MANOLO
MOLÉS
Redacción
APLAUSOS
Me gusta mucho hablar de toros con los que saben y
tienen una historia larga, intensa y plural de la Fiesta. Me gusta que Manuel
Vidrié me descubra todo la magia, la grandeza y la pureza del toreo a caballo y
de su evolución. Y no me faltan los nombres de los que crearon las bases de
este bello oficio. Cuando empieza a interesarme en profundidad esta variante
del toreo, aparecen variantes que le dan categoría al toreo, no a pie, sino a
caballo. Es verdad que Portugal tiene muchísimo que ver con el arranque y
profesionalización del toreo a caballo. Ahí se perfecciona el futuro. Claro que
mucho antes, nobles y caballeros en el siglo XVII, luego un bajón y la
recuperación de esta variante del toreo se completó en el XX, ya mucho más
puesto al día.
Todo el mundo me habla de la perfección de Nuncio,
de Ribeiro Telles, de los padres portugueses del actual toreo a caballo. Y
junto a don Álvaro Domecq, el caballero, empezaron a salir ramas como la de los
Peralta, incluso Paco Ojeda, y llegaron momentos cruciales como el toreo a dos
pistas de Joao Moura, una novedad que pronto utilizaron otros caballeros. O la
batida de Lupi, que también cuadraría ahí como ejemplo de ese quiebro con
riesgo y emoción en la cara del toro. Lupi creó escuela.
El temple, el embroque, el buen trato al caballo, la torería,
el riesgo y esa especie de aura, de espuma que queda tras el galope y el par
perfecto, le dan al toreo a caballo méritos de una tauromaquia que como la de a
pie une el riesgo con la belleza, el temple y la explosión
Los portugueses que pulieron el caballo español en
Portugal empezaron a vendar caballos para los jinetes españoles. Las grandes
figuras hispanas como Manuel Vidrié, Pablo Hermoso de Mendoza y Diego Ventura
llenaban sus cuadras de caballos perfectos. En los años de oro de esta variante
del toreo. Luego floreció una legión de excelentes toreros a caballo: Leonardo
Hernández, Andy Cartagena, Sergio Galán, Curro Bedoya, Sergio Vegas, Martín
Burgos, Andrés Romero, Manolito Manzanares, Lea Vicens, y tantos otros que
dieron frescura y pluralidad al toreo a caballo.
Yo tengo un sentimiento especial para aquellos que
toreando a caballo me dieron la sensación de torear “en el aire” frente a los
diestros de a pie que torean sobre “la arena”. Aire y arena.
El toreo a caballo es mucho mejor para el
aficionado si llega a descubrir los méritos y separarlos de los simplemente
espectacular. El temple, el embroque, el buen trato al caballo, la torería, el
riesgo y esa especie de aura, de espuma que queda tras el galope y el par
perfecto, le dan al toreo a caballo méritos de una tauromaquia que como la de a
pie une el riesgo con la belleza, el temple y la explosión. Lo más importante
llega cuando caballo y caballero se abrazan en la lidia hasta lograr el vuelo
rotundo y templado de Pegaso, caballo alado que llegó a estar entre los dioses.
Era el caballo de Zeus en la mitología griega.
Cuando se torea de verdad a caballo, cuando se
domina al caballo y al toro, surge un doblete que da gloria. Esto fue, pero ya
no, el “número del caballito”. Ahora es tauromaquia completa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario