Artículo
de opinión de François Zumbiehl sobre la sentencia que no permite registrar la
faena como obra de propiedad intelectual
El fallo del Tribunal Supremo, desestimando el
recurso del maestro Miguel Ángel Perera para hacer reconocer su derecho a la
propiedad intelectual de una determinada faena suya, puede parecer quitar
méritos a una actuación torera para ser considerada como una obra de arte.
Pero, aunque esto venga formulado más bien de manera implícita, creo que por el
contrario resalta la excepcionalidad del toreo en el campo y en la jerarquía de
la estética; lo que ya inmortalizó la convocatoria de un homenaje al joven Juan
Belmonte, redactada en 1913 por artistas y escritores de la talla de
Valle-Inclán, Pérez de Ayala y Sebastián Miranda.
Quiero ser prudente, pues no soy ningún experto
jurídico, pero opino que la clave del fallo está en que no se puede otorgar a
una faena el estatuto de objeto artístico, en consecuencia, repetible sino
permanente, y cuya autoría sería identificable y atribuible a la mente
exclusiva de un torero. La diferencia con una coreografía, que ella sí puede
ser plasmada en una notación, me parece acertada. Todo o casi todo en el toreo
es impermanente, aunque las bellezas anheladas en él se refieran a una
perfección eterna y obsesiva– esa ‘faena ideal que cada torero lleva dentro y
que nunca llega a cuajar del todo en el ruedo’.
Es una obra de arte, ni los jueces del Supremo lo
dudan, sublime por más señas, precisamente por ser efímera. Volvamos al texto
desafiante de la convocatoria de 1913: ‘Capotes, garapullos, muletas y estoques
no son instrumentos de más baja jerarquía estética que plumas, pinceles y
buriles; antes los aventajan, porque el género de belleza que crean es sublime
por momentáneo‘.
Esta belleza es, por otra parte, una creación en
el acto, que depende de un momento determinado. Todos los toreros escuchados lo
confirman: nunca sale buena una faena ideada y predeterminada desde el hotel.
Ellos, y todos los artistas de todos los géneros tienen que sentirse inspirados
para dar lo mejor de sí –en eso no hay ninguna diferencia – pero en su caso la
inspiración depende también -¿sobre todo?- del aire, del clima, del público …y
del toro.
El toro no es ninguna materia prima inerte, es un
‘colaborador‘ con todos los matices antropomórficos utilizados en el lenguaje
taurino (‘noble, reservón, entregado, agradecido…’), que hay que saber
interpretar, desde luego, pero al que hay que permitir también expresar su
particular bravura. ¿Por colaborar en el éxito de una faena, merecería ver
reconocida su parte de derechos de autor él o su ganadero? En su sentencia el
Supremo no llega a este nivel de ironía declarada, pero algo deja entender
sobre el tema.
Lo que sí queda claro es que el público, con su eco
y su sentimiento, juega un papel importantísimo en el desarrollo y en la
culminación de la faena. Si no la respalda, si no la celebra con sus oles, el
torero y su obra se vienen abajo. Hay un triángulo mágico e imprescindible para
su eclosión, que son el torero, el toro y el público. Figuras tan diferentes
como El Viti y El Cordobés lo han proclamado. En este espectáculo el respetable
no es mero espectador; coprotagoniza la función como el coro de la tragedia
griega. Y no sólo renuncia a cobrar derechos, sino que paga su entrada.
Con estas reflexiones no pretendo resolver el
problema complicado de la propiedad intelectual en relación con los derechos de
difusión de imágenes por la televisión y otros medios, imágenes a las que son
reticentes muchos toreros, porque éstas nunca abarcan y conservan el conjunto
mágico del instante.
Sólo quiero sugerir, en clave antropológica, que
una faena por su inconfundible belleza es una obra de arte –claro está– pero es
también un momento irrepetible, de alguna manera subjetivo, como lo induce el
Supremo, en el que entran, al lado del
torero -actor, artista principal y jefe de orquesta-, varios otros componentes
para hacer posible la composición de la sinfonía. Y en esta clave, yo diría que
la propiedad intelectual de la obra dibujada en la arena pertenece a todos
aquellos que la recuerdan; al torero y a los aficionados mientras viven. / MUNDOTORO
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