lunes, 1 de febrero de 2021

La concepción del arte del toreo de Félix Rodríguez, que deslumbró a los aficionados

Una carrera breve, pero muy intensa
A pesar de que estuvo pocos años en activo, Félix Rodríguez consiguió poner de acuerdo a la práctica totalidad de la afición, que siempre le esperó, y de la prensa, sabedores de sus innatas cualidades para ocupar un lugar de privilegio en la Fiesta. Valentía, dominio, poder, arte, elegancia…, eran algunas de las virtudes más cantadas del torero valenciano, que gozó de gran cartel en las plazas de mayor relevancia del país. De este gran entre santanderino y valenciano, traza Carmen de la Mata Arcos un excelente reportaje de documentación.
 
CARMEN DE LA MATA ARCOS
 
El pasado 21 de enero se cumplieron setenta y ocho años de la muerte (21-01-1943) de uno de los toreros que mayores y mejores cualidades poseía para interpretar el toreo, Félix Rodríguez. Sin duda, fue uno de los matadores que más ilusionó a la afición en los años veinte, ávida de nuevos ídolos a los que admirar tras el trágico fallecimiento de Joselito El Gallo en Talavera de la Reina. Por desgracia, unas veces por su debilitada salud y otras por su apatía e indolencia, Félix Rodríguez no llegó a alcanzar ese puesto de privilegio a pesar de sus múltiples dotes artísticas, que deslumbraron a público y crítica de la época.
 
Félix Rodríguez Ruiz nació en Santander el 23 de junio de 1905. Al poco tiempo, la familia se trasladó a Valencia debido al trabajo de su padre, empleado de ferrocarril. En la capital del Turia, comenzó el joven Félix su andadura en el mundo del toro, actuando por primera vez en la plaza de la ciudad levantina el 19 de abril de 1922. La primavera de ese mismo año, se presentó en dicho coso la denominada Cuadrilla de Niños Valencianos, en la que figuraban Félix Rodríguez y Alpargaterito.
 
En el mes de junio regresaron ambos diestros a Valencia, formando parte del cartel del festival organizado para recaudar fondos con destino al mausoleo que se quería levantar a Manuel Granero, que había dejado su vida en el ruedo de Madrid apenas cincuenta días antes. El 25 de julio siguiente hizo el paseíllo en el recinto taurino de Las Arenas de Barcelona.
 
La temporada de 1923 fue fructífera para Félix Rodríguez, ya que fue cogiendo ambiente en los círculos taurinos. En 1924 sumó un total de veintidós novilladas, la mayoría de ellas en cosos relevantes, como Bilbao, Zaragoza, Barcelona, Valencia o Santander. El periodista Tomás Orts y Ramos afirma acerca del torero montañés en el balance que realiza de aquella campaña que “es de la gente nueva de los que mejores disposiciones demuestra”.
 
El 5 de abril de 1925 debutó como novillero en la plaza de Madrid, lidiándose ejemplares de López Quijano. Grata impresión causó a los presentes, subrayándose en la prensa su valentía y soltura con las telas. Al primero de su lote, le cortó una oreja pese a que la estocada con la que lo remató era defectuosa. Gracias al éxito cosechado, fue contratado nuevamente para torear en la capital de España el día 23 de abril.
 
En esta ocasión, estuvo acompañado por el rejoneador Gaspar Esquerdo y por los diestros Angelillo de Triana y Nacional Chico. Los coletudos de a pie dieron cuenta de un encierro de García Pedrajas mientras que el jinete enlotó dos reses del Duque de Tovar. El crítico del diario ABC expresó prácticamente los mismos elogios hacia Félix Rodríguez que ya se habían pronunciado en su anterior paseíllo madrileño. Es decir, facilidad y destreza en el manejo del capote y la muleta.
 
El 26 de julio se anunció por tercera vez en Madrid aquel año y, nuevamente, volvió a entusiasmar a los aficionados. Paseó un trofeo, cuajando de manera magnífica al tercero de la tarde, de la divisa de Moreno Santamaría. Gabriel, cronista de La Lidia, destacó fundamentalmente de Félix Rodríguez el aspecto más artístico de su tauromaquia, que a esas alturas de su corta carrera era ya su eje vertebrador. Había ganas en el público capitalino de ver al novillero nacido en Santander, puesto que se estaba convirtiendo en “uno de los pocos novilleros que están en candelero”, según el análisis que hizo Uno al Sesgo (Tomás Orts y Ramos) del año 1925.
 
Por ello, se le contrató otra vez para el festejo del 5 de agosto. Completaron el cartel Andrés Mérida, Lagartito y el rejoneador Alfonso Reyes, quienes lidiaron animales de Terrones. El torero, criado en Valencia, armó un auténtico alboroto con los palos, siendo obligado por la concurrencia a salir a saludar una ovación a los medios. Aunque su premio se redujo a una vuelta al ruedo en su segundo turno, Félix Rodríguez causó impacto en los tendidos del coso madrileño y también entre los profesionales del periodismo.
 
Así, Alfonso en El Liberal manifestó que “debía ir pensando seriamente en la alternativa”, ya que, a su juicio, se encontraba plenamente preparado para dar ese salto. Pero es que Alfonso fue aún más allá, augurándole un futuro más que prometedor, pudiendo “aspirar a ser figura del toreo”, si la suerte estaba de su parte.
 
Dos actuaciones más tuvo el novillero valenciano en Madrid en 1925, el 19 de agosto y el 8 de septiembre. En la primera de dichas citas se enfrentó a astados de José Bueno, resultando volteado al lancear de capa a la res que abrió su lote. Por fortuna, solamente le produjo un puntazo en la parte superior interna de la pierna derecha. El pundonor y la raza le hizo salir a lidiar a su segundo, manso y peligroso, escuchando una ovación unánime tras estoquearlo. Aunque las sensaciones aquella tarde fueron buenas por lo realizado en el ruedo, una noticia llegada desde Valencia alteró profundamente a Félix Rodríguez, como fue la muerte de su madre. Debido a esto, abandonó la plaza después de pasaportar al quinto de la función, previa autorización del Presidente. Chaves, Andrés Mérida y el rejoneador Gaspar Esquerdo fueron los compañeros del espada levantino en el citado espectáculo.
 
El último compromiso de Félix Rodríguez en la capital de España esa temporada fue, como queda dicho, el 8 de septiembre, alternando con Chaves, nuevamente, y con Lagartito. Los ejemplares de Coquilla y Santiago Sánchez que sorteó le dieron pocas opciones de lucimiento. La campaña de 1925 la cerró con treinta y ocho contratos.
 
La siguiente alcanzó las cuarenta y cinco novilladas, destacándose en la prensa su oficio, arte y habilidad para sacar partido de un gran número de animales. Las actuaciones más sobresalientes de 1926 acontecieron en Madrid y en Sevilla, ofreciendo en el primero de esos lugares un completo recital de toreo en todos los tercios el 10 de septiembre, ante cornúpetas de la Viuda de Soler. Tan rotundo y clamoroso fue su triunfo que los aficionados lo sacaron a hombros. De esa guisa, abandonó también la Maestranza hispalense el 5 de julio, calificándose de colosal la lidia al sexto de la suelta, de la vacada de Antonio Urquijo.
 
Tres festejos más toreó como novillero en 1927, antes de tomar la alternativa el 3 de abril en la Monumental de Barcelona. Valencia II le cedió el toro “Giraldillo”, de José Bueno, siendo Rayito el tercer integrante de dicho cartel. Con unas poderosas y mandonas verónicas saludó Félix Rodríguez al primer toro de su carrera, iniciando posteriormente faena con un soberbio ayudado por alto. El cénit de su obra llegó al echarse la muleta a la mano izquierda, para instrumentar un natural que ligó al forzado de pecho. Cobró media estocada, dando la vuelta al ruedo. En el sexto, conjuntó una labor seria y maciza, haciéndose aplaudir en cada una de sus intervenciones. La disposición y la entrega del nuevo matador fueron premiadas con una oreja. De igual forma, señalar que en esta corrida fue herido en el muslo derecho Valencia II.
 
El 24 de abril confirmó el doctorado en Madrid, de manos de Antonio Márquez. El astado con el que hizo su debut en la capital de España atendía por “Comerciante”, y pertenecía a la ganadería de José García Aleas. El encierro fue manso y peligroso, exigiendo a los toreros valor y conocimiento para conducir sus embestidas. Pese a las dificultades, Félix Rodríguez acabó imponiéndose a sus enemigos, demostrando que se hallaba plenamente preparado para competir con las figuras del momento.
 
Continuó la exitosa temporada el 12 de junio en Barcelona, paseando sendos trofeos en cada uno de sus toros. El 16 de junio volvió a pisar el ruedo de Madrid, acartelado junto a Antonio Posadas y Armillita en la lidia de cornúpetas del Duque de Tovar. Aunque en la mencionada corrida no obtuvo ningún trofeo, sí que dejó el pabellón alto, sufriendo una voltereta al citar a recibir a su primero.
 
La Corrida de la Asociación de la Prensa, fechada el 14 de julio, fue un verdadero fiasco, en primer lugar por el baile de corrales previo y después por la indecorosa presentación y nulo juego ofrecido por los sustitutos. Con todo, Félix Rodríguez ejecutó un quite para el recuerdo en el sexto de la corrida, compuesto de tres faroles y otros tantos lances de frente por detrás, iniciados y rematados con ambas rodillas en tierra. La plaza de Madrid era un clamor.
 
Actuaciones muy entonadas firma el 25 y el 28 de agosto en Bilbao, enfrentándose a bureles de Parladé y Conde de la Corte. Un apéndice paseó el 18 de septiembre en San Sebastián, en la Corrida de Beneficencia, resaltándose en los medios impresos su excelente toreo con el percal y el trasteo con la mano izquierda al quinto del festejo. El 9 de octubre regresó a Barcelona, manteniendo su cartel y el crédito entre la afición. Conquistó un trofeo de mérito. Al término de la campaña de 1927, el diestro valenciano había estado presente en cuarenta y dos corridas.
 
Taurinamente hablando el año 1928 se le presentaba a Félix Rodríguez lleno de citas importantes. Pero apareció una inoportuna enfermedad que trastocó todos los planes, reduciéndose los contratos de forma significativa hasta los veintitrés paseíllos. Los triunfos más relevantes de la temporada tuvieron lugar en Valencia y Santander. En la ciudad del Turia, se anunció cuatro tardes en la Feria de Julio, saliendo por la puerta grande en dos de ellas. El 30 de julio le hilvanó una extraordinaria faena al séptimo de la función, de la ganadería de Albaserrada. Después de gustarse con el capote, se apretó con su antagonista en media docena de derechazos que llevaron el entusiasmo a los tendidos. Culminó su labor acertadamente con la espada y fue premiado con las dos orejas. El 1 de agosto repitió éxito, en esta ocasión lidiando reses del Duque de Tovar.
 
El 5 de agosto se celebró la tercera corrida de la Feria de Santander, que consiguió cubrir en su totalidad las gradas del Coso de Cuatro Caminos. Marcial Lalanda y Nicanor Villalta fueron los toreros que alternaron con Félix Rodríguez dicha jornada, saliendo por chiqueros cinco astados de Miura y uno de Terrones. La buena condición del sexto de la tarde fue aprovechada por el matador santanderino de nacimiento para lucirse desde el recibo con el percal inicial, evidenciando el amplio repertorio que dominaba. Coronó su obra con una fenomenal estocada.
 
En 1929 subió su cifra de actuaciones, llegando a las sesenta y cinco corridas, perdiendo seis más por diferentes causas. El escritor y periodista Uno al Sesgo tildó la campaña que realizó Félix Rodríguez en el referido año de “desigual”, si bien consiguió mantener su prestigio al contar con el favor del público. Los días 19 y 24 de marzo se anunció en la plaza madrileña de Tetuán. En la primera de estas jornadas, fue cogido aparatosamente al comenzar el trasteo muleteril al quinto toro del festejo. En la enfermería, se le apreció una contusión de carácter leve en la región torácica derecha.
 
