Arranca la primera gran feria taurina de América
Manizales, epicentro por estos días de una de las ferias con más tradición y solera de la América Taurina… su Plaza de Toros es testigo de ello. Foto: Camilo Díaz |
JORGE ARTURO DÍAZ REYES
@jadr45
La Monumental de Manizales cumplió 65 años el pasado 23 de
diciembre. Era domingo, Antonio Bienvenida, Manolo González y Alfredo Jiménez
enfrentaron seis toros de Mondoñedo. Fue la primera de las tres corridas de
aquella primera temporada del nuevo coso, de la nueva ciudad que celebraba su
primer centenario. En realidad sus primeros 102 años (Fundada en 1849).
Ese día exactamente y casi a la misma hora moría en Buenos
Aires (Argentina) el gran poeta del tango Enrique Santos Discépolo. Más que
coincidencia cronológica, un calambur histórico pues Manizales tiene dos
pasiones dominantes; los toros y el Tango.
Tres años largos después, el 23 de enero, inauguraría la
feria marcada por estas dos expresiones artísticas que ha hecho propias. Subir
todos los comienzos de año a Manizales. Entrar por su Plaza de toros, puerta
sur de la ciudad, evocando bandoneónes y castañuelas, cortes y largas, corridas
y bohemia es como entrar a un mundo donde los mismo pueden maravillar una
liebre parlante que un sombrerero loco.
Todas las plazas como todas las personas son únicas, pero
esta es más única. Posada en el filo de la cordillera como un nido de pájaro a
dos mil doscientos metros de altura, mirando hacia el abismal paisaje que se
pierde en lejanías los días despejados o se vela en blanco los brumosos dando a
la corrida un aire fantasmal.
Ruedo gris. Líneas naranjas. Puertas altas. Al empinado
graderío se accede por arriba, por las filas superiores. Hay que descender
buscando el puesto y luego ascender para salir. Allí la música tiene carácter
protagónico en especial el pasodoble “Feria de Manizales” compuesto por el
catarrojense (de Valencia) Juan Mari Asens, saxofonista del Empastre, y letrado
por “el poeta de las ferias” el belemita (de Umbría, Caldas) Guillermo González
Ospina, fallecidos ambos.
Pasodoble reservado durante las corridas para premiar faenas
excepcionales y prodigado de tal manera por las presidencias alegronas, que lo
excepcional es que no suene. Porque si en América existe una plaza torerista y
amante de la música y la pinturería es esta, que se pavonea de su vocación
sevillana.
Dice uno de los versos de González, “toda la feria es un
río”. Cierto, un río que fluye sin pausa entre la plaza de toros y el parque
Caldas, donde se oye y se baila tango día y noche. Río multitud enfiestado,
emponchado y flanqueado por ventas ambulantes de toda cosa, y en el cual
navegan también rémoras, avibatos y carteristas trashumantes, quienes
bautizaron cínicamente su cauce, la 23, como “El tontódromo”.
Es una feria de ciudad grande que conserva el encanto y
autenticidad de las pequeñas viejas ferias de pueblo. Quizá es la última que
nos queda. Siempre hay que volver a ella.
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