miércoles, 17 de febrero de 2021

LA PÁGINA DE MANOLO MOLÉS - Torear a caballo

MANOLO MOLÉS
Redacción APLAUSOS
 
Me gusta mucho hablar de toros con los que saben y tienen una historia larga, intensa y plural de la Fiesta. Me gusta que Manuel Vidrié me descubra todo la magia, la grandeza y la pureza del toreo a caballo y de su evolución. Y no me faltan los nombres de los que crearon las bases de este bello oficio. Cuando empieza a interesarme en profundidad esta variante del toreo, aparecen variantes que le dan categoría al toreo, no a pie, sino a caballo. Es verdad que Portugal tiene muchísimo que ver con el arranque y profesionalización del toreo a caballo. Ahí se perfecciona el futuro. Claro que mucho antes, nobles y caballeros en el siglo XVII, luego un bajón y la recuperación de esta variante del toreo se completó en el XX, ya mucho más puesto al día.
 
Todo el mundo me habla de la perfección de Nuncio, de Ribeiro Telles, de los padres portugueses del actual toreo a caballo. Y junto a don Álvaro Domecq, el caballero, empezaron a salir ramas como la de los Peralta, incluso Paco Ojeda, y llegaron momentos cruciales como el toreo a dos pistas de Joao Moura, una novedad que pronto utilizaron otros caballeros. O la batida de Lupi, que también cuadraría ahí como ejemplo de ese quiebro con riesgo y emoción en la cara del toro. Lupi creó escuela.
 
El temple, el embroque, el buen trato al caballo, la torería, el riesgo y esa especie de aura, de espuma que queda tras el galope y el par perfecto, le dan al toreo a caballo méritos de una tauromaquia que como la de a pie une el riesgo con la belleza, el temple y la explosión
 
Los portugueses que pulieron el caballo español en Portugal empezaron a vendar caballos para los jinetes españoles. Las grandes figuras hispanas como Manuel Vidrié, Pablo Hermoso de Mendoza y Diego Ventura llenaban sus cuadras de caballos perfectos. En los años de oro de esta variante del toreo. Luego floreció una legión de excelentes toreros a caballo: Leonardo Hernández, Andy Cartagena, Sergio Galán, Curro Bedoya, Sergio Vegas, Martín Burgos, Andrés Romero, Manolito Manzanares, Lea Vicens, y tantos otros que dieron frescura y pluralidad al toreo a caballo.
 
Yo tengo un sentimiento especial para aquellos que toreando a caballo me dieron la sensación de torear “en el aire” frente a los diestros de a pie que torean sobre “la arena”. Aire y arena.
 
El toreo a caballo es mucho mejor para el aficionado si llega a descubrir los méritos y separarlos de los simplemente espectacular. El temple, el embroque, el buen trato al caballo, la torería, el riesgo y esa especie de aura, de espuma que queda tras el galope y el par perfecto, le dan al toreo a caballo méritos de una tauromaquia que como la de a pie une el riesgo con la belleza, el temple y la explosión. Lo más importante llega cuando caballo y caballero se abrazan en la lidia hasta lograr el vuelo rotundo y templado de Pegaso, caballo alado que llegó a estar entre los dioses. Era el caballo de Zeus en la mitología griega.
 
Cuando se torea de verdad a caballo, cuando se domina al caballo y al toro, surge un doblete que da gloria. Esto fue, pero ya no, el “número del caballito”. Ahora es tauromaquia completa.

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