Una
gran corrida de El Parralejo, con tres toros espléndidos. Generoso premio de
dos orejas para el torero de Almassora y solo una, pero de ley, para el de
Olivenza.
BARQUERITO
UNA
SOBERBIA NOVILLADA DE fuenteymbros de El Parralejo. Tres toros
sobresalientes: un primero y un cuarto
de son espectacular, y un sexto de bravo nervio. De distinto manera los tres
restantes: un segundo bis, sobrero, cabezón, que desigualaba el lote y el
reparto, protestó antes de rajarse, o de pretenderlo; de más a menos un tercero
noble; y noble un quinto que tuvo menos motor o gasolina que cualquier otro.
Salieron galopando todos o casi todos, y casi todos, que no todos, se movieron
mucho y sin duelo.
Las embestidas largas de los tres novillos
sobresalientes vinieron subrayadas por una entrega y una fijeza raras de ver.
Meter tanto y tan generosamente la cara se cobró su precio: dos volatines
completos del cuarto, pero que no lograron troncharlo pese a caer a plomo en el
segundo; otro del quinto, que claudicó antes de la voltereta y escarbó
disimuladamente. También el sexto, que se escoció en banderillas, se volteó dos
veces, pero fue el más pronto, serio y ganoso de la corrida, de manera que
recién aterrizado del volatín ya estaba listo para volver a jugar, venirse y
atacar.
El lote, la lotería, cayó en manos de Jorge
Expósito, el torero de Algemesí, que ha progresado notablemente: como muletero
a pies juntos, en la onda de por ejemplo Vicente Barrera y su original manera
de cargar la suerte para enganchar los viajes de vuelta. Detalles de valor, de
valiente: larga cambiada de rodillas para saludar en tablas al primero; y una
apertura de faena muy de largo, la pedresina genuina y bastante bien librada;
cierto aire temerario. Tuvo mérito no dejarse sobrepasar ni descubrir por dos
novillos de tan alta nota.
Al cuarto lo esperó en el mismo anillo –parecía
que iba a plantarse a porta gayola, pero no- y lo libró con dos saltilleras o
valencianas de caro riesgo, una tercera de tanda no salió, y media de rodillas,
muy de Barrera. En la faena, de menos a más, de irse creciendo y confiando
Expósito, hubo una segunda parte bastante redonda, y no solo entonada, de
muletazos largos muy tirados, encajada la figura siempre. Largos los muletazos,
y largas las dos faenas –no hubo ninguna que no lo fuera, todas pasaron de los
diez minutos- pero obligaba el compromiso: en tendido de sol dos centenares de
partidarios. Los de Algemesí. No entró la espada ni a tiempo ni a punto.
La cosa estaba pensada para medir al jerezano
Ginés Marín, afincado en Olivenza, y Jonathan Varea, castellonense, de
Almassora. Dos de los seis o siete pesos pesados del escalafón. Distintos. La
suerte, relativamente equitativa en el reparto de toros. Para Ginés, el
sobrero, que no mordía pero fue el garbanzo negro; para Varea, el bravo sexto,
que lo desarmó en el saludo de capote y le tropezó la muleta casi por sistema
en las tres primeras tandas de una faena que tuvo su cumbre inesperada
justamente en el cuarto asalto: una monumental tanda en redondo,
despaciosísima, ligada, soberbio el ajuste.
No es común que un novillo-toro responda dócil y
suave después de haber enganchado engaño tanto como lo hizo este. Pues fue el
milagro del temple, patente no solo en esa tanda, sino en dos más que vinieron
después. De calado no tan profundo, pero muy brillantes. Los remates con el
cambiado a suerte cargada, perfectos, parecen especialidad de la casa. Antes de
cobrar una estocada ladeada y tendida, un adorno final por muletazos agachados
y casi en cuclillas, feos de ver y mal logrados, desdijo del serio fondo que tuvo
todo.
Marín anda más suelto y más fácil que Varea: la
soltura se traduce en aparente ligereza, pero no es tal, sino que con la mano
izquierda el don es sencillo, natural, de virtuoso. El natural ligado con el
auténtico de pecho es el abecé del toreo clásico, tanto como la ligazón pueda
serlo del toreo moderno, y las dos cosas estuvieron en la faena de Ginés al
quinto. Torero muy elástico –no le pesan los engaños-, fresco y risueño. Como
si no tuviera modelos. De rodillas en los medios para abrir con el quinto y
dejándolo venir sin freno; temple para medir el poder del toro; rigor para
ordenar la faena. Con el sobrero también supo organizar la trama. Muy seguro.
En Varea se hace sentir un surtido de influjos: el
trazo largo de Perera, la compostura de Ponce, el descaro de Talavante, el
ensimismamiento de Manzanares. ¿Algo más? Un punto rígido con el capote Varea,
pero atrevido y, aunque forzada la figura, vertical. Mejor en Valencia que hace
dos semanas en Castellón, donde presentó fidedignas, indiscutibles
credenciales. Obsesionado por torear
despacio, Varea, en estudiada parsimonia, ampulosa la expresión pero no
postiza, parece decidido a abundar en esa línea. El tercer parralejo, al aplomarse, pudo ser la gran prueba. Pero
entonces prefirió el torero de Almassora los rizos en cortas distancias. Las
espadas, en alto. Habrá más duelos.
FICHA DE LA CORRIDA
21 marzo 2015. Valencia. 10ª de feria. Un
tercio de aforo. Fresco y nublado, pero sin viento. Ligera lluvia en el quinto
toro. Casi tres horas de festejo.
Seis novillos de El Parralejo (José R. Moya). El segundo, sobrero, desdijo por fondo
y forma de un conjunto de gran categoría. Primero, cuarto y sexto,
sobresalientes. Muy bien hechos los cinco titulares: se aplomó el tercero,
justo de fuerzas el noble quinto.
Jorge
Expósito, saludos tras aviso en
los dos.
Ginés
Marín, vuelta tras un aviso y
oreja tras un aviso.
Jonathan
Varea, ovación tras un aviso y
dos orejas.
Dos grandes pares de Javier Ambel.
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