viernes, 15 de enero de 2016

La plaza de toros "México" a los 70 años de su inauguración: los registros de la historia

Se cumplirán el próximo día 5 de febrero
El 5 de febrero de 1946 Manuel Rodríguez "Manolete" confirmaba su alternativa en la monumental "México", de manos de Luis Castro "El Soldado" y con un lleno absoluto en los tendidos. No había en la época --probablemente en la actualidad tampoco-- un cartel más adecuado para aquella efeméride: la inauguración de la que aún hoy, setenta años después, sigue siendo la mayor plaza del mundo, con sus casi 42.000 localidades y una historia que la ha convertido en un punto de referencia inexcusable en la historia del toreo. El historiador mexicano José Francisco Coello Ugalde, colaborador habitual de nuestro portal, rememora los orígenes del coso de la avenida de Insurgentes en México DF. y lo contextualiza en la realidad taurina mexicana.

José Francisco Coello Ugalde, historiador

Una ciudad cosmopolita como la de México, renovada y lista a crecer luego del difícil periodo revolucionario y sus consecuencias posteriores, incluye en su paisaje urbano la obra de un visionario llamada Neguib Simón quien se declaró convencido de poner en pie el majestuoso proyecto de la “Ciudad de los Deportes” que en principio incluía estadio de futbol, plaza de toros, canchas de tenis y hasta una playa artificial. Solo plaza y estadio se materializaron conforme al proyecto.

La plaza, que originalmente llevaría el nombre “General Maximino Avila Camacho” fue bautizada después con el nombre de “Plaza de Toros México”. Fue inaugurada como ya todos sabemos, el 5 de febrero de 1946 ¡hace 70 años!, con un cartel de polendas: 6 de San Mateo, propiedad de Antonio Llaguno. Los diestros: Luis Castro “El Soldado”, Luis Procuna y Manuel Rodríguez “Manolete”, todos ellos desaparecidos.

Plaza que, para 1946 permitió el acomodo a casi 50 mil aficionados, 70 años después sigue dando cabida a un mismo número con la enorme diferencia de que hace setenta años la ciudad contaba con 3 millones de habitantes y hoy, año 2016, rebasa los 20. Es decir, casi un 700% de diferencia. Esto es, su aforo fue calculado pensando siempre en una asistencia masiva, pero garantizándola también.

Por sus arenas han desfilado generaciones de toreros, líneas y estilos de lo más diverso, convertida en una summa de experiencias que permite proyectar y amoldar el gusto y la sensibilidad de los miles, miles de aficionados que han ocupado los tendidos de la plaza. ¿Cuántos toros se habrán lidiado? No lo sabemos, pero el caso es que la ganadería mexicana en su conjunto se ha congregado para ofrecer todo su esfuerzo por lograr con la mayor exactitud posible, el que gusta a los toreros y a los públicos.

Pero uno se pregunta, ¿dónde quedan registrados todos estos datos y testimonios? Realmente la amplia bibliografía y hemerografía dedicada a los toros en México, comprende los múltiples trabajos de autores reconocidos, cuyas obras son consultadas con frecuencia. La Plaza México cuenta su historia, de Carlos León, rememora los 25 años del coso capitalino a base de un interesante tratamiento, donde la plaza nos habla, y nos cuenta sus historias y sus recuerdos bajo el estilo inconfundible de Carlos León, quien enriqueció su trabajo con importante material fotográfico.

A su vez, todas las crónicas que se han publicado en la prensa desde la inauguración de la plaza misma hasta nuestros días, tienen algo de efemérides, puesto que nos hacen recordar, al leerlas, pasajes que presenciamos o que marcan un acontecimiento significativo para la historia de la plaza cincuentenaria. Acompaña estas notas la reseña gráfica de la corrida de inauguración, publicada en la prestigiada revista LA FIESTA, en su número 73 del 13 de febrero de 1946. La crónica, firmada por Ricardo Colín “Flamenquillo” es una completa visión de aquella tarde, célebre por lo triunfal que resultó.

Otras referencias que pueden servir para aquellos estudiosos que pretendan acercarse al estudio las reseñamos enseguida, pidiendo disculpas si no nos ocupamos de todo lo publicado.

--Luna Parra, Miguel, y Luis Ruíz Quiróz, Análisis y registro de las plazas de toros de México. México, Bibliófilos Taurinos de México, A.C. 1992. 75 pp. Ils., fots.
--Cossío, José Ma., Francisco de Cossío, Los toros. Tratado técnico e histórico. Madrid, Espasa-Calpe, S.A. 1974-1992. 11 v.
--Murrieta, Heriberto: 100 jueves taurinos. México, Fernández Cueto editores, 1995. 197 pp. ils., fots.
–-¡A los toros! México, Comunidad Conacyt, abril-mayo 1980, año VI núm. 112-113. pp. 45-176.
--Flores Hernández, Benjamín: “La Plaza México y El Toreo de Cuatro Caminos”. Cuestión Social, México, IMSS, No. 20. Invierno 1990-1991. (pp. 22-33).
--Daniel Medina de la Serna y Luis Ruiz Quiroz: Plaza México: Historia de una Cincuentona Monumental. México, Bibliófilos Taurinos de México, A.C., 1995-1996. 3 V. Ils.

