JORGE ARTURO DÍAZ
Burladero
América / Colombia
Foto: EFE
La corrida (Murube-Santacoloma) de La
Carolina, vino repartida de trapío; los tres primeros más ligeros y con
menos cuajo y los tres últimos con seriedad, leña y tonelaje. Pero de talante
salieron uniformes en su desrazamiento. Brillaron por su ausencia la codicia,
la fiereza y la transmisión. Mucho debieron bregar los coletas para construir
emociones con tan atenuado material. Y no es que carecieran de clase por
completo, unos más otros menos, tenían fondo de ella, pero embotado por el pacifismo,
el desgano y como en el caso del quinto, al que le dieron una inopinada vuelta
al ruedo, por su caminar modoso, docilón y borreguil tras la muleta. Era un
toro de respeto, sí, por hechuras, claro, y eso vale, y avala la faena, pero no
era bravo, ni por asomo su señoría. Perdone usted.
La tarde llevaba mal camino, sí señor, los
cuatro arrastres primero pitados, el tercero incluso con bronca, cuando salió “Farruco”, del que hablábamos. Tenía
plaza, enhiesto y generoso de púas, corpulento como adulto bien comido; montado
y alto de agujas. Imponía, y eso fue un factor determinante para lo que siguió.
Primero que haya toro, luego si es bravo o es manso es aleatorio.
David
Mora, le aprovechó las abantas arremetidas iniciales y
le empalmó res verónica, tres chicuelinas,
una media y una revolera mirando al tendido. Lo raudo del asunto timbró al público.
Diego Ochoa lo deja estrellar contra
el peto pero no lo picó. El blandeo consiguiente le dio la razón, y los
protectores de animales le aplaudieron, claro. Tres derechas por alto, molinete
y pecho a los medios. Tras dos tanditas a paso de procesión, debilonas, de a
tres, no tragaba más, y ¡púm! la
música. El animal se viene aún a menos, y ya en tablas el torero se le descara,
le desplanta de formas intolerantes para un bravo que se haga respetar. Muy por
encima del toro, David exponiendo el
bulto acá y allá, se alarga en unipases, muchos naturales, y arrimones, y desplantes que parecían sin fin y a los
que solo la intimidante aunque humillada presencia del carolino daba un aval difícil de refutar.
Todo lo ponía el hombre. Al cabo de tantas,
arma el volapié, pincha, da cuatro manoletinas
bailaditas. Mata bien al segundo viaje y le conceden una oreja ¡Y la vuelta al Toro! Ante tamaña
injusticia se forma la de Dios es Cristo, y ya cuando el tiro halaba, el
presidente otorga la segunda. Pero los caballos, aquí no hay mulillas, se
revelan, desobedecen al palco, a los monosabios, y hasta a dos ganaderos que se
lanzaron al ruedo a ayudar, a todos mejor dicho, y tras media hora perdida, con
la corrida detenida, un equino reemplazo arreado se lleva los restos del
hermoso sin darle la vuelta ordenada por su señoría. ¡Qué oso!
Daniel
Luque, porfió tozudamente contra la sosería tarda del
tercero, teniendo que recurrir al arrimón como último recurso para conmover. La
gente que andaba de punta con el ganadero se le agradeció, chilló por la oreja
y abroncó el arrastre. Una alegoría de la tarde. Con el sexto trabajó y sudó
más aún el sevillano, sin embargo lo descentrado del acero y lo tardo de su
efecto fueron quizá el argumento para negar la petición. Mas serio que todos
tampoco quiso salir a saludar.
Luis
Bolívar, parecía venir a por todas pero sus
intenciones se estrellaron contra las renuncias del escarbador primero que a su
vez se había estrellado contra la cabalgadura de Cayetano Romero. Una colada, un desarme, no lograron enfriar al
paisanaje, pero sí un bajonazo y un espadazo atravesado que asomó una cuarta
por el costillar. Aunque no del todo, pues palmitas hubo. Con el cuarto abundó
y alegro en el tercio de capotes, brillando más cuatro cacerinas al caballo.
Empeño, redondos, circulares, por un lado por otro pero el toro no tenía
emoción posible, autentica digo. Estoque desprendido, sin efecto, aviso, y dos
descabellos, permitieron solo un saludo de paisanos a paisano. Cariño
verdadero.
Si no hay bravura, la fiesta muere, o se
convierte en otra cosa a la que ya no seremos aficionados. Prontitud al toque,
galope, codicia, repetición, furia, crecerse, y sobre todos no dejarse, ni ser
cómplice de su propia burla y de su propia muerte, son las virtudes que han
hecho de toro de lidia un animal sagrado, y símbolo de una cultura milenaria y
orgullosa. Si las pierde, o las cambia por obediencia servil, todo el
significado desaparece. Ojo con eso.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza Monumental. 2a de feria. Sol. Tres cuartos de
plaza. Seis toros de La Carolina,
diferentes de presencia y desrazados. Vuelta al ruedo para el 5º Farruco 315
negro veleto de 512 kilos, silenciado el 6º, pitados los demás.
Luis Bolívar, palma y saludo.
David Mora, saludo y dos orejas.
Daniel Luque, oreja y palmas tras petición
denegada.
Incidencias: Saludaron, Jaime Devia y Emerson Pineda tras parear al 2º, y Antonio Punta, al 3º. Finalizado el festejo David Mora salió a hombros.
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