FERNANDO
FERNÁNDEZ ROMÁN
Cuando se inauguró, la plaza de toros de
Espartinas presentaba el aspecto radiante que muestra la imagen de arriba. Una
belleza. Recoleta y bien proporcionada, en sus dependencias se han suprimido
las barreras arquitectónicas para facilitar el acceso a personas con minusvalías,
contando, incluso, con ascensor para comunicarse verticalmente con el palco
presidencial. Tanto su fachada como el interior presentan pinceladas de albero “maestrantre” –es un decir— que
contrastan con el blancor dominante, y en la ceremonia de su puesta de largo
–estreno oficial—actuó Juan Antonio Ruíz, Espartaco, torero local y figura
estelar en las dos últimas décadas del pasado siglo, junto a Francisco Rivera
Ordoñez y Morante de la Puebla, que agotaron las cinco mil papeletas del
boletaje. De esto hace ya dieciséis años; pero lo que parecía ser una pequeña
joya de la arquitectura taurina del Aljarafe sevillano se fue amustiando poco a
poco, hasta convertirse en la actualidad en mera referencia de una cadena
dinástica de toreros (los Espartaco, perpetuados en bronce en la efigie de su
más preclaro representante) con la aportación de otros valores como Agustín de
Espartinas o los hermanos Jiménez, de tal forma que, si en estos momentos
entráramos en el interior de este coso taurino, luminoso y coquetón, se nos
caerían los palos del sombrajo. Entre la desidia y la rapiña, da grima verlo.
Crecen las plantas silvestres bajo el estribo de la barrera y su interior es
una pequeña patulea de cristales rotos y trastos a medio romper. Mugre por
doquier. Tal estado es consecuencia de su inutilización permanente (se creó
como recinto polivalente, multiusos, y tal y tal), porque desde aquella
rimbombante inauguración y algún festejo de la Escuela Taurina del lugar que
dirigía Espartaco-padre (ignoro qué ha sido de ella) con toreros incipientes o
festivales benéficos, las empresas que merodean por el entorno no se arriesgan
a dar toros. Parece ser que el aforo hace inviable la confección de carteles de
alto rango que conllevan una inasumible carestía. Tampoco interesan al público
otros matadores de toros en situación emergente –en la doble acepción del
término “emergencia”: que recién aparecen o les urge torear-- y a las novilladas, tan reclamadas ellas, con
un elevado coste de producción, no va ni dios. Esa es la pura y triste verdad;
una verdad que se repite constantemente en recintos taurinos de este porte, es
decir, en aquellas plazas de toros permanentes que se reparten por la geografía
taurinamente vaciada de los pueblos de España. Una toxicidad que poco a poco las
va corroyendo y que también afecta a no pocas ciudades, in illo tempore
emblemáticas en el asunto del toro y el toreo.
A mayor abundamiento de males, sale ahora a la
palestra el político de turno, en forma de segundo teniente de alcalde de
Espartinas, con su negativa a dejar entrar al expoliado recinto al torero Juan
Leal y al citado Agustín de la localidad, ya en calidad de subalterno. Pedían
licencia para entrenar el toreo de salón, simplemente. Nasti de plasti, que
dirían en la vieja y castiza calle madrileña de la Comadre. El sujeto de
marras, llamado José María Calado, pertenece al partido Izquierda Unida y
gobierna a los espartineros en coalición con el PSOE. Ha venido a declarar
“pueblo antitaurino” a Espartinas, apostillando desde su alto escaño que
“mientras gobernemos nosotros (las izquierdas susodichas), no tienen cabida en
las instalaciones municipales espectáculos en que se practique el maltrato
animal, y la Tauromaquia está entre ellos”. Dice también el tal Calado que no
tiene cabida en su ideología; pero ignora, o debe ignorar, que no tiene
competencia alguna para prohibir los toros en la población que gobierna. Ni él,
ni la alcaldesa, ni el alcalde de Móstoles, que resucite, so pena de incurrir
en un delito de transgresión de la legislación vigente. Antes al contrario, lo
que debe hacer es defender y potenciar la Tauromaquia, como Bien de Interés
Cultural. Así está escrito y legislado. Pero a esta gente le da igual. Se meten
en charcos y chapotean sin control.
Espero que la Fundación Toro de Lidia no solo
actúe como impulsora de los toros en Espartinas (ya ha pedido hacerse empresa
para organizar un espectáculo en la plaza) sino que tome cartas en el asunto y,
llegado el caso, lleve a los tribunales a este sujeto. O que la alcaldesa
(PSOE), que en sus votos se sustenta, como tantos otros políticos, le releve de
su cargo. No lo hará. De hecho, ha declarado que lo dicho por su colega y cuasi
correligionario son opiniones “a título personal”. A ver en qué queda la cosa;
pero se ha montado una buena con este barullo, fruto de la incompetencia,
también en su doble acepción, porque es obra de un incompetente (ineficacia de
un sujeto) y porque no le compete la prohibición (falta de aptitud del Órgano
que representa) de un hecho cultural perfectamente contemplado en la
legislación vigente. Son ínfulas de matón que no sabe si mata o espanta. Ya lo
decía mi madre: no hay cosa más atrevida que la ignorancia. Lo siento, José
María. Te hemos “calado”.
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