viernes, 22 de enero de 2016

250 años de historia del toreo en la plaza de Acho

Se cumplen el 30 de enero
Se comenzó a construir en 1765 y un año más tarde ya se pudo inaugurar, aún sin concluir las obras, a instancias del Virrey Manuel Amat. Se trata de la plaza de toros más antigua de América y en toda la historia taurina tan sólo es antecedida por las españolas de Béjar y Zaragoza; la sevillana de la Maestranza comenzó su construcción con anterioridad –en 1749-- , pero se inauguró con posterioridad a la limeña. La plaza fue fundada el 30 de enero de 1766, pero en 1945 fue remodelada por el ingeniero Francisco Graña Garland, ampliándose su capacidad a 13 000 espectadores, a costa de reducir las dimensiones de su ruedo, que dejó de ser el de mayor tamaño del mundo. Por el coso del distrito limeño de Rimac han desfilado todas las figuras del toreo, del pasado y del presente.
CARMEN DE LA MATA ARCOS

El próximo 30 de enero se cumplirán dos siglos y medio desde que el coso limeño de Acho abriera por primera vez sus puertas. Es, por tanto, uno de los recintos taurinos más antiguos del mundo, manteniendo intactos, a día de hoy, su categoría y prestigio. A lo largo de todo este período, han desfilado por su ruedo las reses de las mejores ganaderías, así como la flor y nata de la torería de cada época.

Cuando el 30 de enero de 1766 Pizzi, Maestro de España y Gallipavo trenzaron el paseíllo inaugural en Acho, el edificio se encontraba aún sin finalizar. El ejemplar que rompió plaza llevaba por nombre “Albañil Blanco” y pertenecía como el resto de las reses a lidiar a la ganadería propiedad del promotor del coso, Agustín Hipólito de Landáburu y Rivera, sita en la hacienda Gómez del municipio de Cañete.

Esta nueva plaza de toros comenzó a construirse en junio de 1765 cuando el Virrey del Perú, Manuel de Amat, autorizó el inicio de las obras. La ubicación de la misma fue el lugar conocido como “El Acho”, emplazamiento que ya habían ocupado anteriormente otros cosos limeños. En el contrato que firmó Landáburu, se fijaban los días en los que, obligatoriamente, debían celebrarse espectáculos taurinos en el moderno recinto. Éstos eran las tres jornadas de carnaval, los jueves que precedían a la mencionada fiesta y tres fechas más sin precisarse en el calendario, hasta llegar a los ocho festejos anuales que el privilegio otorgado permitía.

La rúbrica del acuerdo implicaba también la exclusiva de la organización de corridas de toros en un territorio de unas ocho leguas alrededor de la ciudad. En compensación a este derecho, debía entregarse por parte del arrendatario de la plaza 1.500 pesos al año al Hospital de Pobres. A la conclusión de los trabajos en el coso en 1767, se habían invertido un total de 84.896 pesos en levantar el flamante circo de la capital de Perú, cuya inauguración oficial tuvo lugar al año siguiente.

Los inicios de la actividad taurina

Los primeros diestros españoles figuran en la lista de toreadores correspondiente a 1780, señalándose además el dato de su origen geográfico. Manuel Romero “El Jerezano” y Antonio López, de Medina-Sidonia, aparecen en la citada relación como “matadores”, al igual que también se indican los nombres de los “capeadores de a caballo”. La mencionada temporada de 1780 se vio, en gran medida, influenciada por los acontecimientos protagonizados por Tupac Amaru y otros miembros de su familia que se sublevaron contra el poder establecido.

Una vez concluida la rebelión, las corridas regresaron a Acho con absoluta normalidad. En el siglo XVIII la autoridad era la encargada de conceder la licencia necesaria para celebrar todo tipo de espectáculos. El día anterior al mismo se anunciaba por las calles de la urbe y se daban a conocer los animales a lidiar por medio de listines. A la hora marcada de inicio del festejo, se efectuaba el despejo de plaza por parte de los militares. Éste era un recuerdo de los siglos pasados, que perduró en el coso estrenado en 1766 por lo que suponía de realce de la función.