Su paso por Sevilla lo saldó con una oreja el 19 de abril de un ejemplar del Marqués de Villamarta. Bilbao acogió el 2 de mayo siguiente la Corrida de Beneficencia, jugándose cornúpetas de Clairac. Los mejores momentos llegaron, en esta ocasión, con el capote. El 7 de mayo se acarteló, una vez más, en Tetuán, dando cuenta de bureles de José García Aleas. Los espectadores lo aclamaron por su elegancia y dominio, buscando siempre la reunión con su oponente. Grandes ovaciones ganó también en Zaragoza el 12 de mayo frente a animales de Villamarta. Con la tela rosa, toreó por verónicas y de frente por detrás de forma admirable, ejecutando una labor con la franela en la que sobresalieron los naturales y los pases de pecho, largos y profundos.
 
La cara y la cruz de la Fiesta la vivió Félix Rodríguez en Pamplona. Con el deseo y la ambición de amarrar el triunfo, atacó con enorme valentía con el estoque en el tercero de la tarde del 10 de julio. El de Pablo Romero cogió de fea manera al diestro valenciano, que se levantó sin mirarse y lo atronó de dos descabellos. El posterior parte médico aclaró que a pesar de lo dramático del percance, tan sólo tenía un varetazo en la zona precordial y otro en el lado derecho del cuello. Compareció por segunda vez en el ciclo pamplonés el 14 de julio, enfrentándose a astados de Ernesto Blanco. La afición navarra premió su valor y torería con un apéndice.
 
Si Félix Rodríguez recibía halagos en la mayoría de las plazas, en Santander y Valencia aún más. El 26 de julio en la ciudad situada a orillas del Cantábrico dibujó sobre la arena una bella y armoniosa faena a un toro de Martínez. A la ganadería de Argimiro Pérez Tabernero pertenecieron los ejemplares que saltaron al ruedo de Valencia el 30 de julio. Éstos permitieron lucirse a los matadores, protagonizando Félix Rodríguez y Vicente Barrera una gran tarde de competencia y rivalidad. Del mes de agosto, sobresale la actuación del día 18 en San Sebastián, con “Coquillas”. Albacete y Valladolid fueron otros de los escenarios que en 1929 brilló el arte y la capacidad lidiadora del espada levantino, cuajando también una tarde importante en Zaragoza por las Fiestas del Pilar.
 
En 1930 empezó la decadencia taurina de Félix Rodríguez, a causa de los constantes problemas de salud que padecía y también, en parte, a su apatía y despreocupación, según afirma Uno al Sesgo en su Anuario. Veintiséis veces apareció su nombre anunciado en los carteles en la mencionada temporada.
 
Parecida tónica tuvo la campaña de 1931, en la que no logró remontar ni recuperar el terreno perdido en la anterior. A ello se añadió la grave cornada inferida por un morlaco de Martínez el 16 de junio en Madrid. La enfermedad volvió a hacerse presente con mayor virulencia a lo largo de 1932, viéndose obligado primero a cortar la campaña y posteriormente también su carrera profesional.
 
La precaria situación económica en la que quedó Félix Rodríguez tras su forzosa retirada de los ruedos, llevó al periodista Ricardo García “K-Hito” a solicitar, desde su tribuna de Dígame, un festival taurino para recaudar fondos que paliaran su dolorosa tesitura. El festival se celebró en Madrid el 3 de octubre de 1941, figurando en el cartel Juan Belmonte como rejoneador, Rafael El Gallo, Antonio Márquez, Marcial Lalanda, Domingo Ortega y Antonio Bienvenida. Finalmente, se recogieron más de 87.000 pesetas.
 
A pesar de que estuvo pocos años en activo, Félix Rodríguez consiguió poner de acuerdo a la práctica totalidad de la afición, que siempre le esperó, y de la prensa, sabedores de sus innatas cualidades para ocupar un lugar de privilegio en la Fiesta. Valentía, dominio, poder, arte, elegancia…, eran algunas de las virtudes más cantadas del torero valenciano, que gozó de gran cartel en las plazas de mayor relevancia del país. Aunque el capítulo que escribió en la profesión fue corto y de trazos irregulares, el recuerdo de su toreo excelso permaneció por largo tiempo en la mente de los que lo vieron torear que, junto a los cronistas de la época, supieron transmitir a las generaciones venideras la auténtica dimensión de la figura de Félix Rodríguez, por encima de números y cifras.

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