Delirio en la plaza de Valencia con su ídolo de
los 80, que a sus 52 años, 40 operaciones y prácticamente impedido triunfó a su
manera ante Enrique Ponce y José María
Manzanares.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Fotos: EFE
Escribo
desde la tristeza. La grotesca gloria de El Soro (re)aparecido es la más
degradante derrota para el toreo y para el toro bravo que se haya presenciado jamás. ¡Y en una plaza de
primera categoría! Un hombre tullido, hinchado como un globo, el rostro como
Rocky en el último asalto, sostenido en
un alza y en lucha permanente con su destrozada vida y su reconstruida rodilla,
le pegó ayer pases a sus 52 años y tras
dos décadas fuera de los ruedos al estereotipo de toro que los superdotados de la
torería andante del siglo XXI exigen para sus
hazañas. Nada más esperpéntico ni más macabro ni más grotesco. El
consentimiento de Enrique Ponce en su día grande de las bodas de plata de su alternativa y de José María
Manzanares nunca se debió producir por amor propio y dignidad profesional por
muchas presiones que hubiese.
Soro les
aseguró el cartel de «no hay billetes» en la vuelta a Valencia y exaltó la
plaza con su sola presencia curvada, encogida la pierna que esconde una ferretería, el cuerpo deformado
como un ocho y las facultades físicas borradas del mapa...
¿Mérito del
Soro? Todo y más. ¿Inconsciencia? Toda y no sólo suya. Aquí existe un tribunal
veterinario para examinar los toros pero no uno
médico para los toreros como existe en el boxeo. A Soro por suerte le
salió un amigo de Juan Pedro Domecq y demostró que se pasa la sabiduría del maestro de Chiva y los
abdominales de Manzanares por el forro de la taleguilla de su raza. Ni falta
que le hacen para parar al toro como su
osamenta le permite, clavar banderillas como un reflejo deformado de su pasado
-¡pero las clava incluso al quiebro y al violín
sobre el galope desbocado y las ventajas regaladas!- y alargar los pases
por una y otra mano en una imagen dolorosa.
Brindó Soro
a su familia bajo el eco del alboroto todavía del tercio anterior, y antes de
la segunda tanda agarró una bandera de Valencia y holló el centro del ruedo como Armstrong la
luna en el 69. El extraordinario juampedro de bueno era santo, y el Soro
disfrutó su felicidad mientras el mérito
de ponerse delante de un toro caía a los límites de cuando Morilla se tiró de
espontáneo en 1994 con su alza de 20
centímetros... La espada hizo guardia y luego se hundió como un clamor.
Recogió El Soro exultante la bandera y paseó una oreja que, ya puestos a joder el Perú, podían haber sido
dos...
Vicent
celebraba aquello como la victoria propia que era, como un gol en el Mundial
del 82, cuando el sorismo se hallaba en plenitud, y agitaba a las masas y alzaba los brazos y
cerraba los puños como un niño grande. Luego se fue en el cuarto a portagayola
o algo más lejos y se sentó en una
silla. Tócate los nísperos. Y justo cuando el toro castaño iba alcanzarle se
levantó y voló una larga cambiada temeraria. Y
volvió a poner banderillas, a medias con Montoliu ahora, haciendo
molinillos, tirando de pierna y entrepierna. La plaza enloqueció. Es la España de Max Estrella y Valle.
El Soro
brindó a Ponce y se metió en una pelea con el juampedro picantón. Y un tipo se
arrancó a cantar flamenco. Una pesadilla surrealista. De la suerte del volapié
salió rodando el matador con la banda rajada hasta la ingle. Milagrosamente
intacto se levantó agitado para
descabellar entre un revuelo de capotes. Los machos no se le sujetaban
en el gemelo inexistente y la taleguilla se le caía. Volvieron a pedir la oreja con fervor y la cosa quedó en dos
vueltas al ruedo, un corriendo alocadamente. La puerta grande acariciada y la
enfermería abierta.
Cuando sonó
la hora de los maestros apolíneos, apenas Enrique Ponce captó la atención con
un cinqueño que le exigió a media altura más
allá del postureo. Y como mató de un bajonazo le dieron una oreja casi
como la ovación de reconocimiento. Ovaciones hubo para dar y tomar. Por el aniversario, por la orfandad,
por la reaparición. Tantas como brindis de pasteleo entre unos y otros.
Después
siguieron apareciendo toros con más imposibilidad física que El Soro, y los
fenómenos que se echaron al ídolo de Foyos por
delante hicieron un formidable ridículo entre poses, pinchazos y
bajonazos. Pero ninguno se fue a portagayola a dar replica al cojo que se
los merendó. Por listos.
FICHA DEL
FESTEJO
Plaza de toros de
Valencia. Lunes, 16 de marzo de 2015. Cuarta de feria. Lleno de 'no hay
billetes'.
Toros de Juan Pedro Domecq, incluido el anovillado, blando y parado sobrero (3º
bis), de diferentes remates y seriedades; extraordinario el 1º; sin terminar de
humillar y midiendo el cinqueño 2º;
tremendamente flojo y vacío el aniñado 5º; el 4º se movió con su chispa; bueno
sin duración el 6º.
El Soro,
de verde botella y oro. Estocada que hace guardia y estocada (oreja). En el
cuarto, media que escupe y varios descabellos
(petición y dos vueltas al ruedo).
Enrique Ponce,
de azul rey y oro. Estocada trasera y baja. Aviso (oreja). En el cuarto,
bajonazo (silencio).
José María Manzanares, de negro y azabache. Cuatro pinchazos y
estocada. Aviso (silencio). En el sexto, bajonazo que hace guardia y descabello (leve petición y saludos).
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