El
primer trofeo que se cortó en la plaza de la Real Maestranza la paseó Gallito
el 30 de septiembre de 1915 rompiendo una histórica prohibición.
ÁLVARO R.
DEL MORAL
@ardelmoral
Diario EL
CORREO DE ANDALUCÍA
Sevilla, 30 de septiembre de 1915. La plaza de la
Real Maestranza acogía el tercer festejo de la feria de San Miguel. Joselito,
que se anunció aquel año en seis de las once corridas que se programaron en el
coso del Baratillo, ya había alternado en los dos espectáculos anteriores -los
días 28 y 29- con su hermano Rafael y Juan Belmonte estoqueando sendos
encierros de Miura y Murube con los que brilló a un nivel extraordinario. Pero
aquel día había asumido el reto de despachar en solitario una corrida del conde
de Santa Coloma. El compromiso del menor de los Gallo se saldó con un nuevo
triunfo pero, sobre todo, supuso la ruptura de un uso inmemorial: la
prohibición de cortar orejas en la plaza de la Real Maestranza de Caballería de
Sevilla, que removió los cimientos del purismo y, de paso, las iras de los
partidarios del propio Juan Belmonte.
En 2015 se cumplió un siglo: ese primer trofeo fue
cortado al toro «Cantinero», quinto
de la tarde, marcado con el mencionado hierro del conde de Santacoloma; de pelo
negro pero también listón, lucero y girón, magras carnes y no demasiada leña en
la cabeza. La oreja fue concedida por el recordado concejal Antonio Filpo Rojas
-que llegaría a ser hermano mayor de San Bernardo y pregonero de la Semana
Santa de 1949- ganándose las iras de la crítica, la afición más encopetada y
los sectores más rancios de la ciudad sin saber que la nueva costumbre había
llegado para quedarse. Los descendientes de Filpo Rojas conservan la cabeza de
aquel animal e incluso el vestido violeta y azabache que vistió Joselito en
fecha tan emblemática. Pero hay que volver a las crónicas de la época que
hablan de “quites grandiosos”, “monumentales pares de banderillas”,
“inenarrable faena de muleta...”
Nuevos usos y costumbres
La concesión de orejas había sido un raro
privilegio en los tiempos remotos del toreo. Servía de sanguinolento recibo del
regalo del animal al matador en tardes de triunfo excepcional. Con la oreja en
la mano, podía reclamar su toro en el desolladero para consumir o comercializar
sus carnes. Pero la llegada de José y Juan había comenzado a revolucionar
muchas costumbres y entre ellas se encontraba la concesión de esos despojos que
ya se entregaban sin ningún rubor en otras plazas. Y la de Sevilla, a pesar de
los guardianes de sus esencias, no iba a permanecer ajena a esa marea
imparable. Pero aquella primera oreja cortada por Joselito implicaba otras
rupturas. Hay que recordar un hecho fundamental que refuerza el sentido de
transgresión que había tenido la concesión de ese primer trofeo. No sólo se
estaba acabando con una tradición secular que había sido aceptada hasta
entonces sino que se estaba pulverizando un entonces recentísimo acuerdo que también
alertaba que algo estaba cambiando en el toreo y que, de alguna manera, trataba
de proteger al coso sevillano de la presunta contaminación que llegaba del
exterior. Ese acuerdo había sido firmado por el alcalde accidental, Fernando
González Ibarra, junto a otros próceres entre los que se encontraba el conde de
Gomara, concejal y maestrante, además del crítico y notario José María del Rey,
padre del célebre Selipe que, entre otros medios, firmaría sus crónicas
taurinas en El Correo de Andalucía. El documento también fue rubricado por los
diestros Emilio Torres ‘Bombita’ y Joaquín Hernández ‘Parrao’. En él se hacía una declaración solemne de
no conceder orejas en la plaza de la Maestranza, tal y como se hizo trasladar
al gobernardor civil que dio el visto bueno para que dicha medida fuera
incorporada al reglamento particular del coso del Baratillo.
La cosa quedaría en papel mojado. A la oreja de
José sólo podía seguirle la que cortó Belmonte en la inmediata Feria de Abril.
Sólo un día después se entrega la tercera a Vicente Pastor y exactamente un año
después, el 30 de septiembre de 1916, era Rafael el Gallo el primero que
desorejaba por partida doble a un ejemplar de Gamero Cívico. Ojo al dato: si
Joselito había sido el primero en inaugurar este particular marcador, Belmonte
fue el primero en cortar un rabo el 1 de mayo de 1919. El juego era entre
colosos...
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