FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN
He vuelto a ver a Raúl toreando en el
Bernabéu. De salón, por supuesto. Como tantas otras veces. Raúl, en noches de
gloria futbolística para su equipo, no se contenta con dar la vuelta al campo
paseando al trote sudoroso un preciado trofeo y recogiendo clamores de un
enfervorizado graderío. Raúl pide el capote que le regaló su amigo Enrique
Ponce y se estira a la verónica que es un primor. Ahí le tienen: mentón
apuntando discretamente al supuesto medallero del pecho y las yemas de los
dedos conduciendo el vuelo de un percal aún cuajado de tersuras.
Raúl, como todo el mundo sabe es uno de los
futbolistas españoles más universales, por no decir el más famoso y admirado
del mundo. Raúl, como saben –sabemos– solo unos pocos, es devoto de la
tauromaquia, y siente que para expresar un sentimiento de profunda emoción y de
íntimo orgullo por su proveniencia telúrica lo mejor que se puede hacer es
mostrarlo sin ambages, exhibiendo las preferencias lúdicas que le apasionan y
su pertenencia a un país que –quiérase o no—todavía tiene en el toro y en el
toreo una seña de identidad por la que se nos reconoce más allá de nuestros
límites geográficos.
Ver a Raúl, de nuevo lancear al viento de la
noche sobre el césped de un campo de fútbol, a mí me produce una sensación
especial de complicidad, de reconocimiento, de afinidades, de reivindicación
patriótica. ¡Ah!, ya he mentado a la bicha. Decir en este país Patria es
sinónimo de ridiculez, de papanatismo, de rancia provocación, de oscura
militancia, de panderetismo, de españolada impresentable… En esas estamos. A
este nivel de degradación confesional hemos llegado quienes tuvimos la fortuna
de nacer en este bendito apéndice peninsular que al geógrafo Estrabón le
parecía tener forma de piel de vacuno recién desollado. Insisto, dices Patria
aquí, en España y se parten el culo de risa los escuchantes más o menos untados
con la pomada neoprogresista, neoliberal o neoloquesea. La misma risa que
algunos habrán esbozado o soltado sin contemplaciones al ver, otra vez, las
imágenes de Raúl toreando de salón. ¡Ya está este facha españoleando!, he oído
comentar en voz alta a un perillán al término de cierta final ganada para
nuestros colores. Esta vez no era Raúl, sino Sergio Ramos, bamboleando el
capote de Alejandro Talavante. Otro que tal baila. O que tal torea. Así
responde cierta clase social –y política, por supuesto—a la simple anécdota de
un hombre joven y famoso que tiene la ocurrencia de ponerse a dibujar las
personales verónicas de alhelí que rimaba Lorca, en los momentos de laxitud que
concede la apoteosis o el éxtasis compartido.
Pero a mí me la trae al pairo. He disfrutado,
una vez más, con el futbolista más emblemático de España, con el más
reconocido, con el mundialmente admirado y respetado, viéndole manejar el
capote y oyendo cómo se coreaban sus lances mayestáticos por una parte del
graderío. Solo por una parte, porque, no crean, hay una apreciable facción a la
que no le hace pizca de gracia lo del toreo en semejante tesitura. Experimentan
una especie de enfriamiento en la calentura de su entusiasmo, merced a su
postura antagónica con la tauromaquia, ¡qué
le vamos a hacer! Esto puede ser entendible.
Lo demencial, flipante y macarrónico es
comprobar cómo algún filotaurino aprovecha la venturosa circunstancia del
capotazo en la noche para apostillar que Raúl torea mejor que quien le regaló
el capote. ¿Se puede ser más necio, más inoportuno, más indocumentado y más
malvado? Pues yo se lo he escuchado a un sujeto que firma en un periódico de
tirada nacional. Y algunos presenten le rieron la gracia. Como la reirán cierta
clase de aficionados que militen en otros “ismos”
anclados en estúpidos dogmatismos. Pero, a lo que vamos: Raúl a la verónica en
el Bernabéu. Una vez más. Ole tú. He aquí el anacronismo: el lance que ideara Costillares da la vuelta al mundo, no
con la figura de un torero famoso en chupa y taleguilla, sino con la de un futbolista en camiseta y
calzón. Chócala, tío. Aquí, un “raulista”
para los restos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario