Los partes médicos constatan la
extrema gravedad de las heridas del diestro tras ser corneado por un toro en
Francia.
ANTONIO LORCA
Diario EL PAÍS DE
MADRID
El torero Iván Fandiño falleció en un quirófano del hospital
de Mont de Marsan, adonde fue trasladado veinte minutos después de la cogida
(un miembro de su cuadrilla, conmocionado aún por lo ocurrido, manifestó en un
principio que el diestro estuvo casi una hora sedado en la plaza) por una UVI
móvil, según fuentes médicas francesas que participaron en la atención al
paciente. En el trayecto desde la localidad de Aire sur l’Adour al centro
hospitalario, que dista 33 kilómetros, recibió una transfusión de sangre y
superó un paro cardíaco. Llegó con vida al hospital (en un primer momento se
dijo lo contrario), donde fue atendido inmediatamente por un equipo de
cirujanos, dirigidos por el doctor Mathieu Poirier, que nada pudieron hacer por
salvarlo. El propio médico explicó después que el diestro tenía el hígado
reventado y la vena cava seccionada, y que los daños en los pulmones, hígado y
riñones eran irreversibles. La muerte de torero en la mesa de operaciones
explica que no se le practicara la autopsia al fallecer en el curso de un acto
médico.
Fandiño entró en la enfermería de la plaza a las siete y
media de la tarde, según recogen los partes redactados por los dos enfermeros
anestesistas que lo atendieron. El equipo médico estaba formado por el cirujano
taurino Jean Claude Darracq, especialista en urología, un médico anestesista,
los dos enfermeros citados, dos enfermeras y dos ayudantes. La herida sangraba
poco, lo que evitó, en primera instancia, que se pensara en una cornada muy
grave, hasta que la palidez del rostro del torero, la pérdida de conocimiento,
una tensión arterial de 7-5 y el hecho de que el cirujano comprobara
manualmente que la cornada tenía una trayectoria de 15 centímetros en el
costado derecho del abdomen, en el espacio entre las costillas bajas y la
pelvis, hicieron temer lo peor.
Diez minutos después de la llegada a la enfermería, el
equipo procedió a estabilizarlo con ventilación, intubación traqueal y
distintos medicamentos contra el dolor. La tensión a las 19.45 era de 6.9-4.9.
Era evidente para los médicos presentes que solo podían preparar al herido para
su traslado a un centro hospitalario.
Cinco minutos después (19.50 horas) llegó la ambulancia
medicalizada, que se dirigió a toda velocidad y por una buena carretera, con
muchas rectas, al hospital de Mont de Marsan, y el médico que acompañó a
Fandiño ya llevaba en sus manos el primer parte médico, que dice textualmente:
"El maestro Iván Fandiño ha sufrido una cornada en el
costado derecho [el cirujano se equivoca y escribe gauche —izquierdo—].
Exploración: una trayectoria de 15 centímetros con rotura muscular a nivel de
las últimas costillas que alcanza al peritoneo. Se le coloca un drenaje que da
poca sangre. Reanimación, intubación traqueal y traslado en SAMU a Mont de
Marsan. Pronóstico: muy grave".
El documento está firmado por el doctor Jean Claude Darracq.
De la lectura del parte se deduce que los facultativos solo pudieron hacer una
inspección ocular de la herida, además de la intubación, ante la supuesta
gravedad de la misma.
Las mismas fuentes médicas consultadas han señalado que los
daños que presentaba el torero eran “irreversibles”, y solo se pueden afrontar
en un servicio de cirugía cardiológica en el que sea posible utilizar la
circulación extracorpórea que reemplace al corazón parado y permita la
reparación de la vena cava. El hospital de Mont de Marsan no cuenta con este
servicio, pero fue imposible plantear un nuevo traslado a un hospital de
Burdeos ante la extrema gravedad del paciente.
El cirujano jefe de la plaza de Zaragoza, Carlos Val
Carreres, ha señalado a este periódico que, según las informaciones que conoce,
la herida sufrida por Fandiño era “severísima”, agravada por la rotura de la
vena cava, “lo que hace muy compleja una solución satisfactoria”. “Si hubiera
sido posible intervenirlo de inmediato”, añadió, “en una enfermería con todos
los medios técnicos posibles, habría que haberse encomendado a la divina
providencia”.
El apoderado del torero, Néstor García, ha declinado hablar
para este periódico, y mediante un mensaje telefónico se ha limitado a señalar
que “en la enfermería se le trató [al torero] lo mejor posible y la cornada era
irreparable; Iván murió porque tenía que morir; porque el toreo es muy grande y
muy de verdad”. Aclaradas algunas de las incógnitas sobre la muerte de Iván
Fandiño, llaman la atención otras circunstancias que rodearon el fatal suceso.
En primer lugar, y según se puede comprobar en las imágenes
de televisión sobre la cogida, ninguno de los presentes se percata de la
gravedad instantes después de que el toro empitonara al torero. Los compañeros
recogen el cuerpo de Fandiño con diligencia pero con serenidad, y tardan en
introducirlo en el callejón ante la tardanza del operario que debe abrir la
puerta de entrada. El propio callejón es estrechísimo y a duras penas pueden
andar las dos personas que transportan al herido; su apoderado les acompaña
detrás y su cara es de aparente tranquilidad.
No había una ambulancia medicalizada en la plaza porque los
empresarios no están obligados a ello por la normativa francesa (se autoriza la
corrida, pero nada más). De todos modos, lo cierto es que no hubiera servido
para el traslado al carecer del imprescindible acondicionamiento sanitario.
Por otra parte, la legislación francesa no permite que las
enfermerías cuenten con bolsas de sangre, de modo que los equipos médicos deben
solicitarla a los centros especializados en caso de necesidad. Por regla
general, las instalaciones sanitarias taurinas del país vecino suelen contar
con medios sanitarios básicos, porque la norma no escrita y aceptada por todas
las partes es que la mejor solución es un traslado inmediato al hospital más
cercano.
Sobre la publicación o no del parte médico, no existe en
Francia esa costumbre española de facilitar por escrito los pormenores de una
cogida, que sí se entregan a la familia de la persona herida.
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