miércoles, 28 de agosto de 2013

DESDE EL BARRIO: Bilbao aclara la temporada

PACO AGUADO

En Bilbao salió el toro serio -a diario- y exigente –casi todas las tardes- para hacer por sí mismo un profundo aclarado de la temporada. Entre la confusión de conceptos, el "buenismo" de la prensa taurina y los intereses empresariales, hasta la tercera semana de agosto la crítica campaña española era un caos de titulares falsos e intereses cruzados. Pero el "toro de Bilbao" y la misma seriedad de su plaza han puesto muchas cosas en su sitio a lo largo de una intensísima semana.

Las Corridas Generales de abono han hecho la radiografía exacta del verdadero estado de forma de todos los toreros que han pisado la arena cenicienta de Vista Alegre, ya sean figuras o aspirantes. Y, además, con la precisión que no refleja, ni de lejos, un escalafón engañoso por viciado e injusto.

Más allá de las orejas cortadas, de ese bizantino y ya tedioso debate que cada año se plantea con las decisiones del famoso Matías González, uno de los toreros que salen del test bilbaíno con mejor diagnóstico fue Miguel Ángel Perera, por su apabullante autoridad. A los seis toros que acabó estoqueando, tanto a los muy exigentes "alcurrucenes" como a los "fuenteymbros" de su mano a mano con Fandiño, les hizo el extremeño un toreo tan poderoso como es su norma pero esta vez más suelto, menos encorsetado por su rígida determinación y, por tanto, de mayor y mejor dimensión.

A Enrique Ponce, que siempre se crece en esta plaza que le idolatra, se le vio disfrutar de una segunda o hasta tercera juventud. A sus cuarenta y tantos, conserva el valenciano la afición de un becerrista y sobre ella despliega la sabiduría del maestro que es. Con una brillante puesta en escena, con muchos detalles de calidad y torería y con una mano izquierda más sabrosa que su hábil derecha, Ponce deleitó en Bilbao y salió nuevamente relanzado y dejó ver, para asombro de todos, que el final de su carrera no es tan cerca como parece.

Como a Ponce, a Fandiño también le quisieron sacar a hombros los aficionados de su tierra, básicamente por la honestidad y gallardía con que plantó cara al toro más encastado de toda la feria y de la corrida más completa, un "jandilla" realmente bravo al que se pasó por los muslos sin más matices que su férrea determinación. Con ese planteamiento, a falta de otras virtudes técnicas que darían más profundidad y calado a su toreo, el de Orduña ha mantenido en Bilbao el sello de torero enrachado del año.

En cambio, a pesar de la salida a hombros que le regaló el presidente, El Juli ha dejado en el aire del Cantábrico, en una plaza que nunca le falló, ciertas dudas y sospechas. Crispado y cargado de una extraña ansiedad, espeso por momentos aunque como siempre resolutivo, Julián no parece encontrarse a gusto, ni en la plaza ni consigo mismo, en una temporada que parece hacérsele muy cuesta arriba desde su accidente familiar y su complicada cornada de Sevilla.

En cambio, no dudas sino absolutas certezas, dejó ver un José María Manzanares laxo, sin tensión competitiva alguna, que ya venía tocado desde su paso por la Feria de Abril. Por cuarta vez esta temporada, su mano a mano con Juli careció de sentido y de esa pretendida rivalidad que se antoja imposible entre ambos. Sin duda, el de Alicante ha sido el gran damnificado en el aclarado bilbaíno.

Y para mostrar nuevamente la injusta sinrazón del momento por el que atraviesa la fiesta de toros en España, varios "modestos" dejaron sobre el ruedo ferruginoso de Bilbao muchos de los momentos de mayor calidad y calado de las Corridas Generales.

Diego Urdiales y Alberto Aguilar, dos toreros menudos de talla pero gigantes de corazón y torería, cerraron la feria con dos actuaciones propias de primeras figuras. El de Arnedo dejó para el recuerdo los naturales de más sabor, naturalidad y buen gusto de todo el abono, cuajados a un "victorino" no fácil en medio de un vendaval y bajo un aguacero que no apagaron la brasa ardiente de su toreo.

Y, veinticuatro horas antes, el madrileño Aguilar metió en el canasto de su suave y dúctil muleta, con el pecho entregado a cada reacia embestida y las plantas asentadas en la arena, a un mostrenco de casi setecientos kilos que acabó encogido ante su descarnada sinceridad. Ambos, Urdiales y Aguilar, demostraron que el toreo de vuelos, el que, a costa de exponer y no esconderse, engancha y conduce las embestidas con precisión y mando, está varios escalones por encima del que practican quienes, cada vez en más número, manejan la muleta como un escudo. Y que emociona más por su clásica verdad.

También hay que situar en ese cuadro de honor de la dura prueba bilbaína a un fácil y solventísimo Manuel Escribano, a un Alejandro Talavante en busca de su propia esencia, a un inteligente Luis Bolívar, a un digno Rubén Pinar y a un Jiménez Fortes que pagó con sangre el trence de volver a encontrarse consigo mismo. Y, no sin ciertos reparos, a un Juan del Álamo que triunfó con arrojo con otro encastado "jandilla" pero luego desaprovechó al toro de más clase del abono.

De todo lo demás, salvo de la magistral actuación de Hermoso de Mendoza en la tarde inaugural, quedará sólo un tibio recuerdo que irá arrastrando ese brutal aclarado que ha dejado ver con nitidez el verdadero estado del escalafón, más allá de las estadísticas.

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