Guillermo
Rodríguez
RADIO
CARACOL - COLOMBIA
LIMA.- Es verdad como lo anoté en la reseña del festejo celebrado en Acho este
domingo 2 de diciembre, elaborada en la terraza del Bolívar que la genialidad
de tres toreros dotados de enorme capacidad lidiadora hicieron posible que la
corrida más esperada no fuera un fiasco por esa incapacidad de los taurinos
para frenar la codicia, la imprudencia y la ignorancia. No pueden seguir
creyendo quienes manejan lo taurino que la depredación no tiene fronteras. Es
menester advertirles que están cruzando la línea roja que jamás debieron pisar.
Es preciso que las autoridades de plaza asuman
su papel, corrijan el entuerto, y se pongan del lado del respeto al aficionado
que sostiene una fiesta en muchos aspectos escuálida, raquítica, donde la
ausencia de la emoción es la nota dominante. Y sin esa emoción el toreo
desaparecerá como tantas especies que hoy no hacen parte de la vida de la flora
y la fauna.
Es verdad que El Juli mostró con el segundo (bis)
ese portento de la mano baja. Es cierto que Ponce inventó dos faenas con toros
que en otras manos pasan inadvertidos, y nadie pone en tela de juicio el gusto
de Manzanares. Pero la fiesta es de toros y no de toreros. La corrida se
asienta en el toro, en su presentación, en el trapío, en las hechuras. Cada
plaza ha ido moldeando un toro y nadie pretende que el de Sevilla sea el de
Bilbao o el de Calahorra el de Pamplona. Al salir del toril, el espectador de
inmediato escruta, evalúa y juzga y por eso las pitadas en Acho, la
reprobación, el disgusto, el enfado que hizo que saltaran voces agrias para
censurar a la ganadería titular de la tarde, la de Don Roberto Puga tan ligado
a la última historia de la plaza limeña.
¿Quienes son los veedores de las llamadas figuras?
¿Qué hace la autoridad? ¿Y los apoderados que se lamentan tras el arrastre? ¿Y
los toreros? ¿Y las juntas técnicas?
Oí a uno de los apoderados quejarse en el
callejón con amargura de que "aquí (en Lima) no dejan traer el toro
de Quito (supongo Huagraguasi o Triana), ni de México”… Esto no puede
ser, exclamaba a un empresario europeo que no salía de su sorpresa por el toro
que se estaba lidiando.
Hubo toros en el ruedo que jamás debieron
salir de la dehesa. Pero salieron. Hay desazón, desconcierto y lo que es peor
es que el taurino medio que hace un gran esfuerzo por cubrir el valor de una
entrada lo pensara más de una vez para pasar por taquilla. Para ver eso,
prefiero quedarme en casa, dirá. El señor Puga, creo, es consciente de las horas
bajas, de que ha llegado el tiempo de revisar libros, de mirar sementales y
vacas porque ese coro en contra de sus pupilos, amargo para él y su familia, no
puede ni debe repetirse una vez salga el
toro libre de sospechas.
Ya viene la Feria de Cali. Ojala el balance
sea el que todos esperamos de cara al ganado pues los tiempos que corren,
revueltos, agitados por el anti taurinísimo amerita la seriedad del toro. Sin
exageraciones, Sin estridencias. Que eso que se anuncia sea respetuoso con la dignidad,
con lo que debe ser un toro de lidia que no es precisamente un animal de
compañía como los antis creen.
La tarde agridulce del 2 de diciembre es una
mancha, porque más allá del juego del toro (siempre un misterio) está la
delicadeza de la presentación que no puede tener dobles miradas.
Y uno sabe que Ponce, Juli o Manzanares pueden
con eso y el padre de aquél… Que lo que hacen con una superioridad a la media
del escalafón debe tener correspondencia con el toro que lidia.
Vi el rostro de disgusto y desencajado del
Juli, ese que dio la batalla en la tribuna y en el ruedo, del Ponce que salió
ileso en su grandeza de Bilbao y de Manzanares que nos encandiló en Sevilla
tanto en abril como en la Feria de San Miguel, desalentados por los despojos que
lidiaban en Acho.
Es verdad que aun tengo sensaciones que
alivian este desastre ganadero por la
entrega de los tres... pero sin toro nada es viable. Donde está el toro está la
corrida decía sabiamente Don Gregorio Corrochano. Y el 2 de diciembre, en Acho,
día aciago, brilló en muchos pasajes por su ausencia y no solo por el
descastamiento sino por la presentación, obligación sine qua non de un
ganadero.
América no puede convertirse en el patio de
atrás, en el lugar para la complacencia con la ignominia, con el solaz del
guerrero tras la larga marcha europea. "Vamos a hacer la América", decían
frotándose las manos los españoles que venían desde los cincuentas del siglo
pasado por el tipo de toro que se lidiaba entonces en nuestras plazas y se
regodeaban con las alforjas que esperaban llenar de vuelta a casa. Esa sonrisa
irónica de la taurinidad festiva del alivio americano para la tropilla será la
ante sala del desaguisado que en su momento nos pasará a todos factura sin
necesidad de que los antis levanten un solo dedo… Quito, Bogotá, San Sebastián,
Cataluña. Si no advertimos como en el cuento de Monterroso que el dinosaurio
estaba allí, no merecemos el titulo de taurinos. Toros, sí, mojiganga, no.
Todo expresado con respeto y preocupación.
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