El torero
extremeño confirma en Bilbao su estado de gracia: todo le sirve, todo lo ve
claro. Pureza destacada del torero de Arnedo a la verónica. Victorinada de
calidad.
BARQUERITO
SE CUMPLIERON CASI todos los ritos como
en un guión prescrito. Victorino cerró Semana Grande con una corrida variada,
compleja y viva. Diego Urdiales se esmeró al torear de capa. Nadie lo había
hecho a la verónica en toda la semana con tanta pureza como él en el segundo
toro de corrida. El propio Diego toreó de muleta con la mano izquierda, con
temple, pureza clásica y asiento. Y sin escatimar: tandas de cinco y hasta
seis.
No se sabe por qué razón -¿el cambio
climático del segundo domingo de fiestas en Bilbao…?-, el cielo se puso gris, y
el día, triste. Y llovió todo lo que no había llovido en los últimos diez días.
No había llovido nada y tampoco fue para tanto. Y dos cosas más, que se
salieron del común. Dirigió la banda el maestro Juanjo Ocón, segundo director
invitado este año a los toros, y la banda sonó de maravilla. El repertorio
habitual de Bilbao, pero brioso, afinado, acoplado. Una delicia. Músicas del
bermeano Franco Ribate, las piezas de siempre –el Danzón de las seis menos
diez, el Club Cocherito del paseíllo…-y la España Cañí, de Marquina, en las
banderillas del cuarto toro, antes de la segunda de las dos faenas de Ferrera,
la más vibrante.
En los balconcillos de Vista Alegre se
sientan taurinos melómanos, las dos cosas, y cuando la banda cerró el pasodoble
de arrastre del quinto, se volvieron hacia los músicos y aplaudieron. Ocón
saludó tímidamente. No sabría que le estaban escuchando. O pensaría que las
palmas son en los toros premio exclusivo de los toreros.
Y de los toros bravos. Los hubo en la
corrida de Victorino, pareja, bella, bien hecha, en tipo, astifina. Un lindo
primero de mucha fijeza; un encastado segundo que se movió y repitió más que
ninguno; un cuarto muy ganoso y tan noble como ganoso, alegre, bravo; un sexto
remolón a la vista del caballo de pica, algo tardo y sin golpe de riñón, pero
de bondad casi sorprendente en la ganadería. No hubo alimañas. Ya hace tiempo
que no. Solo que el quinto de corrida, por poco picado o por picado demasiado
delantero, arreó algún trastazo y tuvo un defecto que ningún otro: fue toro
mirón. El tercero, el más armado y pesado de los seis, se recostó contra el
caballo de pica, se aplomó luego y fue el de más vago empleo.
No solo Urdiales, tan virtuoso con el
capote a la verónica –los seis lances más bellos de la semana, los de mejor
cadencia- como puro en una tanda ligada con la zurda. ¿La mejor de la semana
con permiso de Perera, El Juli y Alberto Aguilar? Además de Urdiales, Ferrera.
Ferrera en estado de gracia. Le sale
todo, encuentra toro en todas partes, se vacía con el que sirve y con el que
no, porque de pronto parecen servirle todos. Y los saltillos de Victorino
parecen venirle como anillo al dedo. No sufre, no se atraganta. Y rompe con esa
epidemia de monotonía que ha pasado a ser en el repertorio moderno de muleta
como una nube tóxica.
También Ferrera se estiró de capa en los
lances de recibo, jugó los brazos, se encajó, le cambió al primer toro
terrenos, acertó a soltarlo tiempo, lo lidió con criterio Y al cuarto, que
asomó fiero, lo mismo y mejor: cinco lances amplios en los medios, de capote
muy volado, traído el toro por delante, bien librado, y una media estupenda.
Con Ferrera se vivieron, de acuerdo con el guión imaginado, dos tercios de
banderillas bastante brillantes: cuarteos, reuniones de dentro afuera y de
poder a poder, ataques en tablas, un cambio con recorte y salida por delante
dedo en ristre hasta dejar al toro firmes.