Ojalá que de aquí en adelante se presenten infinidad de publicaciones y de actividades que recuerden todos y cada uno de los pasajes ocurridos en la plaza de Insurgentes, escenario que ha servido para llas 700 u 800 corridas efectuadas en su ruedo, junto con una cantidad igual o superior de novilladas, así como de una variedad de espectáculos cómicos o aquellos llenos de curiosidad, recuerdo dos: Los Cuatro Siglos del Toreo en México del “Brujo” Zepeda, o la corrida completa que, a la usanza portuguesa se efectuó allá por enero de 1979 con rejoneadores, forcados y todos sus aderezos.

Y en fin, creo que lo presentado aquí no justifica la gran importancia que se ha ganado el monumental coso capitalino, que desde febrero de 1996 se encuentra de manteles largos.

Plaza de toros “México”: ¡Felicidades!

Apéndice informativo:
Un recorrido por plazas de toros de la Ciudad de México

Poco después de que se consumó la conquista, esto en 1521, los españoles no olvidaron lo esencial de su vida cotidiana en Europa, por lo que incluyeron en América torneos caballerescos, amén de correr y lidiar toros bajo distintas modalidades. Para ello, levantaron improvisadas plazas donde poco a poco se fueron incorporando indígenas, mestizos y criollos mezclados con una nobleza opulenta al principio; más tarde terminó perdiendo su papel protagónico y compartiéndolo con el pueblo llano.

Antes del asiento de la plaza del Volador (1586-1815) cobró importancia la Plaza Mayor, misma que, en 1538 fue espacio de grandes regocijos para celebrar las paces de “Aguas Muertas” entre España y Francia.

Mencionar el Volador (hoy lugar de la Suprema Corte de Justicia de la Nación) es admirar más de 200 años de actividad taurina. Nunca fue plaza definitiva, pero en cuanto pretexto festivo se anunciaba, los mejores arquitectos diseñaban cosos en formas diversas: ya hexagonal, ya ovalada; ora rectangular pero jamás redonda. Terminadas las fiestas recuperaba su forma popular de mercado o plaza pública.

En 1702 llegó a Nueva España un nuevo virrey: el conde de Alburquerque. Por tal motivo se realizaron grandes fiestas, como muchas otras en la colonia. Pero estas tienen el particular significado de que quedaron plasmadas en un imponente biombo que registra -exactamente al centro del mismo- las escenas taurinas en lo que puede considerarse un escenario sin límite alguno, mismo que dió cabida a otra serie de expresiones festivas.

Vale la pena mencionar un proyecto -que no se materializó- pero que contuvo la gran posibilidad de ser un coso permanente y con un ruedo a como estamos acostumbrados. Se trata del diseño hecho por Manuel Tolsá -el del “Caballito”-, en 1793, mismo que pretendió erigir el segundo conde de Revillagigedo en el Paseo de Bucareli. Realmente pudo ser una pieza arquitectónica bella.

Hubo en la capital de la Nueva España otras tantas plazas que también asumieron el carácter efímero pero no por ello dejaron de usarse como escenarios para el gran boato, o para ensayar el toreo, ya que seguramente la tauromaquia como profesión iba adquiriendo fuerza cada vez con mayor resonancia. Veamos a continuación un repaso de las mismas:

Chapultepec (1702-1716)
San Sebastián (1729)
Santa Isabel (1730)
Don Toribio (1813-1828)
Hornillo (1785)
Jamaica (1783-1787; 1813-1816)
Paseo Nuevo (1796-1797)
San Diego (1701-1702;1765)
Los Pelos (1803)
San Lucas (1790-1791)
San Pablo (1788-1821; 1833-1864)
Tarasquillo (1803)
Villamil (–)
Necatitlán (1808?-1845)
Boliche (1819-1833)
Plaza Nacional (1822-1824)

En 1788 comenzó a trazarse la trayectoria de lo que más tarde sería la Real Plaza de Toros de San Pablo que resistió hasta 1864. Y resistió porque en 1821 sufrió un incendio, reinaugurándose en 1833. Más tarde, en 1847 fue prácticamente desmantelada y su maderamen empleado en las barricadas que sirvieron para enfrentar la ocupación norteamericana en septiembre de ese año. Es de hecho, la primera plaza permanente (pero sigue siendo una construcción de madera).

