Ha sido un desafortunado desliz, sin duda alguna. Se me antoja compararlo, salvando las distancias, claro está, (y para “graficar” la comparación), con el supuesto e insoñado caso de que aquí en España se le negara al veteranísimo fotógrafo taurino Canito (98 años, único testigo presencial de la mortal cogida de Manolete en Linares en 1948) la entrada a las Ventas madrileña o a la Maestranza de aquí de Sevilla.

Eutiquio y la persona a quien están leyendo en estos instantes, no solo hemos sido testigos de cómo se erigía la Mérida taurina, sino que hemos formado parte, en alguna medida, del auge, promoción y divulgación de sus orígenes, evolución y consolidación. No ha sido afortunado el incidente. Si al tradicional y ejemplar comportamiento taurino merideño, se le añade el enunciado, bien ganado por cierto, de la Mérida culta, promotora de lo creativo, justa y ponderada con artistas y creadores, siempre respaldando al talento y la meritocracia, este hecho no le adorna en absoluto. Negarle un crédito culto a alguien no ha sido jamás práctica merideña. Ni es propio de la Ciudad de los Caballeros, antonomásicamente considerada intelectual y universitaria.

Me permito mediar en el asunto invocando, primeramente, mi trayectoria de promerideño taurino reconocido. En segundo lugar, por el decanato que ostento de ser autor del primer libro, que tuvo Mérida sobre su Feria. Tercero, por la dilatada y honesta trayectoria taurina. Y por último, aunque esto vaya en detrimento del Táchira, por haber acertado en los vaticinios que temerariamente hice varios años atrás sobre la primacía, que hoy goza en el quehacer taurino la Mérida actual. Predije que Mérida superaría taurinamente a San Cristóbal. Que el pulso taurino entre Táchira y Mérida, en aquella linda y sana pugna de los 70-80 a ver quien lo hacía mejor, lo ganaría la Ciudad de los Caballeros.  Aduje que la seriedad y la proyección merideñas superarían (¡hasta en número de corridas!, dije) a la Feria de San Sebastián. Ello se ha dado y está sucediendo.

Pero, ojo. No saquemos las cosas de quicio. El hecho de que la entrañable Mérida tenga esa supremacía, con fino y acertado pulso lograda, no le da derecho a ningunear a nadie. Menos a un escritor activo, con ocho obras taurinas ya en su haber creativo, todo un símbolo de vocación, tesón y creatividad, a pesar de su apasionada forma de ser, su expresiva combatividad y sus veleidades. En él, cuidado, también deben verse, y respetarse, otros símbolos locales. Verbo y gracia, la Tachiranidad. La Cordialidad. La Antigüedad Taurina. La Entrega Intelectual y el Acrecimiento de la Afición.

Sevilla, sábado 14 febrero 2015

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