Tras estos prolegómenos, los corredores de llaves entregaban las del toril a quien ocupaba ese puesto, para una vez abierta la puerta regresar a la zona donde se hallaba el Virrey para devolver la llave. En 1792 el alto mandatario designado por la metrópoli, Francisco Gil de Taboada, se mostró favorable a la solicitud formulada por Mariana Belzunce (viuda de Landáburu) para colocar en el recinto una cerca que sirviera como defensa y protección.

Al comenzar el siglo XIX la propiedad del coso continuaba en poder de la familia Landáburu, en este caso de Agustín Leocadio (hijo de Agustín Hipólito y Mariana Belzunce), si bien su adscripción al bando francés en la guerra que libraba España contra las tropas napoleónicas, supuso que la Junta Central ordenara la confiscación de todas sus propiedades, entre ellas la organización de las corridas de toros en Acho. Después de su fallecimiento en Londres en 1814, se logra levantar el referido bloqueo que imposibilitaba la realización de cualquier tipo de operación. Una vez resueltos diversos trámites, en octubre de 1817 se produce la cesión de la plaza capitalina al Hospicio de Pobres. Éste, andando el tiempo, pasó a denominarse “Sociedad de Beneficencia de Lima Metropolitana”, institución que regenta actualmente el coso más importante de Perú.

Los primeros toreros españoles

En cuanto a los espadas que conformaban los carteles, hasta mediados de siglo no aparecieron matadores españoles, siendo, por tanto, exclusivamente diestros nacionales quienes se anunciaban en Acho. Entre ellos cabe destacar a Pedro Villanueva, Cecilio Ramírez y Lorenzo Pizi. Igualmente, en el primer cuarto de la centuria también se establece un nuevo reglamento para el circo limeño, que sustituyó al reinante desde 1765. A partir de 1849, gran parte de los toreros peninsulares más sobresalientes de cada época hicieron el paseíllo en la ciudad fundada por Pizarro.

Posiblemente, uno de los que gozó durante más tiempo del favor del público fue José Lara “Chicorro”, quien desde su debut en 1856 impactó de tal forma entre la afición que se mantuvo por espacio de más de veinte años en competencia con los peruanos, especialmente con Ángel Valdez. Ambos rivalizaban en la ejecución de vistosas suertes como el salto al trascuerno ó con la garrocha y protagonizaban vibrantes tercios de banderillas. La carrera taurina de Valdez fue bastante extensa en el tiempo, ya que el último astado lo estoqueó el 19 de septiembre de 1909 contando con 71 años de edad.

Otros espadas españoles que disfrutaron de una gran popularidad en la parte final del siglo fueron Gonzalo Mora, Manuel Hermosilla y Julián Casas “El Salamanquino”. Todos ellos contribuyeron de manera fundamental a la evolución de la Tauromaquia en el Perú, al trasladar allí los avances ya consolidados al otro lado del Atlántico. En 1863 se efectuó la primera remodelación importante del recinto, en ella se invirtieron 25.000 pesos.

El impulsor del enorme cambio experimentado en la cabaña brava del país andino fue el alcalde de Lima y empresario de la plaza, Manuel Miranda, que arribó a España con la idea de comprar vacas y sementales de las mejores vacadas y estirpes ganaderas. Se hizo con machos y hembras de Veragua, Miura, Mazpule, Colmenar y Navarra. Con esos productos formó la divisa de “Cieneguilla” que, como consecuencia del enfrentamiento que tuvo lugar entre Chile y Perú (1879-1883), fue arruinada y destruida por completo.

La llegada de José y Juan

Al comenzar la siguiente centuria, las principales figuras del toreo seguían acudiendo al coso de Acho al término de la campaña en los ruedos peninsulares. Diestros como Antonio Fuentes, Rafael el Gallo, su hermano José ó Juan Belmonte, triunfaron rotundamente en el circo limeño.

