Una
carrera breve, pero muy intensa
A
pesar de que estuvo pocos años en activo, Félix Rodríguez consiguió poner de
acuerdo a la práctica totalidad de la afición, que siempre le esperó, y de la
prensa, sabedores de sus innatas cualidades para ocupar un lugar de privilegio
en la Fiesta. Valentía, dominio, poder, arte, elegancia…, eran algunas de las
virtudes más cantadas del torero valenciano, que gozó de gran cartel en las
plazas de mayor relevancia del país. De este gran entre santanderino y
valenciano, traza Carmen de la Mata Arcos un excelente reportaje de
documentación.
CARMEN DE
LA MATA ARCOS
El pasado 21 de enero se cumplieron setenta y ocho
años de la muerte (21-01-1943) de uno de los toreros que mayores y mejores
cualidades poseía para interpretar el toreo, Félix Rodríguez. Sin duda, fue uno
de los matadores que más ilusionó a la afición en los años veinte, ávida de
nuevos ídolos a los que admirar tras el trágico fallecimiento de Joselito El
Gallo en Talavera de la Reina. Por desgracia, unas veces por su debilitada
salud y otras por su apatía e indolencia, Félix Rodríguez no llegó a alcanzar
ese puesto de privilegio a pesar de sus múltiples dotes artísticas, que
deslumbraron a público y crítica de la época.
Félix Rodríguez Ruiz nació en Santander el 23 de
junio de 1905. Al poco tiempo, la familia se trasladó a Valencia debido al
trabajo de su padre, empleado de ferrocarril. En la capital del Turia, comenzó
el joven Félix su andadura en el mundo del toro, actuando por primera vez en la
plaza de la ciudad levantina el 19 de abril de 1922. La primavera de ese mismo
año, se presentó en dicho coso la denominada Cuadrilla de Niños Valencianos, en
la que figuraban Félix Rodríguez y Alpargaterito.
En el mes de junio regresaron ambos diestros a
Valencia, formando parte del cartel del festival organizado para recaudar
fondos con destino al mausoleo que se quería levantar a Manuel Granero, que
había dejado su vida en el ruedo de Madrid apenas cincuenta días antes. El 25
de julio siguiente hizo el paseíllo en el recinto taurino de Las Arenas de
Barcelona.
La temporada de 1923 fue fructífera para Félix
Rodríguez, ya que fue cogiendo ambiente en los círculos taurinos. En 1924 sumó
un total de veintidós novilladas, la mayoría de ellas en cosos relevantes, como
Bilbao, Zaragoza, Barcelona, Valencia o Santander. El periodista Tomás Orts y
Ramos afirma acerca del torero montañés en el balance que realiza de aquella
campaña que “es de la gente nueva de los que mejores disposiciones demuestra”.
El 5 de abril de 1925 debutó como novillero en la
plaza de Madrid, lidiándose ejemplares de López Quijano. Grata impresión causó
a los presentes, subrayándose en la prensa su valentía y soltura con las telas.
Al primero de su lote, le cortó una oreja pese a que la estocada con la que lo
remató era defectuosa. Gracias al éxito cosechado, fue contratado nuevamente
para torear en la capital de España el día 23 de abril.
En esta ocasión, estuvo acompañado por el
rejoneador Gaspar Esquerdo y por los diestros Angelillo de Triana y Nacional
Chico. Los coletudos de a pie dieron cuenta de un encierro de García Pedrajas
mientras que el jinete enlotó dos reses del Duque de Tovar. El crítico del
diario ABC expresó prácticamente los mismos elogios hacia Félix Rodríguez que
ya se habían pronunciado en su anterior paseíllo madrileño. Es decir, facilidad
y destreza en el manejo del capote y la muleta.
El 26 de julio se anunció por tercera vez en
Madrid aquel año y, nuevamente, volvió a entusiasmar a los aficionados. Paseó
un trofeo, cuajando de manera magnífica al tercero de la tarde, de la divisa de
Moreno Santamaría. Gabriel, cronista de La Lidia, destacó fundamentalmente de
Félix Rodríguez el aspecto más artístico de su tauromaquia, que a esas alturas
de su corta carrera era ya su eje vertebrador. Había ganas en el público capitalino
de ver al novillero nacido en Santander, puesto que se estaba convirtiendo en
“uno de los pocos novilleros que están en candelero”, según el análisis que
hizo Uno al Sesgo (Tomás Orts y Ramos) del año 1925.
Por ello, se le contrató otra vez para el festejo
del 5 de agosto. Completaron el cartel Andrés Mérida, Lagartito y el rejoneador
Alfonso Reyes, quienes lidiaron animales de Terrones. El torero, criado en
Valencia, armó un auténtico alboroto con los palos, siendo obligado por la
concurrencia a salir a saludar una ovación a los medios. Aunque su premio se
redujo a una vuelta al ruedo en su segundo turno, Félix Rodríguez causó impacto
en los tendidos del coso madrileño y también entre los profesionales del
periodismo.
Así, Alfonso en El Liberal manifestó que “debía ir
pensando seriamente en la alternativa”, ya que, a su juicio, se encontraba
plenamente preparado para dar ese salto. Pero es que Alfonso fue aún más allá,
augurándole un futuro más que prometedor, pudiendo “aspirar a ser figura del
toreo”, si la suerte estaba de su parte.
Dos actuaciones más tuvo el novillero valenciano
en Madrid en 1925, el 19 de agosto y el 8 de septiembre. En la primera de
dichas citas se enfrentó a astados de José Bueno, resultando volteado al
lancear de capa a la res que abrió su lote. Por fortuna, solamente le produjo
un puntazo en la parte superior interna de la pierna derecha. El pundonor y la
raza le hizo salir a lidiar a su segundo, manso y peligroso, escuchando una
ovación unánime tras estoquearlo. Aunque las sensaciones aquella tarde fueron
buenas por lo realizado en el ruedo, una noticia llegada desde Valencia alteró
profundamente a Félix Rodríguez, como fue la muerte de su madre. Debido a esto,
abandonó la plaza después de pasaportar al quinto de la función, previa
autorización del Presidente. Chaves, Andrés Mérida y el rejoneador Gaspar
Esquerdo fueron los compañeros del espada levantino en el citado espectáculo.
El último compromiso de Félix Rodríguez en la
capital de España esa temporada fue, como queda dicho, el 8 de septiembre,
alternando con Chaves, nuevamente, y con Lagartito. Los ejemplares de Coquilla
y Santiago Sánchez que sorteó le dieron pocas opciones de lucimiento. La
campaña de 1925 la cerró con treinta y ocho contratos.
La siguiente alcanzó las cuarenta y cinco
novilladas, destacándose en la prensa su oficio, arte y habilidad para sacar
partido de un gran número de animales. Las actuaciones más sobresalientes de
1926 acontecieron en Madrid y en Sevilla, ofreciendo en el primero de esos
lugares un completo recital de toreo en todos los tercios el 10 de septiembre,
ante cornúpetas de la Viuda de Soler. Tan rotundo y clamoroso fue su triunfo
que los aficionados lo sacaron a hombros. De esa guisa, abandonó también la
Maestranza hispalense el 5 de julio, calificándose de colosal la lidia al sexto
de la suelta, de la vacada de Antonio Urquijo.
Tres festejos más toreó como novillero en 1927,
antes de tomar la alternativa el 3 de abril en la Monumental de Barcelona.
Valencia II le cedió el toro “Giraldillo”, de José Bueno, siendo Rayito el
tercer integrante de dicho cartel. Con unas poderosas y mandonas verónicas
saludó Félix Rodríguez al primer toro de su carrera, iniciando posteriormente
faena con un soberbio ayudado por alto. El cénit de su obra llegó al echarse la
muleta a la mano izquierda, para instrumentar un natural que ligó al forzado de
pecho. Cobró media estocada, dando la vuelta al ruedo. En el sexto, conjuntó
una labor seria y maciza, haciéndose aplaudir en cada una de sus
intervenciones. La disposición y la entrega del nuevo matador fueron premiadas
con una oreja. De igual forma, señalar que en esta corrida fue herido en el
muslo derecho Valencia II.
