El toreo con la
izquierda del torero de Arnedo, lo más brillante de un festejo bastante
menos vibrante de lo esperado. Corrida
noble pero muy desigual de Alcurrucén.
BARQUERITO
LA CORRIDA DE Alcurrucén –dos primeros toros terciados, dos últimos
bastante más serios- fue de pintas
variadas. Parecía escogida. Castaño berrendo el primero y también castaño
pero chorreado el sexto, que fue el
galán del envío. Cinqueño, abrochado pero engatillado, muy astifino, más carnes que cualquiera de los otros. Tres
toros colorados: los dos del lote de Abellán y el segundo del de Padilla. A los tres les
pegaron en el caballo muy a modo. Cuarto y quinto sangraron hasta la pezuña, y el cuarto, que sembró de
charcos de sangre la arena, se acabó echando
mientras Padilla apuntaba en los medios con la espada. El quinto no dejó
pasar a Abellán con la espada.
El segundo fue de espectacular pinta. No solo colorado claro –casi
melocotón- sino berrendo y, como decían
los clásicos, cinchado. La mancha blanca como una cincha o gran cinturón. Los
toros cinchados son siempre bragados.
Lavado de cara, lucero en rubio –una rareza-, rabicano y calcetero, ojo de perdiz, morrillo de pelliza
frondosa, corto de manos, redondito, pitones
acaramelados: un cromo. Corretón y abanto de salida, galopadas sueltas
sin que Abellán se decidiera a sujetarlo
ni a contrariar su querencia, sino que pareció dejar al toro calentarse a
su aire.
Fríos de partida fueron casi todos, pero este segundo, más. Se fue del
segundo muletazo en busca de la
querencia, el tercio de sol. Ahí, corrido, había cobrado del picador de puerta
una dura vara, y ahí también se
indispuso entre distraído, asustado y a la espera en banderillas. A pesar de
todo eso, acabó siendo en la muleta fue
el de mejor son de la corrida. Elástico, fijo en el engaño. No demasiados ímpetus para lanzarse, pero
embestidas humilladas. No fue tanto cuestión de
convencerlo como de saberlo enganchar y vaciar. Eso lo hizo con
suficiencia y oficio Abellán, pero solo
por la mano derecha. Se calentaron lo justo toro y torero, pero un semidesarme
fue un borrón. Una buena estocada.
La corrida trajo, además, un toro negro mulato y listón, gironcito –una
mancha mínima en una axila. Fue el
tercero de sorteo y el primero en romper la tónica imperante: descolgaron y
humillaron los dos primeros, y el
primero lo hizo hasta exageradamente porque era corto de cuello, y este
tercero, en cambio, más flexible la
gaita –el cuello-, llevó la cara a media altura y hasta pegó al rematar viaje más de un zarpazo.
Toro de más a menos: imperativo en los preciosos muletazos de horma con
que Urdiales abrió faena, fijo en cuanto
se sintió ahormado, pero algo remolón a partir de la docena y pico de
viajes. Le costó empujar al toro, pero
en la cuarta tanda se echó el torero de Arnedo la muleta a la izquierda y lo obligó en cinco pases de
espléndida factura: la firmeza, el regusto, la despaciosidad, la pureza de la suerte cargada y ligazón
auténtica. Fue el momento mejor de toda la tarde.
Protestó luego el toro –el gatillazo a final de viaje- pero Urdiales
insistió sin duelo. Bonita faena: su
temple y su resolución. La banda la subrayó con una notable versión del
Cielo Andaluz, de Pascual Marquina. No
entró la espada hasta el segundo intento y no hubo más premio para Diego que el
de dejar su firma en esta fiesta, que
vino por cierto a torcerse con el sangrado del cuarto de corrida, que Padilla recibió con dos largas cambiadas
en tablas. Chicuelinas, una brionesa de remate
antes de llevar galleando al toro al suplicio de un puyazo severísimo.
Tres pares certeros de banderillas, una
apertura tórrida de faena –de rodillas, por alto y a golpes- no pareció la
medicina adecuada. Se paró el toro,
entre rendido y afligido.
El primero de la tarde, de mucha bondad, castigado por dos puyazos
traseros abusivos, se apagó en la
muleta, y Padilla, muy gruñón, se metió entre pitones, se desplantó, se puso de
perfil y tuvo el mérito de acoplarse al
rebrincado ralentí del toro, que duró muy poco. Una estocada muy tendida y atravesada. El quinto no levantó el ambiente
dejado por el cuarto. Deslumbrado, fue el más brusco de los seis pero, luego de eso, se vino a
apagar. Abellán no lo vio con la espada.
En su segundo turno volvió a hacerse sentir el buen estilo de Urdiales.
Solo que este sexto toro, la cara arriba
siempre, irregular condición –un viaje sí, pero no el siguiente, y así varias
veces-, no pudo llevarse tanto mimo
como el tercero. Sí una faena seria, de firmeza absoluta, buen aguante y estupendo pulso. Con la mano izquierda de
nuevo apareció el Urdiales clasicista: engaño
planchado y pequeño, el vuelo exacto, la colocación. Pero no quiso el
toro más que lo justo.
FICHA DE LA CORRIDA
Valencia. 5ª de feria. Casi media plaza. Fresco, nubes y claros.
Seis toros de Alcurrucén
(Pablo, Eduardo y José Luis Lozano).
Corrida de hermoso remate y distintas pintas. Cinqueños primero y último. Abantos de salida, pero con fijeza en
el último tercio. El 2º fue el de mejor nota; el 3º, en estilo distinto, dio juego. Bondadoso el
primero, muy castigado en el caballo, como el 4º, desangrado. De más a menos el 6ºo. Brusco el
5º
Juan José Padilla, saludos y silencio
tras un aviso.
Miguel Abellán, vuelta al ruedo y
silencio.
Diego Urdiales, saludos tras un
aviso en los dos.
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