lunes, 26 de agosto de 2013

ASTE NAGUSIA EN BILBAO 2013 – ULTIMO FESTEJO: Ferrera y Urdiales, dos toreros

El torero extremeño confirma en Bilbao su estado de gracia: todo le sirve, todo lo ve claro. Pureza destacada del torero de Arnedo a la verónica. Victorinada de calidad.

BARQUERITO

SE CUMPLIERON CASI todos los ritos como en un guión prescrito. Victorino cerró Semana Grande con una corrida variada, compleja y viva. Diego Urdiales se esmeró al torear de capa. Nadie lo había hecho a la verónica en toda la semana con tanta pureza como él en el segundo toro de corrida. El propio Diego toreó de muleta con la mano izquierda, con temple, pureza clásica y asiento. Y sin escatimar: tandas de cinco y hasta seis.

No se sabe por qué razón -¿el cambio climático del segundo domingo de fiestas en Bilbao…?-, el cielo se puso gris, y el día, triste. Y llovió todo lo que no había llovido en los últimos diez días. No había llovido nada y tampoco fue para tanto. Y dos cosas más, que se salieron del común. Dirigió la banda el maestro Juanjo Ocón, segundo director invitado este año a los toros, y la banda sonó de maravilla. El repertorio habitual de Bilbao, pero brioso, afinado, acoplado. Una delicia. Músicas del bermeano Franco Ribate, las piezas de siempre –el Danzón de las seis menos diez, el Club Cocherito del paseíllo…-y la España Cañí, de Marquina, en las banderillas del cuarto toro, antes de la segunda de las dos faenas de Ferrera, la más vibrante.

En los balconcillos de Vista Alegre se sientan taurinos melómanos, las dos cosas, y cuando la banda cerró el pasodoble de arrastre del quinto, se volvieron hacia los músicos y aplaudieron. Ocón saludó tímidamente. No sabría que le estaban escuchando. O pensaría que las palmas son en los toros premio exclusivo de los toreros.

Y de los toros bravos. Los hubo en la corrida de Victorino, pareja, bella, bien hecha, en tipo, astifina. Un lindo primero de mucha fijeza; un encastado segundo que se movió y repitió más que ninguno; un cuarto muy ganoso y tan noble como ganoso, alegre, bravo; un sexto remolón a la vista del caballo de pica, algo tardo y sin golpe de riñón, pero de bondad casi sorprendente en la ganadería. No hubo alimañas. Ya hace tiempo que no. Solo que el quinto de corrida, por poco picado o por picado demasiado delantero, arreó algún trastazo y tuvo un defecto que ningún otro: fue toro mirón. El tercero, el más armado y pesado de los seis, se recostó contra el caballo de pica, se aplomó luego y fue el de más vago empleo.

No solo Urdiales, tan virtuoso con el capote a la verónica –los seis lances más bellos de la semana, los de mejor cadencia- como puro en una tanda ligada con la zurda. ¿La mejor de la semana con permiso de Perera, El Juli y Alberto Aguilar? Además de Urdiales, Ferrera.

Ferrera en estado de gracia. Le sale todo, encuentra toro en todas partes, se vacía con el que sirve y con el que no, porque de pronto parecen servirle todos. Y los saltillos de Victorino parecen venirle como anillo al dedo. No sufre, no se atraganta. Y rompe con esa epidemia de monotonía que ha pasado a ser en el repertorio moderno de muleta como una nube tóxica.

También Ferrera se estiró de capa en los lances de recibo, jugó los brazos, se encajó, le cambió al primer toro terrenos, acertó a soltarlo tiempo, lo lidió con criterio Y al cuarto, que asomó fiero, lo mismo y mejor: cinco lances amplios en los medios, de capote muy volado, traído el toro por delante, bien librado, y una media estupenda. Con Ferrera se vivieron, de acuerdo con el guión imaginado, dos tercios de banderillas bastante brillantes: cuarteos, reuniones de dentro afuera y de poder a poder, ataques en tablas, un cambio con recorte y salida por delante dedo en ristre hasta dejar al toro firmes.

Ese fue el cuarto de corrida, pronto y repetidor, de largo viaje por la mano izquierda. Y por ella fue casi entera una faena de Ferrera de gran descaro, segurísima en los enganches, firme en la ligazón. Sin una sola ventaja. De fondo la banda de música: el “Camino de rosas” de José Franco. Público volcado, porque Ferrera ha ganado hasta en eso, en la manera de llegar a la gente. La estocada asomó. Atravesada. Un descabello. Una vuelta al ruedo bien ganada.

De garbo parecido, y de idéntica autoridad, había sido la primera faena de esta corrida que se jugó con tiempos ligeros porque los toros se movieron y no perdieron los toreros el tiempo. Cuando el primer toro respiró picante –la casta-, se impuso el Ferrera de poder. Cuando el toro se tranquilizó, un poquito de jugar al toro. Dos pinchazos, media. Un gusto ver a Ferrera con tal desparpajo. Una cornada apenas curada y de hace solo diez días. Y parecía andar por Bilbao de compras, de paseo o de potes. Eso es, en un torero, sitio. Lo que se ponga por delante.

El candor de Urdiales para no renunciar al canon clásico: paciente, después de su exhibición tan primorosa con el capote, supo esperar al toro, tragarle su bravo fondo,  bajarle la mano, no perderle pasos, improvisar los remates de tanda con la trinchera ligada al de pecho. Las pausas justas. No cortes de fluido. Una sensacional tanda de seis, el de pecho y un molinete. Y una cogida al entrar con la espada, de la que salió casi ileso. Un aviso. Una oreja. Estaba su gente, la de Diego, en las gradas altas. Rugieron con su torero. Pero el quinto ni se dejó convencer con el capote ni pasó de las medias embestidas regañadas a la hora del trasteo de muleta. Toro de fondo agresivo. Muy bonitos los desplantes del torero de Arnedo a la antigua, como los de las rancias fotos de Bombita. Un pinchazo, media estocada.

En otro aire un Cid menor. Menos convencido que Urdiales, menos puesto que Ferrera. Rápido de ideas, pero obligado a rectificar cuando el tercero se le metió a acostó. Más entero con el tardo sexto, con el que se entendió. Humilló el toro, pero no se daba solo. Algún muletazo largo del torero de Salteras, que no pareció haber venido a Bilbao a poner una pica en Flandes precisamente.

POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- Las siete calles, hasta los topes. Coches de niños y ancianos. Un vino en la Peña del Athletic de la calle Pelota. un agobio. Mejor ha sido el paseo de la mañana. Estaba desierto el muelle de la ría. Nadie, nadie. En la Plaza Campuzano abrieron este año un bar impecable. Para desayunar y leer algo de prensa. Estaban  regadas las calles con detergente.

Entré en el claustro de San Andrés, junto a los Santos Juanes. Hay piezas arqueológicas soberbias. No sé si bien valoradas. Intransitable la Plaza Nueva. Inaccesibles los puestos de libros. Ruido. Unamuno en su columna de triunfo.

El Bilbao romántico: el bronce de Trueba, de Benlliure, en los Jardines de Albia, recién regados. La calle Ledesma, ni carne ni pescado. Un pinchito en el Lepanto. Tarde la comida en el Farqueta. La merluza en ondarresa con su sus ajitos refritos. A pie hasta La Casilla. Chispeaba. Adiós, Dolores.

Agur!

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Victorino Martín. Corrida de buenas y bellas hechuras, parejas, astifina, de tanta viveza como movilidad. Primero, segundo, cuarto y sexto se emplearon con alegría. Aplomado el tercero; encogido, el quinto tuvo un punto agresivo.
Antonio Ferrera, de azul pavo y oro, saludos y vuelta. Diego Urdiales, de verde oliva y oro, oreja y ovación tras un aviso. El Cid, de añil y oro, silencio y ovación.

Domingo, 25 de agosto de 2013. Bilbao. 9ª de las Corridas Generales. Un tercio de plaza. Entoldado y fresco. Lluvia del tercer toro en adelante.

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