Y Talavante, firme e inspirado.
Rivalidad de fondo propia de un mano a mano a tres bandas. A hombros El Juli,
serio, capaz y firme. Momentos espléndidos de Ponce.
BARQUERITO
EL TORO DE LA
corrida fue el cuarto. Del hierro de Domingo Hernández, se llamaba «Treinta
y uno». Dentro del reparto entraron dos toros peleones. Un tercero, estrecho,
montado y largo que atacó con más temperamento que entrega y, por tanto,
con agresividad. Y un quinto, de menos
cuajo que los demás, que se hartó de pegar trallazos al peto de pica mientras Diego Ortiz se agarraba en un puyazo de
los de antes y montado en uno de esos caballos de Bonijol tan elásticos. Del primer puyazo salió el toro escupiéndose
de blando; del segundo, bien sangrado, pero escarmentado y afligido.
Marcaron también la corrida los otros tres toros, pero solo
el segundo, calco en pinta y tipo del primero, se acabó estirando y dando no
sin reniegos. Primero y sexto fueron de pobre nota. El uno, veleto y abierto,
ofensivo, no llegó ni a encelarse, se coló dos o tres veces, se distrajo con
los que se movían por el callejón y se soltó. El sexto, de popa amplia y corto
cuello, tuvo fondo dócil pero escarbó como un poseso. Bien afilados los seis
toros. Primero y quinto desigualaban la corrida: por arriba el uno, por abajo
el otro.
Corrida, pues, de muchas variantes, viva y diversa. Y, a
pesar de sus dos puntos negros, un espectáculo de fuerza, muy entretenido. La
chispa la encendió El Juli en su primer turno: una faena de descaro, dominio y
resolución, más breve que ligera, de saber medir tiempo y espacio, terrenos y
distancias, de poder sin aparente esfuerzo, y una estocada extraordinaria de la
que salió rodado el toro. Dos orejas. La chispa y la llama.
A la fiesta vino a apuntarse Talavante, metido en el cartel en sustitución de Morante.
Viendo a Talavante entregarse con
ese tercer toro tan guerrero, cuesta imaginar que Morante se hubiera dado
tanta coba. El toro fue de arriesgar. Talavante
le bajó las manos en lances encajados a pies juntos –la impronta mexicana-
dibujó media bonita en un quite por chicuelinas y, aunque el toro se le
rebrincaba y dolía, salió a toda pastilla y sin pruebas. Una tanda de cuatro estatuarios cosidos con un péndulo, un
cambio de mano, el natural y el de pecho. Soberbio golpe de efecto, que fue
preludio de una faena larga pero de tensión. Cambios sucesivos de estrategia
pero sin pausas gratuitas. Una buena pelea. Firme, ceñido Talavante, incansable. Improvisaciones: el molinete ligado con el natural,
los remates a pies juntos, unas irregulares bernadinas.
Costó consentirle al toro tanto. Volcado el ambiente, Talavante pinchó y soltó el engaño sin cruzar; perseguido, tuvo que
tirarse al callejón de cabeza por perderle la cara al toro. Una estocada
contraria y delantera. Un descabello.
El regalo de la corrida fue el cuarto. La gente de Ponce acertó al echar por delante el
más feo de los seis del sorteo y el propio Ponce
acertó al pasar turno sin mancharse. Media trasera y caída, y a otra cosa. La
cosa fue ese otro toro, que empezó soltándose del capote y recibió, sin
embargo, demasiada capa, y que, después de dos puyazos medidos, se quedó muy de
seda. Ponce salió a quitar. Dos
lances descaderadillos y una larga forzada en el remate.
Venido arriba, el toro atacó pronto, franco y presto. No
hubo ni tanda de cata. Tres en redondo,
un cambio de mano y el cambiado por alto de remate. Eso fue todavía entre
rayas. En el tercio enseguida una tanda casi idéntica, Las tandas cortas, de
tres y el cambiado, fueron seña de la faena. Un segundo muletazo dormido y
perezoso, La tercera de esas tanda, enroscándose mucho el toro Ponce, fue soberbia. Con la mano
izquierda, luego, no fue igual el nivel. Ni la trama ni la ligazón. Ponce se
descaró. Con el toro y con el público. Su gente se movió mucho por el callejón.
La cosa pasaba más en sol que en sombra. La respuesta fue la propia.
Un tres en uno bien logrado y, luego de una tanda de uno a
uno con la zurda, la sorpresa de la tarde: se fue el toro a tablas. Pero no a
acularse en ellas, sino a estarse en paralelo. Ahí llegaron los momentos más atrevidos y
brillantes. En ese terreno, donde la querencia del toro, Ponce cuajó dos tandas más largas y embraguetadas que las
anteriores. Como estaba el toro tan vivo en su terreno, la emoción fue mayor. Ponce trató de adornarse con esos
espásticos muletazos genuflexos, patiabiaertos y cambiados que lleva en el
repertorio. A eso no quiso jugar el toro y sí a cuatro muletazos postreros de
gran autoridad, de verdad largos y lindos. Pasó el tiempo, se ahorró el palco
un aviso, entró la espada desprendida, tardó el toro en echarse, no anduvo vino
en puntillero, cayó el aviso, una oreja y casi dos. Casi.