Ese fue el cuarto de corrida, pronto y
repetidor, de largo viaje por la mano izquierda. Y por ella fue casi entera una
faena de Ferrera de gran descaro, segurísima en los enganches, firme en la
ligazón. Sin una sola ventaja. De fondo la banda de música: el “Camino de
rosas” de José Franco. Público volcado, porque Ferrera ha ganado hasta en eso,
en la manera de llegar a la gente. La estocada asomó. Atravesada. Un
descabello. Una vuelta al ruedo bien ganada.
De garbo parecido, y de idéntica
autoridad, había sido la primera faena de esta corrida que se jugó con tiempos
ligeros porque los toros se movieron y no perdieron los toreros el tiempo.
Cuando el primer toro respiró picante –la casta-, se impuso el Ferrera de
poder. Cuando el toro se tranquilizó, un poquito de jugar al toro. Dos
pinchazos, media. Un gusto ver a Ferrera con tal desparpajo. Una cornada apenas
curada y de hace solo diez días. Y parecía andar por Bilbao de compras, de
paseo o de potes. Eso es, en un torero, sitio. Lo que se ponga por delante.
El candor de Urdiales para no renunciar
al canon clásico: paciente, después de su exhibición tan primorosa con el
capote, supo esperar al toro, tragarle su bravo fondo, bajarle la mano, no perderle pasos,
improvisar los remates de tanda con la trinchera ligada al de pecho. Las pausas
justas. No cortes de fluido. Una sensacional tanda de seis, el de pecho y un
molinete. Y una cogida al entrar con la espada, de la que salió casi ileso. Un
aviso. Una oreja. Estaba su gente, la de Diego, en las gradas altas. Rugieron
con su torero. Pero el quinto ni se dejó convencer con el capote ni pasó de las
medias embestidas regañadas a la hora del trasteo de muleta. Toro de fondo
agresivo. Muy bonitos los desplantes del torero de Arnedo a la antigua, como
los de las rancias fotos de Bombita. Un pinchazo, media estocada.
En otro aire un Cid menor. Menos
convencido que Urdiales, menos puesto que Ferrera. Rápido de ideas, pero
obligado a rectificar cuando el tercero se le metió a acostó. Más entero con el
tardo sexto, con el que se entendió. Humilló el toro, pero no se daba solo.
Algún muletazo largo del torero de Salteras, que no pareció haber venido a
Bilbao a poner una pica en Flandes precisamente.
POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- Las siete calles, hasta los topes. Coches de niños y ancianos. Un
vino en la Peña del Athletic de la calle Pelota. un agobio. Mejor ha sido el
paseo de la mañana. Estaba desierto el muelle de la ría. Nadie, nadie. En la
Plaza Campuzano abrieron este año un bar impecable. Para desayunar y leer algo
de prensa. Estaban regadas las calles
con detergente.
Entré en el claustro de San Andrés, junto
a los Santos Juanes. Hay piezas arqueológicas soberbias. No sé si bien
valoradas. Intransitable la Plaza Nueva. Inaccesibles los puestos de libros.
Ruido. Unamuno en su columna de triunfo.
El Bilbao romántico: el bronce de Trueba,
de Benlliure, en los Jardines de Albia, recién regados. La calle Ledesma, ni
carne ni pescado. Un pinchito en el Lepanto. Tarde la comida en el Farqueta. La
merluza en ondarresa con su sus ajitos refritos. A pie hasta La Casilla.
Chispeaba. Adiós, Dolores.
Agur!
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Victorino
Martín. Corrida de buenas y bellas hechuras, parejas, astifina, de tanta
viveza como movilidad. Primero, segundo, cuarto y sexto se emplearon con
alegría. Aplomado el tercero; encogido, el quinto tuvo un punto agresivo.
Antonio
Ferrera,
de azul pavo y oro, saludos y vuelta. Diego
Urdiales, de verde oliva y oro, oreja y ovación tras un aviso. El Cid, de añil y oro, silencio y
ovación.
Domingo, 25 de agosto de 2013. Bilbao. 9ª de las
Corridas Generales. Un tercio de plaza. Entoldado y fresco. Lluvia del tercer
toro en adelante.
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