El
Domingo de Ramos desafía a su propio destino con seis toros de hierros míticos
en Las Ventas en una corrida que ha desatado una expectación sin precedentes.
ROSARIO PÉREZ
Diario ABC de Madrid
Lo que su verdad esconde no es un secreto. En su
nombre, ha ganado batallas y ha derramado sangre. En su nombre, el próximo 29
de marzo se cita con la Historia y desafía a su propio destino. Porque solo
ella le hace libre.
Lo que su verdad esconde lleva el hierro de la
pasión y el dolor. Duele contemplar el rostro de Iván Fandiño, flaco y doliente
como un Cristo, con la piel resquebrajada y pegada a los huesos, con unos
nudillos que se afilan cuando hace la cruz en unas estaciones que se han
anticipado a la Semana Santa. Sus arrugas encierran el verso machadiano del
hombre que vive en paz con el mundo y en guerra con sus propias entrañas, en
ese círculo en el que al final su gloria será también la de los otros.
«Maestro, en su muleta está el destino de muchos de nosotros», le dijo un
novillero en la tapia. Y esa frase se ha inmortalizado en la figura que el ya
fechado como 29-M protagoniza la hazaña nunca antes vista de lidiar seis toros
de divisas míticas en Las Ventas: Pablo Romero, Palha, Victorino, Adolfo
Martín, Cebada Gago y José Escolar [estos son los toros]. Una tarde para la
leyenda del siglo XXI, un acontecimiento único que ha despertado una
expectación sin precedentes en la inauguración de la temporada en la
Monumental, bajo las riendas de Taurodelta.
–Nadie se
atrevió con tanto. ¿Por qué lo hace Iván Fandiño?
Mucha gente se preguntará qué necesidad me mueve,
y profesionalmente no la tengo. Estoy anunciado dos tardes en Sevilla, dos en
San Isidro, torearé en Pamplona y Bilbao, tengo la temporada francesa hecha; he
renunciado a Valencia y Castellón... El motivo es personal, una necesidad
interior, una manera de dar las gracias a Madrid por todo lo que me ha dado.
–¿Es
consciente de los riesgos de una apuesta de tan alto calibre?
Sé de la dificultad. Me llevo preparando desde
octubre, entrenándome más que nunca, para tener capacidad de improvisación y no
ir con prototipos de faena, que solo bloquean. El arte está en la creación y la
preparación.
–¿Quita más
el hambre y el sueño verse anunciado con esos hierros?
–Las horas de sueño se hacen cada vez más cortas;
las noches, cada vez más largas. Por mis circunstancias, me ha tocado ya lidiar
con estas ganaderías. Pero este reto es especial y me siento más torero que
nunca.
–¿A qué
torero verá Madrid el Domingo de Ramos?
A uno que se va a medir con su libertad y que se
va a enfrentar a su destino y al de muchos.
–La palabra
considerada el bien más preciado por Cervantes inunda su twitter personal. ¿Qué
representa para usted?
No deberme a nada ni a nadie. Gestionar mis fracasos
y mis triunfos con mi espada y mi muleta, ser el dueño de mi destino. Para mí,
la libertad no es acomodamiento, es un acto de rebeldía en el día a día,
enseñar mis uñas y mis garras, ir casi con el cuchillo entre los dientes.
–Se adueña
de una cruda sentencia: «El auténtico guerrero sabe que solo tiene una opción,
ganar o morir en el intento». Suena duro...
Lo contemplo como algo natural. Tengo una cita con
la Historia, y para mí va más allá de lo cotidiano. Si he de morir, moriré
libre y con las botas puestas.
–¿Siente
usted dolor al torear?
La entrega del cuerpo muchas veces puede parecerse
al dolor. Después de muchas faenas puedes llegar a sentir esa sensación de
vacío, del dolor de perder a alguien; todo se quebranta en el alma cuando
afloran tantos sentimientos. La soledad, el vacío, el sentirte realizado y a la
vez hundido. La faena al toro «Grosella», de Parladé, fue una de ellas.
–Esa tarde
se consagró de manera unánime en Madrid y también cayó herido. ¿Alguna vez se
ha sentido derrotado?
Sí, pero he superado cada derrota. La mayor
victoria es volver al campo de batalla tras un fracaso.
–Paulo
Coelho decía también que quien entienda el alma del mundo entenderá el lenguaje
de la vida. ¿Qué idioma habla Fandiño?
Seco, puro y de verdad. Ni me gustan los
aspavientos ni busco la sonrisa. Algunos aficionados me comentan que mi toreo
suele hacerlos estremecer.
–La afición
acudirá en masa al reclamo de este acontecimiento. Primer éxito, la taquilla.
Es una gran responsabilidad que acuda tanta gente.
Pero, mire, muchos aficionados me transmiten que soy el torero del pueblo, y el
pueblo quiere héroes y gestas.
–Y
después... Miuras en Sevilla. Siguiendo su lema del «más difícil todavía», su
reto se funde con su instinto salvaje de Narasinja y huye de toda rutina.
No me va, me aburre. Me atrae el misterio y hacer
cosas que nadie se ha atrevido a realizar. Cuando estoy en la cocina, me gusta
darle picante a la vida.
–En esta
aventura venteña, el león (su símbolo) se enfrentará a toda una selva brava.
Muchas veces me siento un David contra seis
Goliats, pero creo que debo reivindicarme así, y hacer lo que la afición
demanda y espera de los toreros. En ocasiones, dejamos de lado los gustos del
aficionado.
–¿Quién
manda en la Fiesta: el toro, el torero o el empresario?
En la Fiesta no lo sé; en mi vida y en mi carrera,
yo mismo. Todo lo que tengo me lo he ganado yo: nunca he implorado nada ni debo
nada a nadie.
–¿Hace lo
que quiere?
Sí, aunque no todo lo que me gustaría.
–¿Enemigos?
Me gusta tenerlos cerca, pero los veo sobre todo
en fotos...
–¿Y divisa
la Puerta Grande?
No veo esa imagen. En una tarde de esas
características siempre te tienes que poner en lo peor y estar mentalizado para
lo que venga. Hay que estar al cien por cien, ser uno mismo. El mayor triunfo,
más que las estadísticas, es que sea una gran tarde de toros y salir satisfecho
conmigo mismo. Sí sé que habrá pasión y dolor..
Iván Fandiño (Orduña, 1980) ha abandonado por un
día su retiro espiritual en la finca «Doña Elvira», de Cayetano Muñoz, para
tentar en casa de Zacarías Moreno. Cada luna de 2015 la ha observado desde su
particular abadía extremeña, donde se desvela por la rosa que sí tiene nombre,
por la libertad por la que emprende esta aventura. «Ni leo, ni veo la tele, ni
sé lo que sucede en el mundo; me busco en mi soledad, en mi sosiego espiritual,
y solo de vez en cuando me pongo música». Como un Rocky en su entrenamiento de
nieve y fuego, con un Micky (Néstor García) que lo guía en el combate de su
vida, ha perdido media docena de kilos, uno por cada toro de férreo apellido.
Allí, en su «monasterio» pacense, nunca suena la campana...
Entre sorbo y sorbo de café, Fandiño guarda
silencio, ese que anticipa a la buena milicia del «Guerrero de la Luz», como si
estuviera embebido en la disciplina de Coelho. «Me encanta ese autor, sobre
todo,“El alquimista”», confiesa. Sus ojos brillan y esboza una tibia sonrisa
mientras parafrasea al novelista: «Cuando quieres mucho una cosa, el Universo
conspira para ayudarte a conseguirla. Y mi apuesta es todo corazón».
El fotógrafo y quien esto firma miran acongojados
al hombre que habla de la vida con la misma naturalidad que de la muerte.
Duelen su verbo y su toreo ante las complejas vacas que le han tocado en
suerte, con la secuelas de una segadora y antigua cornada en el muslo derecho,
sentido y hundido en la tierra y en su propio pensamiento. Duele como dicen
dolía ver torear a Belmonte...
De nuevo el sufrimiento se holla en su tez broncínea
y seca. «¿Sabe? Madrid es incomparable a cualquier plaza del mundo. Cada vez
que la contemplo, me quedo maravillado por todo lo que ha significado para mí.
Ella merece la grandeza de gestos así. Pero sin miedos, porque nadie llegó a la
cumbre en su compañía, sino vencidos por el valor, preparando la mente en
soledad. Sé que hay gente que espera y desea mi fracaso, y otros, mi triunfo.
Pero solo en mi espada y en mi muleta se encuentran mi destino y mi libertad».
Lo que la verdad de Iván Fandiño esconde no es un
secreto. «Aunque no todos la conocen...» Se llama libertad, y en su nombre
emprende esta epopeya alejada de lo terrenal. «Quien quiera verlo, que se dé
prisa...»
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