FERNANDO
FERNÁNDEZ ROMÁN
Desde estas alturas y con tantos años a las
costillas, las cosas se ven mejor, libres de prejuicios, más claras. Por eso
llevo años predicando por conciliar a las gentes del toro en un seminario.
Llevo años solicitando un encuentro a puerta cerrada de los representantes más
cualificados, entresacados de los gremios que intervienen de forma activa en
esta fiesta de los toros para clarificar situaciones, objetar cuestiones,
exponer problemas, plantear soluciones y, en definitiva, poner negro sobre
blanco y atalayar el futuro sin perder de vista el horizonte, es decir, sin
mirar para atrás –y menos aún con ira—, afrontando el momento actual como la
degradación de un desbarajuste largamente incubado que demanda la urgente adopción de medidas
drásticas; unas medidas de tal calibre que sean capaces de hacer aflorar un
espectáculo taurino en sintonía con la realidad de nuestro tiempo.
El seminario, pienso, sigue siendo de urgente
convocatoria y sus conclusiones deberán tener carácter de inapelables. Ahora
bien, antes del seminario, antes de meterse en harina para la elaboración de un
trabajo en común, es menester partir del Informe, así, con mayúscula. El
Informe no es sino la confección y el montaje de un escaparate fidedigno del
estado actual de las cosas, o si quieren un diagnóstico minucioso de los males
que afectan a la fiesta de los toros, vengan de donde vengan y sean de donde
fueren.
El Informe habrá de entrar en profundidad
sobre la confección de un Reglamento Taurino que quite las telarañas del
anterior, eliminar aquellos pasajes de la lidia que choquen frontalmente con la
sensibilidad de la sociedad actual, sin que ello menoscabe sus valores esenciales,
abordar una inflexible bajada de costes, recuperar la puesta en escena del toro
bravo y encastado –el que dé sensación de riesgo permanente, pero que a la vez
posibilite el arte del toreo–, plantear una reforma de los escenarios
dieciochescos y decimonónicos, para que ganen en confortabilidad, exigir una
optimización de rentabilidades en todos los sectores y, sobre todo, diseñar una
política de comunicación, solvente e independiente, que sea capaz de captar
militantes para la causa, despertando la ilusión de las nuevas generaciones,
que son el garante de la continuidad y renovación del colectivo de aficionados.
¿Quiénes habrán de redactar el susodicho
Informe? Solo una Comisión absolutamente ajena a los intereses de empresarios,
toreros, subalternos, ganaderos, etcétera. Como soy perro viejo, harto de hacer buñuelos, ya estoy viendo venir a los
cofrades del integrismo taurino, extraído
de aquellos sectores de público más afectos a la radicalidad. Dirán
algunos: “¡qué salga el toro íntegro, fuerte y serio y que el torero se dedique
a hacer el toreo “eterno”! ¡Ya verán cómo la Fiesta resurge en pocos años!”
Lo dudo. No es que dude del toro con el aspecto descrito –ya he dicho que lo
considero imprescindible–, es que dudo de esa entelequia que llaman el toreo “eterno”.
¿Se imaginan a todos los toreros interpretando
las suertes de la misma forma? ¿Se imaginan a todos los pintores pintando las
mismas cosas con la misma técnica y el mismo trazo? ¿Se imaginan, en fin, a
cualquier artista viendo cómo se coarta su imaginación o su inspiración porque
no sigue la rigidez de un precepto? Desconfíen de todos los “istas”. De los “puristas”, también.
La historia del toreo nos demuestra que son,
quizá sin proponérselo, los grandes capadores de la grandeza de este formidable
espectáculo. Y los más recalcitrantes. Y los menos válidos para entrar en las
cuestiones formales del Informe. Tampoco sirven los profesionales del ramo,
como se diría en frase del común. Cada cual vendría con su escoba bajo el brazo
para utilizarla de dos modos distintos: barriendo para casa y liándose a
escobazos con el vecino, so pretexto de que le afectan directamente sus
barreduras. Con estos elementos nunca se alcanzará un acuerdo razonable.
Jamás.
En el seminario que propongo deben estar al
otro lado de la mesa. Como la propia Mesa del Toro, que nació en un ejercicio
de buena voluntad, pero contaminada por los intereses contrapuestos de sus
integrantes. La Comisión del Ministerio de Cultura que preside Juan Antonio Gómez Angulo podría ser un
buen punto de partida, pero reforzada por otra Comisión más activa y aséptica.
Hay gente para ello. Profesionales de nivel, a todos los niveles, por supuesto
culturales. Y con ganas de trabajar, incluso gratis. Todo por la Fiesta. Todo
por la cohesión entre gremios tan dispersos y tan desmesuradamente poblados.
Todo se puede lograr si el Informe no suaviza un ápice la cruda realidad y los
escuchantes afectados directamente lo acatan y firman un manifiesto definitivo
y legislativo, implicando en ello a los poderes públicos.
El seminario es vital. Y si alguno piensa que
es una casa de curas, le diré que, en efecto, de eso se trata: de crear una
casa de curas. Para curar, no para repartir hostias. Amén.
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