Luego llegó sorda una seria réplica de El Juli, que se encontró
el eco justo pero fue, sin bellismos, de rico rigor técnico. En todos los
términos: picado el toro, un quite mixto abierto por chicuelinas y redondeado con cuatro lances codilleros y ajustados,
y media de dejar Julián el toro donde se le antojó. Tres banderas –corto el viaje
del toro- y tres y hasta cuatro genuflexos en la suerte natural y cambiados.
Todo en una tanda. El toro llevaba prendidas y caídas cinco banderillas que
sonaban como un paloteo constante porque El Juli no dejó en paz al toro hasta
que no lo tuvo gobernado, sometido y rendido. En tres tandas con la zurda. Y,
después, cuando quiso rajarse el toro, el alarde de sujetarlo en tierra de
nadie. Muchos ingenios de El Juli: los cambios de mano no como
adorno sino como recurso, la listeza para adelantarse en cada baza. Una
delicia. Un pinchazo y una estocada tendida al encuentro o recibiendo. Salió el
engaño enganchado y hecho trizas. Talavante
no pudo hacer más que insistir con el toro que tanto escarbó.
POSTDATA PARA LOS
ÍNTIMOS.- Mañanita lloviznosa.
Cuánto ruido en el Parque de Doña Casilda. Todas las atracciones infantiles con
altavoces. El himno de las fiestas infantiles en vascuence. Los niños hacen
colas. Muchas abuelas. Cerrado el Museo por lunes. Un paseo por el parque, que
parece inglés y es un jardín inglés. Las especies están identificadas. Hay un
haya sencillamente majestuosa. El equilibrio de las ramas es perfecto.
Demasiados magnolios ¿no crees? Un fresno creo que centenario, porque el parque
es del 1904 y tal vez. No he visto un tronco de fresno más grueso en toda mi
vida. Con una vara de fresno puede irse a Sevilla a ver los toros. Cedros,
piceas, almeces, acacias, plátanos, acebos. Y un estanque con veinte especies
distintas de patos, y en una isla del estanque, un palomar de dos pisos. En el
de abajo, viven pavos reales que se esconden cuando llueve. Hay dos ardillas.
La pérgola, cubierta
de madreselva y enredaderas, es el punto central. La caseta de ferias no deja
ver el monumento postromántico que recuerda a los Epalza e Iturrízar, los
benefactores. Es muy hermoso el monumento a los que defendieron las libertades
en los años de Franco. Con un texto soberbio de Blas de Otero -un gran poema-
vertido al vascuence por Gabriel Aresti.
Hasta Atxuri en
tranvía. Perdí el tren de Bermeo de los 12 y 19, me fui a Amorebieta en el de
las 12 y media. Están haciendo obras para un paso subterráneo. Al salir de la
estación, el cementerio, a la izquierda. Hay que salir por la derecha y bajar
para cruzar el puente sobre el Ibaizábal, que está muy bien canalizado. La parroquia de Amorebieta
es soberbia. Imponen las cruces de piedra de un calvario que empieza en el
centro mismo de la ciudad, entre la calle del Conbenio y la de Sabino Arana. Me
ha dejado impresionado saber por una placa que el colegio de El Carmelo,
edificio singular, el más alto de la ciudad, fue cárcel de mujeres después de
aquella maldita guerra. Estaba todo tranquilo. Judías pintas en el Leku Berri.
El autobús de vuelta hasta Hurtado de Amezaga. No había tráfico. Escampó, salió
el sol. Y a los toros con parada previa en el Parque de Amezaga, que es un
pulmoncito bueno.
FICHA DEL FESTEJO
Tres toros de Garcigrande (Concha Escolar), jugados de impares, y
tres de Domingo Hernández. Todos, de
una sola propiedad y un mismo encaste. El cuarto, bravo, fue el de mejor
condición. Dieron juego segundo, tercero y quinto. De pobre nota primero y
sexto.
Enrique Ponce, de celeste y oro, silencio y oreja tras un
aviso. El Juli, de negro y blancos,
dos orejas y saludos. Alejandro
Talavante, de verde botella y oro, vuelta y silencio.
Bravo a caballo Diego Ortiz.
Listos en la brega y con los palos Álvaro
Montes y Agustín Serrano.
Lunes, 19 de agosto de 2013.
Bilbao. 3ª de las Corridas Generales. Más de tres cuartos. Templado y
bueno.
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