El 24 de abril confirmó el doctorado en Madrid, de
manos de Antonio Márquez. El astado con el que hizo su debut en la capital de
España atendía por “Comerciante”, y pertenecía a la ganadería de José García
Aleas. El encierro fue manso y peligroso, exigiendo a los toreros valor y
conocimiento para conducir sus embestidas. Pese a las dificultades, Félix
Rodríguez acabó imponiéndose a sus enemigos, demostrando que se hallaba
plenamente preparado para competir con las figuras del momento.
Continuó la exitosa temporada el 12 de junio en
Barcelona, paseando sendos trofeos en cada uno de sus toros. El 16 de junio
volvió a pisar el ruedo de Madrid, acartelado junto a Antonio Posadas y
Armillita en la lidia de cornúpetas del Duque de Tovar. Aunque en la mencionada
corrida no obtuvo ningún trofeo, sí que dejó el pabellón alto, sufriendo una
voltereta al citar a recibir a su primero.
La Corrida de la Asociación de la Prensa, fechada
el 14 de julio, fue un verdadero fiasco, en primer lugar por el baile de
corrales previo y después por la indecorosa presentación y nulo juego ofrecido
por los sustitutos. Con todo, Félix Rodríguez ejecutó un quite para el recuerdo
en el sexto de la corrida, compuesto de tres faroles y otros tantos lances de
frente por detrás, iniciados y rematados con ambas rodillas en tierra. La plaza
de Madrid era un clamor.
Actuaciones muy entonadas firma el 25 y el 28 de
agosto en Bilbao, enfrentándose a bureles de Parladé y Conde de la Corte. Un
apéndice paseó el 18 de septiembre en San Sebastián, en la Corrida de
Beneficencia, resaltándose en los medios impresos su excelente toreo con el
percal y el trasteo con la mano izquierda al quinto del festejo. El 9 de
octubre regresó a Barcelona, manteniendo su cartel y el crédito entre la
afición. Conquistó un trofeo de mérito. Al término de la campaña de 1927, el
diestro valenciano había estado presente en cuarenta y dos corridas.
Taurinamente hablando el año 1928 se le presentaba
a Félix Rodríguez lleno de citas importantes. Pero apareció una inoportuna
enfermedad que trastocó todos los planes, reduciéndose los contratos de forma
significativa hasta los veintitrés paseíllos. Los triunfos más relevantes de la
temporada tuvieron lugar en Valencia y Santander. En la ciudad del Turia, se
anunció cuatro tardes en la Feria de Julio, saliendo por la puerta grande en
dos de ellas. El 30 de julio le hilvanó una extraordinaria faena al séptimo de
la función, de la ganadería de Albaserrada. Después de gustarse con el capote,
se apretó con su antagonista en media docena de derechazos que llevaron el
entusiasmo a los tendidos. Culminó su labor acertadamente con la espada y fue
premiado con las dos orejas. El 1 de agosto repitió éxito, en esta ocasión
lidiando reses del Duque de Tovar.
El 5 de agosto se celebró la tercera corrida de la
Feria de Santander, que consiguió cubrir en su totalidad las gradas del Coso de
Cuatro Caminos. Marcial Lalanda y Nicanor Villalta fueron los toreros que
alternaron con Félix Rodríguez dicha jornada, saliendo por chiqueros cinco
astados de Miura y uno de Terrones. La buena condición del sexto de la tarde
fue aprovechada por el matador santanderino de nacimiento para lucirse desde el
recibo con el percal inicial, evidenciando el amplio repertorio que dominaba.
Coronó su obra con una fenomenal estocada.
En 1929 subió su cifra de actuaciones, llegando a
las sesenta y cinco corridas, perdiendo seis más por diferentes causas. El
escritor y periodista Uno al Sesgo tildó la campaña que realizó Félix Rodríguez
en el referido año de “desigual”, si bien consiguió mantener su prestigio al
contar con el favor del público. Los días 19 y 24 de marzo se anunció en la
plaza madrileña de Tetuán. En la primera de estas jornadas, fue cogido
aparatosamente al comenzar el trasteo muleteril al quinto toro del festejo. En
la enfermería, se le apreció una contusión de carácter leve en la región
torácica derecha.
Su paso por Sevilla lo saldó con una oreja el 19
de abril de un ejemplar del Marqués de Villamarta. Bilbao acogió el 2 de mayo
siguiente la Corrida de Beneficencia, jugándose cornúpetas de Clairac. Los
mejores momentos llegaron, en esta ocasión, con el capote. El 7 de mayo se
acarteló, una vez más, en Tetuán, dando cuenta de bureles de José García Aleas.
