El
reciente fallecimiento de la vedette y torera Alicia Tomás ha refrescado la
memoria de las pioneras que se lanzaron al ruedo tras levantar el veto al toreo
femenino en 1974
ÁLVARO R.
DEL MORAL
@ardelmoral
Diario CORREO
DE ANDALUCÍA
La recentísima muerte de Alicia Tomás, la
bellísima vedette catalana reconvertida en torera, ha refrescado la historia de
aquellas pioneras del toreo femenino que vistieron el traje de luces en los
años 70 abriendo un camino que no siempre fue tomado en serio. Alicia, nacida
en Barcelona en 1940, –algunas biografías retrasan su nacimiento a 1949- fue
primero jovencísima bailarina del Paralelo. Pero su vocación taurina pudo más,
alimentada por la afición de su padre en las dos plazas de la ciudad condal y
la batuta de Manolo Lozano, su descubridor.
En cualquier caso, en su vida hay muchísimas otras
facetas: fue actriz de cierta fama, llegó a sufrir una fuerte cornada y hasta
probó suerte como apoderada de El Boni a mitad de los ochenta. ¿Quién da más?
El diestro Jiménez Fortes –hijo de la también torera Mary Fortes, compañera de
Alicia Tomás- acertaba el otro día en el centro de la diana al hacer su
particular homenaje a la torera: “45 anÞos despueìs, en el siglo XXI, en una
sociedad avanzada, moderna, libre e igualitaria como la que vivimos, que venga
una famosa actriz catalana y decida ser torera, a ver queì ocurre...”
En aquel momento –la sociedad española previa a la
transición- quedaba ya muy lejos el papel de otras pioneras, además de
sucesivas prohibiciones y rehabilitaciones de la presencia de la mujer en los
ruedos. Pero hasta entonces, ésa es la verdad, apenas habían logrado pasar del
terreno de la anécdota. El toro, como cierto brandy, era aún cosa de hombres...
De La Reverte a Agustín Rodríguez
Siempre hubo mujeres dispuestas a medirse con un
toro y algunas, en otro mundo distinto, habrían logrado alcanzar otras cotas
distintas del papel que les relegó la historia. Dejando a un lado aquellas
cuadrillas decimonónicas de señoritas toreras o la célebre Pajeruela,
inmortalizada en los grabados de Goya, podríamos comenzar este repaso
apresurado con el sonado caso de María Salomé, que no deja de ser, con los ojos
de hoy, un posible caso de transexualidad envuelto en los condicionantes de la
época. Tenía fama de marimacho pero nadie dudaba de su condición femenina.
Se anunciaba en los carteles con el nombre de La
Reverte pero, después de la prohibición al toreo femenino de 1908, proclamó que
se llamaba Agustín Rodríguez para poder seguir vistiendo de luces. La breve
fama que consiguió como mujer se eclipsó como hombre. ¿Fue en realidad una
mujer? ¿Sólo se trató de un fraude oportunista? Con la llegada de la República,
vieja y sin facultades, le llegó una nueva oportunidad para reivindicarse como
torera llegando a actuar en una novillada celebrada nocturna celebrada en
Madrid el 15 de septiembre de 1934. Su tiempo había pasado. Sí sabemos que
acabó sus días vestida de hombre –si es que realmente era una mujer- y
sirviendo como guarda en una finca.
La odisea de Juanita Cruz
Y es que en los años de la República había llegado
una nueva oportunidad para las mujeres toreras gracias al tesón de Juanita Cruz
(Madrid, 1917-1981) que invocó la igualdad de sexos que cacareaba la nueva
constitución. Juanita fue una gran torera. Vestía faldas bordadas en
combinación con la chaquetilla de torear y llegó a presentarse en la plaza de
Las Ventas en la primavera de 1936. El alzamiento militar y la posterior Guerra
Civil le acabarían abocando al exilio y truncando su carrera. Siguió toreando
en América pero siempre tuvo la amargura de no poder desarrollar su carrera en
España ante la nueva prohibición. El epitafio de su tumba –falleció en Madrid
en 1981- no deja de ser elocuente de su propia frustración vital: “A pesar del
daño que me hicieron los responsables de la mediocridad del toreo en los años
cuarenta-cincuenta, ¡brindo por España!”
Sigue el hilo cronológico la elegante rejoneadora
peruana Conchita Cintrón, a la que nunca permitieron torear a pie en España
aunque cuentan que desoyó la prohibición en su despedida de los ruedos, el 18
de octubre de 1950 en Jaén, echando pie a tierra para muletear a su oponente.
