Reconocidísmo rehiletero, un
romántico del toreo, está fuera del circuito de las figuras.
ANTONIO LORCA
Diario EL PAÍS de
Madrid
David Adalid (Madrid, 1976) es uno de los grandes toreros de
plata de la actualidad, protagonista de algunos de los tercios de banderillas
más emocionantes y recordados de los últimos tiempos.
Integrado en la cuadrilla del matador Javier Castaño,
alcanzó la gloria soñada en la temporada de 2013, recogió premios en las ferias
más importantes y la afición lo reconoció como un torero de época. Quedará para
siempre en la historia del toreo aquella tarde del 1 de junio de ese San Isidro,
cuando Adalid, Fernando Sánchez, Marco Galán y el picador Tito Sandoval
—miembros de la cuadrilla de Castaño— dieron una insólita vuelta al ruedo en la
plaza de Las Ventas entre el alborozo de la afición, incrédula y arrebatada
ante los apasionantes tercios de varas y banderillas que acababa de presenciar
a un toro de Cuadri, presente en la arena mientras los toreros recogían el
homenaje de los tendidos.
La gloria se esfumó al año siguiente cuando el jefe de filas
decidió prescindir de Adalid sin motivo aún conocido, comenzó la desaparición
del grupo, y la historia del subalterno madrileño sufrió un giro tan inesperado
como incierto. Desde entonces, está fuera del circuito de las figuras, se ha
vestido de torero pocas tardes a las órdenes de los matadores Morenito de
Aranda y Venegas y el novillero Juan Carlos Carballo, y suple la ausencia del
toro impartiendo sus conocimientos como profesor de la escuela taurina de la
localidad madrileña de Navas del Rey.
“A mí lo que me importa es hacer historia”, afirma; “quiero
ser recordado como un torero, por mi forma de andar en la plaza y en la vida. Y
eso me interesa más que ir con una figura. Muchas veces, te tienes que mirar a
ti mismo y preguntarte qué es lo que deseas en la vida, y a mí lo que me prima
es ser torero por encima de todo”.
"Me importa más hacer
historia que ir con una figura"
—¿Y lo está usted
consiguiendo?
Sí. En mi alma estoy contento. Lo triste es que
profesionales que estamos dedicados por entero a la profesión no podamos vivir
de ella.
Adalid se confiesa un romántico del toreo, —como un bohemio
lo califican sus amigos—, mantiene su figura espigada y ligera de carnes, y
desborda ilusión vital y taurina, señal inequívoca de que está contagiado del
veneno del toro.
“Somos muchísimos profesionales y casi todos han alcanzado
un gran nivel, y los festejos se han reducido drásticamente. Es verdad que las
figuras han ido siempre con los mejores, pero eso era antes, cuando salía el
toro exigente; hoy, la mayoría de los toreros de plata están capacitados para
‘andar’ con el animal que se lidia. Es una pena, pero se ha perdido el premio a
la excelencia”.
Está convencido de que un torero de plata brillante no
molesta a los matadores, y prueba de ello, a su juicio, es que maestros como
Talavante, Manzanares o Perera, entre otros, dirigen cuadrillas de reconocidos
subalternos a pie y a caballo.
“Un picador o un banderillero no molesta cuando realiza bien
su trabajo”, asegura. “Molesta de verdad cuando hace lo que yo hice el año
pasado…”, confiesa.
David Adalid ‘reapareció’ en Las Ventas en San Isidro el 4
de junio de 2017 a las órdenes de José Carlos Venegas para lidiar una corrida
de Cuadri. Y, ante la sorpresa de todos los presentes, fracasó con estrépito en
el tercio de banderillas ante el sexto de la tarde.
“Me faltó valor, y lo digo con el alma; traicioné mi lema de
‘triunfar o morir’ todas las tardes. Vi que aquel toro me pedía más, mucho más,
y opté por no exponer mi físico. Pero ese trance me dolió muchísimo, fue la
tarde más triste de mi carrera, y quedé muy fastidiado y reventado por dentro.
