JORGE ARTURO DÍAZ REYES
Burladero / Colombia
Fotos: EFE
CALI (Colombia).- Los bogotanos de Juan Bernardo Caicedo, livianos excepto
el primero, disparejos, poco maduros, trajeron raza, quizá mucha, pues en sus
peleas la rudeza y mal genio le ganó a la nobleza. Sin embargo a la gente le
gustaron así pues aplaudieron cuatro arrastres. El temperamento pasa más que la
bobería, no hay duda, estoy de acuerdo. Por otro lado, las multicolores capas
jaboneras, negras y coloradas pregonaron los ancestros vazqueño del encierro y matizaron la tarde.
Javier Castaño abrió bien con el más toro y
quizá el más bronco. Seis lances enjundiosos antes de que Clovis le infiriese
con la puya un feo tajo en la paleta, y el herido comenzara a blandear y a
defenderse. Halando y halando, tragando y tragando, vinieron las tandas,
punteadas, remolonas, cabeceadas; de a tres en tres. No había oropel, (cómo)
pero había mérito, harto, que desgraciadamente borro la punta del estoque al
asomar por los bajos.
El cuarto, pequeñín pero astifino y agresivo,
arremetió a las cuatro verónicas,
cuatro chicuelinas y la revolera todas muy embrocadas y
vibrantes. Era el último toro del leonés en Cali, el del adiós o el del vuelve
pronto, y con un rictus de aquí fue, dos rodillas en tierra, espalda contra
tablas, los puntas por el cuello cuatro veces, tres más, por la faja, y ya de
pie, a los medios con un autoritario pase
de pecho. La plaza estalló. El valor desnudo es irrefutable. La reyerta,
eso fue, porque no hubo melindres, complicidad ni piedad en los encuentros, se
prolongó por una y otra mano hasta que «Estudiante»
perdió empuje y entonces vino el arrimón desafiante, provocador, despectivo.
Cuerpo en la cuna, péndulo con pitones a espalda y pecho, pies atornillados,
circulares obligados p´allá y p´acá, rodillas a tierra, hombro en la
testuz, y una cogida esperada, fea, de aparato, con paliza en tierra. No pasa
nada, vuelve y juega. El estruendo era total pero cuando la estocada tiró sin
puntilla, la batahola subió a volumen demencial. Dos orejas a la hombría, la
torería y la honradez. A eso que gustaba antes.
Pablo Hermoso, maestro, exacto, alegre sobre «Villa«, «Manolete», «Viriato» y «Pirata» renovó fidelidades y arrobos.
Mató contrario y recibió una oreja digna. Todos pensábamos que con su facilidad
única esto no era sino el preámbulo de otro gran triunfo, pero no. Errático en
banderillas (tres al suelo). Espectacular en las cortas a dos manos, e
impreciso con el rejón contrario, trasero y tardo, vio como se iban las orejas,
las voces, las palmas y el triunfo. Increíble. Pablo aquí, desde hace doce
años, no había conocido sino la puerta grande. Pero vuelve pasado mañana.
Guerrita
Chico gustó con el capote, sobre todo con el quinto.
Lances templados, embraguetados, de pata´lante.
Incluso en las primeras dos tandas de muleta levantó pueblo, pero en uno y otro
turno cuando los enemigos pelaron el cobre de la violencia y la desfachatez, él
no pudo establecer gobierno, y el paisanaje se le volteó encrespado. Indeciso
pinchó mal dos veces, dejó una espada honda en uno, y se salió del viaje para
media ineficaz y dos descabellos en el otro.
El triunfo de Castaño seguramente podrá ser
cuestionado por algún gusto señoritero, pues fue un triunfo de hombría, de pelo
en pecho, de torería, de vergüenza. Cierto, asustó a hombres e hizo chillar a
las mujeres, pero a mí me recordó el arrojo de Dámaso González allá por los
setenta. Nostalgias de viejo quizás, pero qué bueno.
FICHA
DEL FESTEJO
Plaza de Cañaveralejo. Quinta de feria. Sol. Más de tres
cuartos de plaza. Seis toros de Juan Bernardo Caicedo, 3º y 6º despuntados,
terciados, de poco cuajo, encastados y ásperos. Aplaudidos: 2º, 3º, 4º y 5º,
pitado el 1º.
Javier Castaño, silencio y dos orejas.
Guerrita Chico, pitos y silencio.
Pablo Hermoso de Mendoza, oreja y palmas de despedida.
Incidencias: Al terminar el
festejo Javier Castaño salió a hombros por la Puerta Señor de los Cristales.
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