PACO AGUADO
El poder empresarial del toreo (lo que se ha dado en llamar
el "sistema") tiene estas cosas con los toreros: si estás con ellos,
si aceptas sus abusivas reglas del juego, tu nombre aparecerá en todas las
ferias; si te rebelas, si piensas y actúas por tu cuenta, no saldrás en la
foto. Que se lo pregunten si no a Alejandro Talavante…
Porque el extremeño ha pasado en apenas un invierno de ser
torero consentido y "sistematizado" a deleznable personaje
"antisistema", únicamente por haberle querido dar un giro copernicano
a su carrera, por salir de las poderosas manos de la empresa de Madrid para
ponerse en las toreras muñecas de Curro Vázquez, uno de los apoderados
"malditos" de cara a la patronal.
Ha bastado ese cambio, cualitativo sobre todo, para que
Talavante haya desaparecido de un plumazo de muchas de las grandes ferias de la
temporada, para que su trayectoria, últimamente guiada cómodamente por el
piloto automático de la engañosa seguridad que ofrece el "sistema",
se haya convertido de repente en una empinada cuesta arriba sin mayor motivo
aparente que lo justifique.
Es cierto que el extremeño –ingenuamente integrado entre los
rebeldes del G-5– no ha toreado en Sevilla esta temporada y que tampoco ha
triunfado en San Isidro, al revés que en 2013, para así poder avalar con la
suficiente fuerza el pretendido ajuste al alza de sus honorarios –llamémosle
normalización– que intenta junto al maestro de Linares.
Pero también lo es que otro año más nos vamos a hartar de
ver en los ruedos a toreros que llevan demostrando durante varias temporadas su
pésimo momento de forma, sin un triunfo notable en la estadística y haciendo un
toreo defensivo, ramplón y sin argumento. Y sólo porque hace tiempo que
aceptaron y acataron sumisamente las indignas condiciones de contratación que
les proponen unos empresarios sin visión de futuro.
Claro que, más allá de lo económico, Talavante ha sido el
autor, sin rúbrica estoqueadora, de una de las mejores faenas del abono
madrileño –curiosamente ocultada en todos los balances– y es hoy por hoy,
frente a la paradoja de su ausencia de tantas ferias decisivas, de los toreros
más interesantes del escueto grupo de figuras del momento, una vez que ha
desdeñado los recursos "pragmáticos" de sus años de comodidad.
Y es que puede que haya una relación más directa de lo que
pensamos entre esa domesticación del sistema y la práctica de un toreo
funcionarial, de mínimo esfuerzo y práctica ventaja. Es decir, un toreo de
escaso compromiso que se deriva no tanto de la seguridad del torero de saberse
colocado en todas las ferias, que también, como de la falta de estímulos y de suficiente
recompensa económica ante el esfuerzo que supone la entrega total ante los pitones.
Hace ya mucho tiempo que, sin saber de toros, Karl Marx
explicó el caso y le puso nombre: alienación. Y hace mucho menos que el
fenómeno se va haciendo cada vez más patente en el extraño y viciado escalafón
de matadores, donde, en la mayoría de los casos, no está más arriba quien mejor
torea sino quien menos cobra.
Paradójicamente, igual que pasó en México durante años, son
los propios empresarios grandes quienes se encargan ahora en España de
desmotivar a los toreros que han de atraer el público a los tendidos con su
actitud sobre la arena, a quienes precisamente han de generar los beneficios en
la taquilla.
Y lo consiguen mediante un absoluto desprecio a esa
independencia administrativa tan estimulante para el protagonista como para el
espectador, puesto que lleva al torero a realizar un toreo de mayor compromiso
para su plena satisfacción personal dentro y fuera del ruedo.
De esta forma, no sólo es así como el nombre de Talavante ha
desaparecido de muchas de las grandes citas de este verano sino también como,
en importantes ferias de plazas de segunda, las empresas están ofreciendo a los
toreros de la castigada clase media, a matadores contrastados de más de diez
años de alternativa, los mínimos honorarios establecidos en el convenio
profesional por estoquear corridas de máxima exigencia.
Esta indigna y aberrante situación, esta ceguera empresarial
en busca de los últimos beneficios posibles de una crisis dilatada, acabará por
desmotivar y anular el orgullo de quienes se visten de luces, de todos esos
jóvenes entregados en cuerpo y alma a una vocación que el propio sistema, de
tantos abusos y de tantos desprecios, va a acabar por hacer desaparecer de la
historia de España.
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