Centrando la atención en “Gallito”, durante la temporada de 1919-1920 compareció hasta en nueve ocasiones en la plaza capitalina, llegando incluso a pasaportar seis toros en solitario la última de las tardes en la que hizo el paseíllo. Fue ésta la única oportunidad que el menor de los Gómez Ortega pisó el continente americano para torear.

Tras atravesar unos años difíciles en los que los festejos decayeron en su categoría, en 1944 se inicia una profunda transformación tanto en el interior del coso como en la conformación de su feria taurina. Por lo que respecta a las obras, se suprimió el llamado “templador” que, situado en el centro del anillo, cumplía las funciones de burladero ante la carencia de callejón, construyéndose en su lugar uno de dos metros de anchura. Además se aumentó el número de burladeros, hasta un total de ocho, equipándose, igualmente, de una nueva barrera y de dos portones dobles de gran tamaño, el destinado al acceso de las cuadrillas al redondel y el que conectaba éste con el desolladero.

Tan sobresaliente como la referida modificación, es la que se desarrolla en el ruedo, ya que ésta supuso la reducción considerable de sus dimensiones (52 metros de diámetro) y la disminución de su altura. Estos cambios significaron un incremento en el número de localidades, que pasaron de 6.554 a 13.360, distribuidas en quince tendidos. Otras dependencias de la plaza también son renovadas, caso de la enfermería, añadiéndose asimismo, la tradicional capilla. El hecho de poder albergar a un mayor número de espectadores, conllevó una formidable ventaja para el coso de Acho, ya que a raíz de ello se empezó a gestar la creación de una gran feria.

El resurgir de la plaza

Una parte importante del éxito de esta iniciativa hay que atribuirlo al diario El Comercio, que desde un primer momento se mostró favorable a la misma, estimulando esa corriente de opinión al conjunto de la ciudadanía. El 7 de enero de 1945 se reinauguró el remozado circo, organizándose por ese motivo la primera temporada completa con la mayoría de las figuras del toreo de España y México, así como con los toreros locales más destacados. Uno de ellos, Adolfo Rojas “El Nene”, se convirtió en matador de toros, acartelándose en aquella jornada junto a Rafael Ponce “Rafaelillo” y Juan Belmonte Campoy. Otros diestros que completaron la nómina de contratados fueron Rafael Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”, Silverio Pérez, Fermín Espinosa “Armillita” ó Félix Rodríguez.

El ganadero Fernando Graña también jugó un papel primordial a la hora de alcanzar el objetivo de implantar un ciclo de nivel. Las extraordinarias actuaciones de “Manolete” en Acho en marzo de 1946 fueron el espaldarazo definitivo a los novedosos proyectos que se encontraban en vías de instauración. El 12 de octubre de ese mismo año se celebró una función histórica, pues en la citada fecha nació la Feria del Señor de los Milagros. Para tal oportunidad se dispuso una corrida de La Punta para una terna de matadores internacional compuesta por el diestro cordobés Manuel Rodríguez “Manolete”, el azteca Luis Procuna y el local Alejandro Montani. En ese mismo serial también intervinieron Fermín Espinosa “Armillita” ó Domingo Ortega entre otros.

A partir de esa fecha, todos los toreros relevantes han pasado cada temporada por el coso de la capital del Perú, desde Antonio Bienvenida hasta Sebastián Castella ó Alberto López Simón, por citar dos de los espadas que han constituido el ciclo del pasado mes de noviembre. Al quedar plenamente consolidada la Feria limeña, se instituyó uno de los galardones más prestigiosos de los otorgados en la América taurina, el Escapulario de Oro. A la larga lista de ganadores del mencionado premio, entre los que sobresale el nombre de Enrique Ponce, se ha sumado en la edición de 2015 una de las más firmes promesas del toreo actual, Andrés Roca Rey.

En los años 60 se estableció una distinción análoga a la que reconocía al triunfador de la feria, en este caso, subrayando el juego del mejor de los astados lidiados en Acho, fue el Escapulario de Plata. La ganadería de Daniel Ruiz ha sido la última que se ha añadido a la relación de hierros que se han hecho acreedores a tal honor, gracias a las magníficas condiciones evidenciadas por “Travieso”, corrido el 15 de noviembre y al que desorejó López Simón.

También en la década de los 60 se remozó, nuevamente, la plaza. En 1961 se abrió un corral de exhibición de las reses, se estrenó el museo taurino y se dotó a la zona ocupada por los tendidos se sombra de una verja de hierro que facilitaba la visión del interior desde la calle. En 1964 los trabajos se centraron en realizar un nuevo embarcadero, modernizando también la báscula. Por último, en 1966 y aprovechando el bicentenario del circo, se acometieron cambios en el área de los escaños de sol, proporcionándose una verja de similares características a la ya colocada en 1961 en sombra. Así, la plaza adquirió la estructura que hoy puede verse, con 15 tendidos, acomodándose el público en las 21 filas y 51 palcos de sombra ó bien en las 25 filas de sol. A esto hay que sumar los 4 grandes palcos destinados a las diferentes autoridades presentes en el festejo: Presidencia del mismo, Presidencia de la República y los altos cargos de las municipalidades de Lima y el Rimac. El remate perfecto al inmueble es una arquería típica cuyos machones sustentan la edificación.

Desde la creación de la feria, se han producido bastantes indultos en el principal coso del país, inclusive de toros españoles como ocurrió con “Buen Mozo”, un burel de Torrestrella al que se le perdonó la vida en la Corrida de Beneficencia de 1984. Otros han sido “Cubito”, de Las Salinas en 1963; “Resbaloso”, de Yencala en 1975; “Garnabato”, de la vacada del Jaral del Monte en 1977; “Serenito” de La Pauca en 1978; “Tamborero”, nuevamente, del Jaral del Monte en 1979; “Sarraceno” de La Pauca, en 1987 y por último “Marqués”, de la divisa de Salamanca y “Repostero”, de La Viña, ambos en 1990.

Los antecedentes de Acho

Con todo lo dicho, anteriormente a 1766 la afición taurina peruana llevaba siglos disfrutando con la lidia de reses bravas, pues hay noticias de que en marzo de 1540 tuvo lugar un festejo en la Plaza Mayor en el que parece que Francisco Pizarro ó bien uno de sus dos hermanos, Fernando ó Gonzalo, pasaportó con el rejón a un astado. La primera temporada regular fue la de 1559, determinándose fechas y fiestas para la celebración de las corridas.

En esa época era el Cabildo de Lima el responsable de regular cada fiesta con toros, sistema que fue modificado posteriormente al encargarse de ello los distintos gremios de la ciudad. Además de los días señalados de antemano para las funciones con reses, había variados acontecimientos sociales que solían conmemorarse lidiando animales en diversos puntos de la urbe, como serían la proclamación de un nuevo monarca en la metrópoli, el nacimiento de un vástago en la familia real ó el nombramiento y presentación ante el pueblo del Virrey arribado desde España.

Años antes de la inauguración de la plaza de Acho, en 1756, se concluyó la construcción de una plaza de madera, que se ubicaba en las inmediaciones del recinto actual. La iniciativa de dicha edificación fue de Pedro José Bravo de Lagunas, quien llevó adelante el aludido plan tras la autorización del mandatario correspondiente, Conde de Superunda. El fin de los festejos llevados a cabo en el referido coso era obtener fondos suficientes para rehabilitar el Hospital de San Lázaro, tras el terremoto que asoló Lima en 1746. Aún en 1763 se dio el visto bueno por parte del Virrey Manuel de Amat a una solicitud cursada por Miguel de Adriazén y su propio hermano, Antonio de Amat, para levantar otro coso en idénticos terrenos del anterior. De esta forma, se llegó a 1765.

Como se puede comprobar, la historia taurina de Lima es extensa y prolija, sostenida en una afición muy entendida. Las perspectivas de futuro son muy halagüeñas, merced a la irrupción de dos nuevos valores que relanzarán más si cabe la Fiesta de los toros en Perú: Andrés Roca Rey y Joaquín Galdós.

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