Durante un tiempo me dio vergüenza vestir el traje de luces porque había
defraudado a mi profesión y a mí mismo”.
—¿Llegó a averiguar
la causa de aquel fiasco?
—Sí. Se torea como se es y se es como se torea. Cuando
tienes problemas, te los llevas a la plaza. El toreo es un sentimiento, y un
par de banderillas nace de las entrañas. Si sufres altibajos personales, como
me ocurría en ese momento, se nota. El traje de luces es lo más transparente
que existe”.
Pero la vida le ha permitido resarcirse de aquel traspié.
“El traje de luces es lo más
transparente que existe”
“La suerte es caprichosa”, afirma Adalid, “y llegué este año
a Madrid con la necesidad de jugarme la vida, y sacarme la espina que tenía
clavada en los más íntimo de mí mismo”.
Sucedió el pasado 27 de mayo, en el quinto toro de Dolores
Aguirre, serio y con cuajo, agresivo y peligroso. Durante el tercio de
banderillas se produjo el acontecimiento, consistente en que David Adalid clavó
dos extraordinarios pares —especialmente, el segundo— que pusieron la plaza en
pie.
“Esa corrida ha significado un antes y un después en mi
carrera”, reconoce el torero. “La persona y el torero se reencontraron en
Madrid”, concluye.
Adalid nació en Madrid, se crió en San Martín de
Valdeiglesias, conoció el toro siendo un niño de la mano de su abuelo Julio, y
a la vuelta del servicio militar —novillero sin caballos entonces— decidió
hacerse banderillero. Aprendió el oficio en el llamado Valle del Terror de la
provincia de Madrid, “entre golpes y castañazos, durante 14 años, que me
curtieron y enseñaron la profesión”.
En la temporada 2010-2011 conoció a Javier Castaño, que lo
integró en su equipo, y comenzó entonces su etapa más exitosa.
“Llegó el año bonito, 2013”, explica el torero, “que estará
enmarcado para siempre en mi corazón”.
Para entonces, ya estaba formado un equipo revolucionario
que fue la sensación de la tauromaquia de aquel momento, y estaba formado por
el propio Adalid, sus compañeros Marcos Galán, dedicado por completo a la
lidia, Fernando Sánchez, otro artista con las banderillas, y el picador Tito
Sandoval. Todos ellos dirigidos por Javier Castaño, a quien Adalid concede todo
el protagonismo en la gestación y formación del grupo.
“Él fue el gran responsable; todo lo que se vio fue gracias
a Javier, un hombre muy generoso con la tauromaquia y con los aficionados”.
Todos ellos lidiaron aquella temporada 41 corridas en las
ferias taurinas más importantes de España, y Adalid y Sánchez se desmonteraron
39 tardes, lo que da una idea del grandioso espectáculo que ofrecían.
“Creo que nosotros brindamos categoría a los toreros de
plata, un auténtico revulsivo para la profesión”, explica Adalid.
—¿Y por qué se rompió
aquel sueño?
—Eran todas corridas muy duras, nada es eterno, y todo se
precipitó cuando, a finales de 2014, Javier Castaño decidió prescindir de mis
servicios.
Cuenta Adalid que la noticia se la notificó el mozo de
espadas, que no hubo problema personal alguno y que, cuando habló con Castaño
para agradecerle la oportunidad que le había brindado, el jefe de filas se
limitó a explicarle que quería cambiar de aires. De hecho, poco tiempo después
se deshizo el grupo por completo.
Pero ahí quedó una temporada para la historia.
“Se cumplieron en un año los sueños de toda una vida, viví
momentos mágicos”, —cuenta el torero— “como la vuelta al ruedo en Las Ventas,
que fue una explosión de emociones”.
—¿Y el futuro?
No soy persona de futuro. Tengo claro que me juego la vida
cada tarde. Vivo el momento y no sé si ese cigarro que fumo antes del paseíllo
será el último. Cada día de corrida me despido de mis dos hijas y no sé si voy
a volver a verlas. Y lo único que tengo claro es que todavía no he alcanzado el
techo que me he marcado. Porque lo que quiero ser figura en mi profesión.
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