Tarde casi
redonda del pequeño torero madrileño, todo pundonor, listeza, corazón y sentido
del toreo. Emocionante pelea con un noble, flojo y gigantesco sobrero.
BARQUERITO
NO
SEIS TOROS, sino nueve. Fue corrida de tres
sobreros y por eso mismo extenuante. Más de dos horas y media, tarde de
plomizos cielos, la sexta de la semana, la resaca del sábado, puente festivo.
Poca gente en la plaza. No se esperaba mucha más.
Era tarde de dos debutantes en Bilbao. De
un lado, la ganadería, de Adelaida Rodríguez, con corrida completa que se
torció más de lo previsto. Por flojera o falta de motor, y no por otra razón.
De Adelaida se había visto en Bilbao algún sobrero encastado y guerrero.
Novedad absoluta era Alberto Aguilar, madrileño de Fuencarral, que lleva cuatro
o cinco temporadas batiéndose el cobre, primero en la Francia del circuito
torista y luego aquí, sin dejarse escapar ni una de las bazas francesas.
Torero de acento épico, porque es de
corta estatura, y eso es parte de la emoción, y porque se atreve con lo que
sea. Por ejemplo, con un sobrero de casi 700 kilos del Puerto de San Lorenzo
que, quinto tris de esta corrida en que se abrió hasta nueve veces la puerta
del toril, parecía repescado de alguna que otra circense batalla. Le buscó y
encontró las cosquillas, y lo acabó teniendo en pie aunque quisiera perder no
poco las manos, y dejándolo de seda. Oso domado.
Un torero muy de escuela, de la de
Madrid. Pero no solo de escuela, porque la escuela sola no da tanta listeza, ni
tanto celo, ni tanta ambición. Las tres cosas tiene Alberto. Su seña de
identidad. Vino a Bilbao tapado y salió de esta corrida de nueve toros más que
descubierto. Toreó los dos toros que mató a estoque, pero tuvo que ponerse
delante de cinco. De cinco propios. Y de los dos del lote de Javier Castaño,
primero y cuarto de festejo. Con esos dos quitó en su turno. Por valencianas o
tapatías, y remate de revolera, en el toro que rompió plaza. Por faroles en el
cuarto. Los dos quites fueron de escuela, porque se aprenden y enseñan en las
escuelas, pero los dos tuvieron un punto personal. Nadie se esperaba que
Alberto fuera a salir a quitar. Fue sorpresa eso. Y sorpresa el don de la
oportunidad, que no siempre se siente en tales trances. Breves los quites, como
tiene que ser. Y con firma y rúbrica. Para servir en claro el perfil del
torero. Para descubrirlo.
Y, en fin, el corazón en pálpito
tranquilo para ponerse Alberto sin aflicción delante de cinco toros. Los que se
soltaron para él. El segundo de los seis de Adelaida, el mejor hecho de la
corrida, con sus dos puntas afiladísimas, acucharado, que se empleó con fijeza
en una primera vara pero perdió las manos bajo el peto, cobró luego un picotazo
trasero y volvió a perderlas, y entonces fue devuelto. Alberto anduvo fino
lidiando al toro: dos lances para dejarlo en suerte, y ni uno más. No llegó a
caerse el toro, pero se curó en salud el palco. Se corrió turno y, en lugar del
sobrero, se soltó el quinto de sorteo. Otro toro bien hecho. Suavón y frío, las
fuerzas justitas, bueno el son. Se puso a chispear, se distrajo la gente
buscando el abrigo cubierto de las galerías de Vista Alegre.
Bien aquilatada la faena de Alberto. De
tandas cortas, como conviene cuando el toro está en el alambre, pero de menos a
más las dosis. La cuarta tanda fue ya de cuatro ligados y el de pecho. En la
quinta, se descaró Alberto. Con la zurda, que es su mano látigo. Suelto,
alegre, confiado. El toro en la mano. Música. Una tanda de costadillo antes de
cuadrar. Una estocada caída, otra trasera, un descabello, un aviso y una
ovación no mendigada sino de las que se recogen desde los medios.
Y tres toros más. De quinto, el sobrero
de Adelaida, playero, con pies para estirarse y galopar, abanto, grave flojera.