La llamaron la ‘Diosa Rubia’ del toreo y aún llegó a vestirse de corto y
subirse a caballo para amadrinar simbólicamente la alternativa de otra
rejoneadora, la francesa María Sara, en el Coliseo de Nimes.
1974: Ángela logra la revocación del
veto
El veto al toreo femenino había quedado confirmado
en el Reglamento de 1962. Pero no pasaron demasiados años para que Ángela
Hernández (Alicante, 1946-Madrid, 2017) lograra doblegar la prohibición tras un
farragoso proceso jurídico que llegó al Supremo. Antes había actuado como
rejoneadora haciendo pareja con Amalia Gabor y también había se había pegado
algunos tumbos por la América taurina toreando a pie, compaginando aquellas
andanzas con su papel de especialista de cine, llegando a ser doble ecuestre de
Marisol.
El 10 de agosto de 1974, finalmente, llegó la
ansiada derogación del famoso artículo 49 del Reglamento Taurino que prohibía
torear a pie a las mujeres y con ella, la entrega del primer carnet profesional
a Ángela que pudo presentarse el 15 de septiembre de aquel mismo año en un
festival celebrado en Jerez de los Caballeros.
Bajo su estela llegó el resto de la tropa
femenina, con toreras como la propia Alicia Tomás y Rosarillo de Colombia al
frente de un grupo orquestado por Paco Rodríguez que completaban Lola Maya,
Mary Fortes –madre del diestro malagueño Saúl Jiménez Fortes- o Joaquina Ariza
‘La Algabeña’, que sigue comprometida con el toreo y los chicos de la escuela
taurina de La Algaba. Su papel, que hay que enmarcar en la particular
idiosincrasia social de aquella España de comienzos de los 70, no pasó de la
anécdota.
Maribel Atiénzar a Cristina Sánchez
Mucho más sólido el paso por el toreo de una
novillera de Albacete llamada Maribel Atiénzar. Los que ya peinan más de dos
canas recordarán sus originales vestidos de torear y aquella larguísima melena
morena recogida en una coleta que formaban parte de su inconfundible impronta. Maribel
alternó con los novilleros más destacados de la yema de los 70 y llegó a
presentarse con éxito en Las Ventas y la plaza de la Maestranza entre 1978 y
1979. Tomó la alternativa en 1981 en la localidad mexicana de Pachuca con
escasa repercusión y no llegó a refrendarla en España. De hecho, renunció a su
doctorado para volver a actuar como novillera sus últimas apariciones en los
ruedos españoles, a comienzos de los ochenta, mientras su estrella se apagaba
definitivamente.
Hubo que esperar una década para que surgiera la
que, hasta ahora, es la torera que mayores cotas ha alcanzado en la profesión.
Hablamos de Cristina Sánchez (Madrid, 1971), hija del banderillero Antonio
Sánchez. A finales de los 80 se apuntó a la Escuela de Tauromaquia de Madrid y
logró presentarse con picadores el 13 de febrero de 1993 en la feria invernal
de Valdemorillo. Aquello ya era de por sí un triunfo pero Cristina perseveró en
el empeño hasta presentarse en los principales escenarios del mapa taurino,
incluyendo la plaza de Las Ventas en la que salió a hombros –era la primera
mujer que traspasaba la Puerta Grande- después de su debut en el verano de
1995. Al año siguiente, en la mañana del 25 de mayo, tomó la alternativa en
Nimes de manos de Curro Romero y en presencia de José María Manzanares con
aires de gran acontecimiento. Pero aún le quedaba un último fielato, la
dignísima confirmación de alternativa con un torazo de María Lourdes Martín
Pérez-Tabernero.
Cristina Sánchez abrió el camino a otras chicas
que intentaron la aventura del toreo. Ahí están los nombres de Mari Paz Vega,
Sandra Moscoso, Conchi Ríos o la cordobesa Rocío Romero, que sabe lo que es
triunfar en la plaza de la Maestranza. En su cuerpo se lo lleva. No deja de ser
el certificado de una presencia femenina absolutamente normalizada en las
escuelas taurinas y los tentaderos. Algunas llegaron a tomar la alternativa
pero ninguna, hasta la fecha, ha logrado alcanzar las cotas de esa torera de
Madrid que ahora cierra su propio círculo apoderando a una joven novillera de
Salamanca llamada Raquel Martín, muy presente en redes, que aún tiene que
escribir su propia historia. De ella depende. En este oficio –como en la vida
real- no hay cupos ni cuotas. El toro es el único que decide.
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