ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Pontevedra
Por la rúa de La Peregrina, por la bajada de La Alameda,
descendían las peñas como un río de colores que desembocaba en el antiguo
barrio pesquero de San Roque. Allí la centenaria plaza de toros esperaba con su
cubierta como un cocedero. Si en el exterior una ligera brisa aliviaba
levemente Pontevedra de temperaturas aquí desconocidas -35 grados después de un
descenso mínimo en estos días-, en el interior sólo los abanicos luchaban
contra el sofoco. La ola de calor frenó el tirón de última hora para rematar
una notable entrada. La afición pontevedresa resiste en su taurofilia racial
contra el viento hostil de las Mareas. Como la aldea gala de Astérix. Sólo que,
en vez de romanos, son los bárbaros quienes asedian la ciudad de Valle-Inclán,
el último bastión del toreo en Galicia.
Al gobierno autonómico de Feijóo le han metido el gol de la
prohibición de que los menores de 12 años asistan a los toros. Suena rancia la
táctica que en Andalucía y Madrid ya han intentado los podemitas sin éxito,
queriendo seguir los patrones abolicionistas de la Cataluña pujolista
nacionalista de los 80 y 90. Cuando el tinglado secesionista se encontraba en
estado embrionario, minimizado y alimentado por las dos grandes fuerzas
políticas de España. Tan ciegas de poder.
San Roque rugió con Roca Rey. Se daba el tercer toro de la
bombonera de Alcurrucén. «Carafea» era una pintura. Guapo como
todos. Un "problema" para enlotar... El terremoto peruano ya se
distinguía por su presencia. De blanco y plata. Lanceó a la verónica con el
poder de ganar terreno, con el temple su evolución capotera. Así hasta el
platillo, donde una media verónica de colosal cadencia puso el colofón. El
quite por chicuelinas de compás abierto que derivaron en gaoneras subió el
fuego del hervidero. Como el arranque por péndulos silvetistas. Inverosímil el
de apertura. «Carafea» se estiró con estilo y son
en su derecha, humillado hasta el final de los muletazos. Que brotaban muy
largos y ligados, con la profundidad de la embestida. La eternidad del cambio
de mano ensordeció la plaza. Un bramido. Al lindo alcurrucén le costaba algo
más la izquierda. Los vuelos al hocico y el pulso de RR tiraron de él. Por su
camino el embroque. La coda por luquecinas enloqueció. Pero el matador que ha
arrasado julio con su espada inapelable equivocó los terrenos a la hora de la
muerte. En la suerte natural, cerca de toriles, o con los toriles en la culata,
el toro no ayudó nada. Un pinchazo, un pinchazo hondo y el descabello
arruinaron el presentido y rotundo triunfo.
La espada también había dejado en simple petición la faena
inminentemente anterior de José María Manzanares. Otra cosa. «Licenciado» era hermano del ya
inmortalizado toro de El Juli el pasado San Isidro. De aquel otro que devolvió
a Juan del Álamo a la órbita en 2017. Hizo honor a su reata sin las excelencias
de sus hermanos. Sin ese tranco más o esa bravura desbordante. O con un punto
último ausente en la embestida. Manzanares siguió fiel a la línea cómoda y
holgada de esta temporada. Ni fluye ni está fino. No pisa el terreno, ni el
acelerador. Compone el vacío, rellena el hueco con empaque, sin ajuste alguno.
Los pases nacen y mueren sin alma, robotizados.
Prácticamente igual surgió la faena con el estilizado
quinto, estrechito de sienes y cuerpo, generosísimo el cuello. Hecho para
descolgar. Y descolgó y repitió bien. JMM lo citaba desde las islas Cíes. Y así
es muy difícil. El toro amagó un par de veces con irse, faltó en su buen fondo de
duración. Pero completó el lote de mayor y mejor nota. Como se preveía por la
mañana en los pronósticos de las cuadrillas. Cobró una estocada delantera de
efectos retardados y la posibilidad de la oreja se esfumó. Con una y una que no
amarró, al menos hubiera maquillado su momento a ojos del vulgo.
La pareja menos óptima cayó en manos de El Juli. Las escasas
fuerzas del toro que abrió plaza condicionó todo. Embestía a saltitos de pura
impotencia. Una bondad ayuna de poder que Juli trató con mimo, en busca del
recorrido ausente. Incluso extendió el metraje. El refrendo del acero no llegó.
Cuando pincha Julián, la trayectoria periférica del volapié queda muy en
evidencia.
Agarró, sin embargo, la oreja del brutote cuarto con un
estoconazo rinconera. A la embestida manejable y desentendida en su tramo de
despedida le dio el ritmo del que carecía. Faena de recursos técnicos y
ambición para no marcharse en blanco.
Esa ambición que constituyó también la clave de la última
obra de Roca Rey con un sexto que embastecía el sexteto. Y que se movió como
era. Sin clase ni celo. El torero le buscó las vueltas con más trabajo que
brillo. Y redujo espacios. Y le sacó espaldinas como conejos de la chistera.
Aseguró el trofeo con un espadazo caído. La faena grande ya había sido. Cuando
rugió San Roque.
ALCURRUCÉN | El Juli, Manzanares y Roca Rey.
Toros de Alcurrucén,
parejos, bonitos; notable el 3º; buenos 2º y 5º; sin poder el 1º; brutote y
desentendido el 4º; basto y sin celo el 6º.
El Juli, de caldero y oro. Pinchazo hondo y dos
descabellos. Aviso (silencio). En el cuarto, estocada rinconera (oreja).
José María Manzanares, de de burdeos y oro. Pinchazo y estocada
(petición y saludos). En el quinto, estocada delantera y descabello. Aviso
(saludos).
Andrés Roca Rey, de de blanco y plata. Pinchazo, pinchazo
hondo y descabello. Aviso (saludos). En el sexto, estocada caída (oreja).
Plaza de San Roque. Domingo, 5 de agosto de 2018. Primera de feria.
Tres cuartos largos de entrada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario