Ponce se enreda a gusto con él, pero se pasa de faena y marra con la
espada. Herido Fortes pero no de gravedad. Perera, valentísimo en sus tres
turnos, mal recompensado.
BARQUERITO
AL PERDERLE LA CARA al tercero, Saúl
Jiménez Fortes fue alcanzado de lleno, prendido por la entrepierna,
encunado, derribado, levantado como presa y al fin soltado. Fortes pudo
ponerse en pie, se echó la mano al muslo y se dejó llevar a la enfermería.
Impresión de cornada grave. Por el tiempo que estuvo el torero malagueño
enganchado en el cuerno. Y porque el toro, engatillado y vuelto, era muy
astifino, como toda la corrida. Ponce lo tumbó al segundo intento. Ese
tercero galopó de salida, tuvo suave son, humilló y se vino pronto. Claudicó
tres veces. Fortes, encajado en un quite meritorio por chicuelinas, pecó de torear en corta
distancia. Corto el viaje del toro, que se la acostó tres veces. Media hora más
tarde trascendió la noticia de que, en contra de lo temido, no había sido
cornada grave.
Y el espectáculo continuó, como se dice o decía en el circo. La segunda
parte se vivió con más tensión que la primera. Por cumplirse la ley del circo.
Se corrieron turnos. El segundo de Perera, que se jugó de cuarto,
colorado calcetero y ojo de perdiz, casi 600 kilos, gordísimo, no estaba en el
tipo en que mejor embiste el toro de Núñez.
Después de dos varas, salió descarado Perera a los medios para ajustarse
en un quite mixto: dos villaltinas o tafalleras, tres gaoneras y una larga e
remate. El toro se le paró en el quinto lance debajo. Fue el momento
incandescente de la corrida, pero también el que hizo olvidar la cornada de Fortes.
Un toro remolón y apagado, con sus dos puntas impecablemente limpias. Ya
no se estila lo de “arrimón” para
definir las faenas en que el torero se mete en el toro. “Meterse en el toro”, se decía en tiempo. Encajarse entre pitones
sin temblar y casi a cuerpo limpio. Pegó cabezazos el toro más por desgana que
por protestar. El riesgo fue mayor. Perera estuvo aguantando sin red y la
gente se puso tan nerviosa que hubo hasta quien silbó pidiendo que cortara.
Resistió Perera, a quien se ve respirar en la cara del toro con una
seguridad insolente. Un natural ligado con el de pecho –el de pecho de verdad,
el obligado, de quitarse de encima el toro- fue soberbio. El toro le pegó un
pisotón y, cojeando, Perera entró con la espada y dejó tranquila a la
gente. Cambió el signo de la cosa. Un alivio.
Perera ya se había embraguetado y de qué manera con el
segundo de la tarde, donde también brotaron el natural y el obligado de
pecho ligados, tan del toreo clásico de ajuste. Como el cambio de mano por delante no como
adorno sino como solución. Esa primera faena de Perera fue seca y de
valor –y, por tanto, muy de Perera-, y abundante, porque se fue al
quinto muletazo ligado en cada una de las tres tandas armadas y ligadas con la
diestra. El toro tuvo correa por la izquierda, largó algún recado y punteó.
Desafortunada la idea de la banda de acompañar un trabajo de tensión con el Amparito Roca. Una estocada trasera. Tal
vez por ser faena de más a menos, o por la música, o porque la gente es de Ponce,
no hubo recompensa mayor.
Ponce molió a capotazos de brega al toro que rompió
plaza: veintitantos, antes de varas y todavía después. Tantos lances para toro
de pastueño son fueron como una tercera vara. Domado, el toro consintió en
faena larguísima. Cuando quiso pararse, le dio cuerda Ponce, como si
tirara de él con un ronzal. Le dio la banda dos vueltas al Martín Agüero, se pasó de tiempo el trabajo, una estocada caída y
tendida, cuatro golpes con el verduguillo. Un aviso.
El quinto de corrida, negro chorreadito,
ensillado y largo, pura fibra, pareció desde el arranque el toro de la tarde, y
lo fue. Suelto primero, gateando antes de fijarse, llegó a tomar tres puyazos,
y ninguno en el sitio preciso. La ración de capa fue, nuevamente, un exceso.
Antes de banderillas ya estaba el toro visto y declarado: bravo. Iba a
descolgar y a templarse pero a pelear también. Fijeza y entrega, la velocidad
ideal. Y el tranco de más. El toro de más calidad de lo que va de semana y ya
media feria.
A Ponce no le equivocó el toro, lo brindó ceremoniosamente y
manos a la obra. Una faena todavía más larga que la primera, pero mucho más
rica en contenido. Pautada en pausas bien medidas y resuelta entre rayas y en
sombra, no lejos de la puerta de toriles. En la querencia segura. Hubo, junto
al risueño dibujo de los redondos, cites en uve y unos cuantos muletazos
enganchados en la primera de las dos mitades de la faena. Hasta que no sonó la
música no terminó de enredarse fino Ponce.
La segunda mitad, o el último tercio, fue de logro mayor: la rica
composición de la figura, no tan pendiente Ponce de hacer gestos
cómplices a la gente, la técnica perfecta en el enganche por abajo y la muleta
puesta en el hocico al remate del viaje. Y el ritmo. Muy hermosos los muletazos
genuflexos previos a la igualada. Y fijo el toro, un desplante atrevido en
contraquerencia. Una estocada defectuosa –delantera y atravesada-, cinco
intentos con el descabello. Un aviso. Casi la vuelta al ruedo.
El toro sexto, el que se dejó Fortes, salió frió y escarbó, derribó en la primera vara,
metió los riñones en la segunda pero sin
pelear, trató de colarse por un burladero y, en fin, hizo de todo un poco, y poco
bueno. Perera iba a cortar por lo sano cuando de pronto el toro se vino
con claridad en una tanda con la diestra. Se animó Perera, el toro le
aguantó solo diez viajes medio en serio, y luego buscó las tablas. Una
estocada.
POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- Para ver aparecer de sorpresa el
peñón de Ízaro y el acantiladito de Mundaka es mejor coger el tren de Bermeo
desde Atxuri o Bolueta. Antes de entrar en Amorebieta se bifurcan las líneas:
una va hacia Deva y otra sube hacia Guernica a buscar la ría. El Urdabai. En
día tan de sol como el de hoy, un placer. Se bajaron las ventanillas y a medida
que se iba ganado la costa entraba el aroma del Cantábrico. En Guernica casi se
llenó el tren. Bañistas. Y surferos. Hay olas de hasta seis metros en Mundaka.
Bermeo está muy limpito. El
Puerto Viejo es ahora amarre de embarcaciones deportivas, yatecitos,
catamancitos. Quién pudiera. El olor de gasoil y el olor de mar, que vendrá de
las fábricas conserveras. Isabel, Garavilla y demás. La facha de Santa Eufemia,
remozada y reluciente. Al Casino le han lavado la cara y esto ya parece
Biarritz. Llenos los bares de pintxos. Y en la boca del puerto, frente al gran
espigón, una maravillosa escultura de base de cemento -tres bloques- y tres
figuras de bronce: un anciano que parece mirar el final del mundo o la vida,
una loba que aúlla y un joven de incierto porvenir. "La última ola, el
último aliento". Obra maestra. De Enrique Zubía y Javier San Miguel.
Las escaleras del casco
viejo están impecables. Fachadas repintadas. Aquel hotel que había antes en el
Parque Lamera ha cerrado y se ha trasladado con los bártulos al Mendaka.
Estaba lleno el Casino y he
comido de tapas en el muelle pesquero. Muy bien, muy barato. La vuelta en
autobús. Por Munguía. Una tarde sencillamente perfecta. Las curvas de la
carretera de subida a Sollube son tan sinuosas y cerradas que parece un viaje
celeste. Se ve el mar azul tan de norte. Vale la pena. Hay ventas donde comer y
perderse. Y estar.
La tierna Vizcaya. No la
dura.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Alcurrucén (Pablo, Eduardo y José Luis Lozano). Corrida muy astifina, de
gran distinción y variada de juego y condición. El jugado de quinto, elástico,
encastado y noble, fue excelente.
Enrique Ponce, de cayena y oro, saludos tras un aviso en los. Miguel Ángel Perera,
de púrpura y oro, saludos en los tres que mató. Jiménez Fortes, de azul
marino y oro, herido por el tercero. Una cornada de dos trayectorias en el
muslo derecho que no afectó vasos. Pronóstico reservado.
Perera mató los toros jugados en lugar par. El segundo de Ponce se
soltó de quinto.
Dos pares notables de Joselito Gutiérrez.
Miércoles, 21 de agosto de 2013. Bilbao. 5ª de las Corridas Generales. Media plaza. Muy caluroso.
Miércoles, 21 de agosto de 2013. Bilbao. 5ª de las Corridas Generales. Media plaza. Muy caluroso.
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