Devuelto tras la segunda vara, que lo dejó tocado. Un segundo sobrero en la
nómina. De Puerto de San Lorenzo. No más pesado que cualquiera de los de
Adelaida pero mucho más cuajado. Lo toreó de capa Alberto con buen aire. Al
toro empezaron a patinarle las manos enseguida, empujó en una vara pero se
derrumbó en costalada al salir de ella. Una protesta agria, un segundo puyazo
simulado y el pañuelo verde asomó por tercera vez. Ya no llovía.
Al tercer sobrero, fuera de programa, le
dieron 676 kilos. Más de diez veces el peso del propio Alberto. No le temblaron
al torero las piernas ni las manos ni las ideas. Hecho de ánimo, salió sin
demora. Un desarme. Se soltaba el toro, lidia sobre las piernas, perfecto el
apoyo de su gente –bregaba Rafael González-, un quite por chicuelinas y se
levantó el espectáculo, que estaba por entonces reventado. La pelea de David y
Goliat. No de otra manera. Puesto delante del toro, Alberto parecía oculto por
su sombra. Frente a frente montaban casi lo mismo. El hombre y la bestia.
Talento de Alberto para administrar las fuerzas del toro, que eran legítimas,
pero se le iban las manos; pulso para sujetarlo; conmovedora firmeza; cuerpo a
cuerpo. No hubo música. Ni hizo falta. Rajadita del toro en busca de las tablas
y desde casi los medios. Y ahí ganó la batalla Alberto. Entre rayas y tablas.
Un circular antológico, un cambio de mano, tres genuflexos por abajo, el
cambiado de remate y, cuadrado casi solo el toro, la espada entera por arriba
no se sabe ni cómo. Cara la oreja. Un clamor. Las ocho y media de la tarde
noche.
Y eso fue casi todo. Castaño, desconfiado
y nervioso, no se aplicó con ninguno de sus toros, que eran de pulso y no de
poder. David Mora toreó templado con el capote a sus dos toros, al tercero, que
se le cayó mucho, lo mató a la última; al sexto, que se le paró y rebrincó,
acertó a tumbarlo antes de que la gente desertara.
POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- En el pórtico de San Pedro de Llodio, a la una y media, un
concierto de la banda local de chistularis. Reforzados con dos trompetas, un
corno, una tuba y una trompa de Basurto. Y un coro de hombres. Muy sencillo,
muy bonito, Vi parte del ensayo al llegar. Después del paseo por Lamuza y sus
árboles, el concierto. La estatua de Ruperto Urquijo. El urbanismo precipitado
de las ciudades industrializadas de Vizcaya es salvaje. Pero el paisaje puede
con todo. Se sube desde Abando en tren de cercanías, remontando el Nervión. Qué
bonita Arrigorriaga. Las naves desiertas de industrias obsoletas parecen el
paisaje después de un bombardeo alemán.
Gente de Orozco en la fiesta de San
Roque, que se ha empalmado con la de San Bartolomé, el martirizado. Hoy domingo
se lidia en Llodio una novillada de gracilianos de Juan Luis Fraile. La semana
pasada en Amurrió, con novillos de los Revesado, toreó el Garrido que apoderado
El Taro. Y el murciano Moreno que estuvo en Vitoria a principios de mes casi
flotando.
Me ha parecido ver muy desanimada en los
toros a la gente. Yo me tomé en el Monterrey el pisto más sabroso que he comido
nunca. Un helado triple donde los nietos y herederos de Iváñez. Me compré una
tableta de turrón. Te la envuelven para regalo. En tren a los toros desde La
Concordia. Baja en Amézola, paseíto por el parque, con los perros, un chupito
de Tía María. ¡Que bonito el busto en bronce de Dolores Ibárruri, que desde la
boca del parque mira las viviendas obreras de Amézola! El entorno de la
escultura es un jardincito. Detrás, unos álamos.
Se ha echado el día.
FICHA DEL FESTEJO
Cinco toros de Adelaida
Rodríguez y uno de Puerto de San
Lorenzo, que se jugó de tercer sobrero en quinto lugar. A la corrida de
Adelaida, astifina, le faltó un grado de cuajo para Bilbao, y aunque fue noble,
pecó por floja. El sobrero del Puerto, noble, tuvo malos apoyos pero se
entregó.
Javier Castaño, de lila y oro, silencio
en los dos. Alberto Aguilar, de
burdeos y oro, saludos tras un aviso y una oreja. David Mora, de perla y oro, silencio en los dos.
Sábado, 24 de agosto de 2013. Bilbao. 8ª de las
Corridas Generales.
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