Sin
fortuna ni inspiración, el torero de Orduña cumple muy discretamente su
arriesgada aventura de matar a solas seis toros. Lleno hasta la bandera, fuerza
del gancho torista. *** Sobresalientes en pasivo David Saleri y Jeremy Banti.
Buenos pares de Jarocho, Miguel Martín y Jesús Arruga. Brega notable de Pedro
Lara y Javier Ambel.
BARQUERITO
Fotos: EFE
Fotos: EFE
LA APUESTA TEMERARIA de Fandiño –único espada,
Madrid, seis toros de divisas y hierros comprometidos- se torció antes de lo
previsto. No era sencillo estar a la altura de la expectación, que de antemano
venía provocada más por el sesgo torista de la apuesta que por el reto del
propio torero de Orduña. El gancho mayor
era la imagen de cada uno de los seis toros de la aventura, imágenes lujosamente
reproducidas en los portales de información taurina desde el pasado viernes
–cuando el reconocimiento- y hasta el mismo momento del apartado a mediodía.
Se llenó la plaza. 24.000 almas. Un público
ligeramente distinto del de cualquier fasto de San Isidro. Gente conmovida por el gesto de Fandiño y
hasta entregada de partida con él. No es que fuera propiamente de gala el
ambiente, pero ambiente había, y se estuvo mascando hasta el arrastre del
cuarto de los seis toros del desafío, que fue, con el hierro de José Escolar y
sangre Saltillo, el de más marcada
personalidad de los seis apartados.
O de los siete, si se cuenta el sobrero de Adolfo
Martín que entró, de quinto bis, por un victorino de muy buen ver pero
lastimado tras emplearse sin reserva en un puyazo primero con derribo y encele.
Justo antes del tercer par de banderillas, cuando se hizo inocultable que el
toro se había descaderado, el palco lo devolvió al corral. El toro de Victorino
ocupaba un lugar estratégico en el orden de lidia. Era el quinto. Se dejó
sentir que era de buena nota –un Garduño de rara reata- pero a Fandiño se le
negó esa posible providencia. Para entonces, el gesto del torero se había
quedado anclado en sus meras intenciones.
El pablorromero de
Partido de Resina, que rompió plaza, no tuvo gasolina ni alma; al hermoso
toro de Adolfo, segundo de orden, solo pudo Iván cuajarlo a gusto en un
ramillete de verónicas y una tanda despaciosa que se quedó en promesa de una
faena muy a menos; el bello toro de Cebada Gago, tercero, se venía encima
cortando no por sentido sino por falta de brío.
Así que la apuesta de verdad, la seria, la de
jugarse la tarde y la fama, fue el toro de Escolar, saludado al asomar con una
ovación de gala. Toro de soberbio trapío, puro músculo, muy enmorrillado,
cárdeno, fino de cabos, bien lleno -562 kilos- y de inquietante condición. Se
descaró de salida vuelto a tablas. Al llegar al primer burladero de donde lo
llamaron se enredó con la arena amontonada que camufla las tablas de base y
escarbó con una suerte de fiereza insólita en tales trances. Luego, se movió
con la codicia y prontitud características y casi privativas del encaste Saltillo. Atacó en la primera vara y
apretó, pero luego de sangrarse volvió grupas.
Fandiño decidió dejarlo para la segunda vara en el
mismo platillo, y el toro se desentendió. El detalle dividió las opiniones
ruidosamente. Una vara cobrada de frente y valerosamente por Israel de Pedro,
la segunda y definitiva, puso de acuerdo a la inmensa mayoría. Fandiño quitó
por chicuelinas ajustadísimas pero desiguales, porque el toro se acostaba.
Lidió por delante y sin pegar sino dos capotazos Javier Ambel, y la gente
reconoció el detalle. El ambiente estaba caliente. Pero el toro fue todo menos
sencillo: pegajoso ya en el tanteo con que Fandiño abrió faena, agresivo en el
fondo, celoso en cuanto hubo que pelear cara a cara. Terco ahora, Fandiño se
empeñó con la zurda pero sin poder ligar ni templarse. Antes de eso, un desarme
porque el toro no llegó a descolgar. No hubo hilván. Media lagartijera muy
trasera –con palotazo en la mandíbula- y seis descabellos.
Después de la devolución del toro de Victorino,
Fandiño pareció muy desanimado. El sobrero de Adolfo, degolladito, entre vuelto
y veleto, saltillo puro, de notable viveza, salió quebrantadísimo de una
primera vara muy severa. Fandiño se empeñó en ponerlo de largo para una segunda
–y eso ni procedía ni gustó- y la deriva fue luego muy deslucida. Por sangrado,
el toro se puso demasiado revoltoso y, por falto de fondo, se acabó quedando a
medio viaje aunque no debajo. Fandiño no le vio la muerte –dos pinchazos sin
pasar, una estocada a paso de banderillas y soltando el engaño- y entonces
sonaron pitos de castigo que fueron como la sentencia de la tarde toda. Al toro
de Palha que cerraba, y salió abanto y manseando, Fandiño lo recibió con larga
afarolada de rodillas en tablas. Fue el último cartucho. Toro manso, de no
fijarse en nada: flaqueó, se frenó y se rajó. Fandiño abrevió. Trago amargo.
FICHA DE LA CORRIDA
Madrid, 29 marzo. Corrida de Inauguración.
Lleno de No hay Billetes. emplado, nubes altas.
Toros de distintos hierros. Todos,
cinqueños. 1º, de Partido de Resina,
monumental, noble, apagado; 2º, de Adolfo
Martín, muy armado, bondadoso, a menos; 3º, de Cebada Gago, bien hecho, sin celo ni gana de pelea; 4º, de José Escolar, espectacular, serísimo,
pronto, celoso; 5ª bis, de Adolfo Martín,
quebrantado en varas, codicioso pero revoltoso; 6º, de Palha, fuera de tipo, peleón en el caballo, rajado y frenado.
Iván
Fandiño, único espada. Silencio,
silencio, silencio, división tras un aviso, pitos y silencio.
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