La
negativa de dos concejales de extrema izquierda a que dos toreros puedan usar
las instalaciones deportivas locales para sus entrenamientos ha abierto la caja
de los truenos
ÁLVARO R.
DEL MORAL
Diario EL
CORREO DE ANDALUCÍA
Hay mucha, muchísima gente, que pone Espartinas en
el mapa invocando a un torero que llenó con su nombre la segunda mitad de los
ochenta y los primeros 90 del pasado siglo XX. Se llamaba, y se llama, Juan
Antonio Ruiz Román pero todo el mundo lo conoce como Espartaco. Es una de esas
figuras que lo eran en el ruedo; también lo sigue siendo en la calle. Espartaco
vivió esos tiempos en los que la profesión aún detentaba la cotidianidad,
presencia y popularidad que la torpeza del sector –la autocrítica es necesaria-
y la deriva de lo políticamente correcto le ha arrebatado hoy.
Juan Antonio Ruiz había heredado ese apodo de su
padre, Antonio, al que El Pipo –ese taurino genial que convirtió a El Renco en
El Cordobés- bautizó como Espartaco asemejando el eco de la famosa película
protagonizada por Kirk Douglas a la fonética de la localidad natal de esta saga
aljarafeña. No debe ser casual que una gran estatua en bronce del gran torero
presida la explanada de la plaza de toros levantada en la cresta del apogeo
‘pepero’ en la localidad. Algo habrá hecho para merecerla...
Pues bien... Hay un tal señor Calado –que ha quedado
ídem- que es segundo teniente del ayuntamiento de Espartinas y ha otorgado a
dos de sus vecinos –toreros para más señas- la condición de ciudadanos de
segunda categoría por mera discrepancia ¿ideológica? con ese oficio tan
estrechamente ligado al pueblo en particular y la inmensidad del Aljarafe en
general, antiquísimo vivero de toreros, banderilleros, picadores y hombres del
toro.
Repasando...
La secuencia ya es conocida: el matador de toros
Juan Leal y el banderillero Agustín de Espartinas, que entrenaban en
condiciones precarias en algún lugar del pueblo, recibieron indicaciones de un
empleado municipal para optar a hacerlo en el pabellón deportivo, como
cualquier hijo de vecino. A partir de ahí se desató la antología de los
disparates. Primero recibieron la negativa de un tal Iturralde que, como el
famoso segundo teniente de alcalde José María Calado, tiró de ideología para
negar el uso de esas instalaciones a los toreros. El tema se enfangó y de qué
manera...
Calado sabía que el asunto podía estallar y le
debieron entrar las siete cosas. Quiso poner el parche antes que la herida
llamando al diario ABC para desautorizar a Agustín de Espartinas pero sólo
consiguió mancharse de marrón. A partir de ahí la polémica estaba servida pero
la bola sólo había empezado a rodar. La alcaldesa, señora Los Arcos, aceptó
recibir a ambos lidiadores en la mañana del pasado viernes para aplacar los
ánimos aunque sólo ha conseguido que la indignación de la grey taurina suba
como la espuma. Hay que recordar que el gobierno municipal de Espartinas se
apoya en los cinco concejales socialistas apuntalados con los dos de Adelante,
una de las marcas blancas de esa insufrible extrema izquierda que se apunta a
todos los bombardeos habidos y por haber. ¿Cuál tocaba esta vez? Tocarle las
narices al mundo taurino pasándose por el forro ideológico la legislación
vigente hasta el punto de rozar la prevaricación. Ni más ni menos... Y la
regidora sólo acertó a ponerse de perfil en una cobarde equidistancia que no ha
dejado contento a nadie, dejando todo a mitad de camino.
Historia de la plaza
El asunto, más allá de los rescoldos de la
polémica, de evidenciar el dudoso concepto de libertad que maneja la extrema
izquierda de este país o de aventar la protesta convocada en las redes sí ha
servido para señalar nítidamente el calamitoso estado de la plaza de toros que,
en honor a la verdad, comenzó su abandono antes de la llegada del actual
ayuntamiento después de que Diego Ventura cerrara su historia taurina–hasta
ahora- encerrándose en solitario el 15 de abril de 2018 en medio del pulso que
sostenía con la empresa Pagés.
El coso de Tablantes, que ahora duerme sus
esplendores rendido al abandono y los jaramagos, no deja de ser hijo de aquella
efervescencia taurina que se enhebró con la fiebre urbanística que cambió el
paisaje de este país. De hecho, su construcción fue posible gracias a la
tremenda liquidez que otorgaron al ayuntamiento –como a medio Aljarafe- los
jugosos convenios urbanísticos que poblaron de urbanizaciones los antiguos olivares.
Había sido inaugurada por Espartaco, Rivera
Ordóñez y Morante de la Puebla el día de San José de 2005 en un festejo que
tuvo carácter de gran acontecimiento. Los primeros años fueron de esplendor,
acompañados de iniciativas como aquella ‘Feria del Toro y la Luna’ y hasta la
pretensión de acoger la Feria Mundial del Toro que empezaba a griparse en
FIBES. Con el crack inmobiliario llegaron las curvas, que acabarían cerrándose
–no sabemos si definitivamente- con los cambios políticos al frente de un Ayuntamiento
que, una vez más, hizo buena la sentencia orteguiana: no se puede entender la
historia de este país sin conocer la de las corridas de toros.
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