Los espectadores lo aclamaron por su elegancia y dominio, buscando siempre la
reunión con su oponente. Grandes ovaciones ganó también en Zaragoza el 12 de
mayo frente a animales de Villamarta. Con la tela rosa, toreó por verónicas y
de frente por detrás de forma admirable, ejecutando una labor con la franela en
la que sobresalieron los naturales y los pases de pecho, largos y profundos.
La cara y la cruz de la Fiesta la vivió Félix
Rodríguez en Pamplona. Con el deseo y la ambición de amarrar el triunfo, atacó
con enorme valentía con el estoque en el tercero de la tarde del 10 de julio.
El de Pablo Romero cogió de fea manera al diestro valenciano, que se levantó
sin mirarse y lo atronó de dos descabellos. El posterior parte médico aclaró
que a pesar de lo dramático del percance, tan sólo tenía un varetazo en la zona
precordial y otro en el lado derecho del cuello. Compareció por segunda vez en
el ciclo pamplonés el 14 de julio, enfrentándose a astados de Ernesto Blanco.
La afición navarra premió su valor y torería con un apéndice.
Si Félix Rodríguez recibía halagos en la mayoría
de las plazas, en Santander y Valencia aún más. El 26 de julio en la ciudad
situada a orillas del Cantábrico dibujó sobre la arena una bella y armoniosa
faena a un toro de Martínez. A la ganadería de Argimiro Pérez Tabernero
pertenecieron los ejemplares que saltaron al ruedo de Valencia el 30 de julio.
Éstos permitieron lucirse a los matadores, protagonizando Félix Rodríguez y
Vicente Barrera una gran tarde de competencia y rivalidad. Del mes de agosto,
sobresale la actuación del día 18 en San Sebastián, con “Coquillas”. Albacete y
Valladolid fueron otros de los escenarios que en 1929 brilló el arte y la
capacidad lidiadora del espada levantino, cuajando también una tarde importante
en Zaragoza por las Fiestas del Pilar.
En 1930 empezó la decadencia taurina de Félix
Rodríguez, a causa de los constantes problemas de salud que padecía y también,
en parte, a su apatía y despreocupación, según afirma Uno al Sesgo en su
Anuario. Veintiséis veces apareció su nombre anunciado en los carteles en la
mencionada temporada.
Parecida tónica tuvo la campaña de 1931, en la que
no logró remontar ni recuperar el terreno perdido en la anterior. A ello se
añadió la grave cornada inferida por un morlaco de Martínez el 16 de junio en
Madrid. La enfermedad volvió a hacerse presente con mayor virulencia a lo largo
de 1932, viéndose obligado primero a cortar la campaña y posteriormente también
su carrera profesional.
La precaria situación económica en la que quedó
Félix Rodríguez tras su forzosa retirada de los ruedos, llevó al periodista
Ricardo García “K-Hito” a solicitar, desde su tribuna de Dígame, un festival
taurino para recaudar fondos que paliaran su dolorosa tesitura. El festival se
celebró en Madrid el 3 de octubre de 1941, figurando en el cartel Juan Belmonte
como rejoneador, Rafael El Gallo, Antonio Márquez, Marcial Lalanda, Domingo
Ortega y Antonio Bienvenida. Finalmente, se recogieron más de 87.000 pesetas.
A pesar de que estuvo pocos años en activo, Félix
Rodríguez consiguió poner de acuerdo a la práctica totalidad de la afición, que
siempre le esperó, y de la prensa, sabedores de sus innatas cualidades para
ocupar un lugar de privilegio en la Fiesta. Valentía, dominio, poder, arte,
elegancia…, eran algunas de las virtudes más cantadas del torero valenciano,
que gozó de gran cartel en las plazas de mayor relevancia del país. Aunque el
capítulo que escribió en la profesión fue corto y de trazos irregulares, el
recuerdo de su toreo excelso permaneció por largo tiempo en la mente de los que
lo vieron torear que, junto a los cronistas de la época, supieron transmitir a
las generaciones venideras la auténtica dimensión de la figura de Félix
Rodríguez, por encima de números y cifras.
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