Sirvió como escenario a diversas ascensiones aerostáticas, a la representación de un conjunto de mojigangas de varia invención, a más de presentar en muchas ocasiones al diestro gaditano Bernardo Gaviño, quien desde 1835 y, hasta su muerte, en 1886 fue eje fundamental de la continuidad española en México, dado que nuestro país y sus toreros se dieron a la tarea de poner en práctica un toreo con características diferentes a la española.

De 1851 a 1867 funcionó como plaza de toros la del Paseo Nuevo, cuyo diseño guarda proporción con las influencias arquitectónicas de la época. Era hermosa de verdad. Hubo año en que se celebraron alrededor de 100 festejos lo que da idea del auge alcanzado por un espectáculo con una particular presencia de lo nacional, pero que no por ello soslayaba las raíces españolas.

Luego vinieron cerca de 20 años en que la capital estuvo privada de corridas de toros (de 1867 a 1886) por lo que la afición encontró en Tlalnepantla, Texcoco, El Huizachal, Puebla o Cuautitlán las plazas donde seguir divirtiéndose, a pesar de las distancias.

Otro recuento de plazas decimonónicas comprende las siguientes:

Paseo Nuevo (1851-1867)
San Rafael (1887-1889)
Colón (1887-1893)
Coliseo (1887-1889)
Paseo (1887-1890)
Bucareli (1888-1899)
Mixcoac (1894)
Tacubaya (1894-1897)
Bernardo Gaviño (levantada por Juan Corona)
Villa de Guadalupe (levantada por Ponciano Díaz)
Belem (–)
La Viga (–)
Plaza “México”, la Piedad (1899-1914)

Al derogarse el decreto de prohibición se inició una etapa de auge en cuanto a construcción de plazas se refiere. En el término de tres años se habían estrenado, entre otras: San Rafael, Colón, Paseo, Coliseo y Bucareli. Sin embargo, la de mayor importancia fue Bucareli, estrenada el 15 de enero de 1888. Se convirtió en el templo de adoración para Ponciano Díaz al que la afición elevó a la categoría de “ídolo” y luego desplazó hasta casi desaparecerlo del panorama.

Con capacidad aproximada para 10.000 espectadores se levantó en lo que hoy es Bucareli, Barcelona y 7a. de Abraham González. Desapareció en julio de 1899. Fueron célebres varias temporadas sostenidas por Luis Mazzantini. Cinco meses más tarde y, a poca distancia se estrenaba la plaza “México” de la Piedad (hoy Av. Cuauhtémoc, entre Álvaro Obregón y Guanajuato).

También de madera, por lo que su existencia se garantizó hasta 1914 en que fue derribada.

Por último, echemos un vistazo a las plazas que han funcionado en este siglo XX, del que vivimos su fase terminal:

Chapultepec (1902-1908)
La Cima (1905)
Córdoba (1906-1910)
El Toreo (1907-1946)
Rodolfo Gaona (1912-1924)
Chapultepec “La Lidia” (1923-25)
Plaza-circo México (1924-1927)
De la Rosa (1925)
Merced Gómez (1925-1942)
Vista Alegre (1933-1940)
Ford (1939-1940)
El Potrero (1940)
Rancho del Charro (1942)
La Morena (1943-1952)
El Condado (1945-1953)
Plaza México (1946)
El Cortijo (1950-1955)

Pero en 1907 comenzó lo que puede considerarse la era definitiva para las plazas de toros. El 22 de septiembre es inaugurado el “Toreo” de la colonia Condesa, cuyo diseño incluyó por vez primera la mampostería, haciendo permanente dicha construcción que, por azares del destino nunca quedó terminada, luciendo una fisonomía espectral pero que, al fin y al cabo almacenó infinidad de recuerdos y evocaciones que concluyeron en 1946, año de su desaparición y traslado de toda la estructura metálica a terrenos de Cuatro Caminos, en el estado de México donde se le dio una nueva y distinta presencia que hoy se pierde entre la voracidad de una urbe extendida sin orden ni concierto.

Todo parece indicar que el coso de Insurgentes, o para mejor decirlo, de la colonia Nochebuena se convertirá en plaza centenaria o que celebrará ocasiones de fiestas varias veces secular. ¿Por qué lo decimos? Nuestra idea casa con el optimismo de que el toreo es una expresión con garantías de la permanencia, que tiende no a la decadencia, sino que emerge a un nuevo estado de interpretación por lo que, con toda seguridad se celebrará en dicha plaza el quinto centenario de la primer fiesta de toros en México, la del 24 de junio de 1526.

Y lo harán otras generaciones recordando a Gaona, a “Armillita”, a Manolo Martínez acomodados ya en la mitología clásica del toreo en México.

Hoy, a setenta años cabales de su estreno está convertida en un foro universal de la expresión torera, acumulando recuerdos de todo tipo. Y creemos, para terminar, que todo lo escrito alrededor de esta celebración tiene significados de importancia como pocas veces se ha logrado, por lo que la afición mexicana calibrará y recordará por siempre este histórico acontecimiento.

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