Quienes sentimos admiración por
el torero, y entendemos el combate con un toro como un ético y libre ejercicio
de libertad individual, sólo podemos entender la muerte de un torero como un
noble final de una prodigiosa aventura.
CARLOS ABELLA
Diario EL MUNDO de Madrid
Cuando nuestras plumas y sentimientos se acercaban al 28 de
agosto de 2017 para ofrendar la evocación literaria y humana de la muerte de
Manuel Rodríguez 'Manolete', ocurrida hace 70 años en la plaza de toros de
Linares, un toro ha matado a Iván Fandiño en la plaza francesa de Aire sur l'
Adour.
Ninguna de las siguientes líneas dedicará un solo reproche
al toro de Baltasar Ibán que acabó con su vida, ni al de la ganadería de Los
Maños que el pasado 9 de julio segó la ilusión de Víctor Barrio. Tampoco a
Avispado de Sayalero y Bandrés, que finiquitó la pronta paz del guerrero de
Paquirri, ni a Burlero de Marcos Núñez, que rompió el futuro de José Cubero 'Yiyo',
ni por supuesto a Islero de Eduardo Miura, que inmortalizó a Manolete.
Quienes sentimos admiración por el torero, y entendemos el
combate con un toro como un ético y libre ejercicio de libertad individual,
sólo podemos entender la muerte de un torero como un noble final de una
prodigiosa aventura, que empieza en la niñez, en el ansia de emular a los
grandes ídolos del toreo, prosigue en la prueba de fuego de saber si se es
capaz de jugarse la vida cada tarde durante muchos años.
Luego viene el éxito en pocos casos. En otros muchos la
batalla continúa bien como digno secundario del espectáculo o como colaborador
necesario y del triunfo de otro, más joven, más capaz y con mayor proyección de
alcanzar la gloria.
Ya no hay toreros del hambre, porque el toreo se nutre de
una necesidad espiritual y no de una exclusiva necesidad material y esto no lo
entiende todo el mundo. España es un país moderno, competitivo en muchas aéreas
de la creatividad humana y sigue manteniendo el toreo y la tauromaquia entre
sus costumbres porque aún hay en España hombres y mujeres capaces de criar con
amor un toro bravo para preservar la especie única, hombres y mujeres deseosos
de realizarse dando una chicuelina o de desmayar los brazos para ofrecernos una
mágica verónica.
Y admirar eso es infinitamente más digno que venerar a la
víbora que presume en televisión de denigrar el pasado y el presente de una
pareja famosa o el majadero que se humilla con tal de ser recompensado por
sacar a relucir la intimidad de otro. Todo lo que es tortura para quienes
despreciamos esa inmunda exhibición de bajos sentimientos remunerados.
Yo no me avergüenzo de que en España se celebren corridas de
toros y de que el pueblo disfrute con el ejercicio de admirar y jugar en las
calles o en las plazuelas con el toro. Ni de que en las plazas de toros admire
a los últimos héroes del mundo moderno. Sí de que haya corrupción y de que haya
quien quiera acabar con nuestra libertad y de quien utilice el escenario
democrático para acabar con la democracia e imponer una tiranía.
Fandiño nació en un pueblecito rural y duro del País Vasco y
desde niño tuvo la revelación de querer ser torero. Para ello dejó atrás a los
sufridos padres emigrantes, dedicó parte de su vida a potenciar sus valores de
artista y saber seducir a los aficionados de las plazas más exigentes del mundo
taurino. Madrid entre ellas. Y en Francia, Bayona y Mont de Marsan, entre
otras. Llegó a torear la Corrida de la Beneficencia en 2014. Aguantó duras
cornadas y fue capaz de tirarse a matar sin muleta a un toro de Parladé o
encerrase con seis toros de las ganaderías llamadas duras en Las Ventas en
2015.
El hombre es libre y quien elige y decide su manera de
realizarse. En el toreo hay riesgo, como en la Fórmula 1, en las carreras de
motos, en el alpinismo, o en la construcción, subido a un andamio. Como Víctor
Barrio el pasado 9 de julio de 2016, o Manolo Montoliu en 1992 o José Falcón en
la Barcelona de 1974, el toreo nutre a nuestras vidas de los ingredientes más
auténticos de heroísmo y por ello en estas líneas no ha habido un solo reproche
al toro bravo que acabe con esos sueños, porque el toro es el otro gran ídolo
de nuestro mundo.
Nadie les obligaba a semejante reto, ni nadie pudo frenar su
instinto artístico. Descansen en paz todos ellos.
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