sábado, 25 de agosto de 2012

SEMANA GRANDE EN BILBAO 2012: 9ª de abono – Dos impecables faenas de Perera


Tarde grande del torero extremeño: valor, temple, calidad, pureza, elegancia. Nunca había redondeado tanto en Bilbao. Dos notable toros de Alcurrucén reunidos en su lote.
 
BARQUERITO
Fotos: EFE

Los dos toros de Perera –segundo y quinto, colorados y calceteros, lavados los dos- fueron los de más carnes de la corrida. No los mejor rematados, porque el cuarto ganó a todos en porte y distinción, pero casi. Mulato, ese cuarto fue el único negro de una corrida de paleta florida. Colorado berrendo, de culata inmensa, el primero tuvo aire de frisón. Retinto el sexto, demasiado escurrido, descarado, protestado por ser tan sacudido y pellejudo. Como cerraba festejo, el contraste salía de ojo. Ese toro sacó, además, genio intemperante y revoltoso. Tardo, listo, agresivo, de pegar gaitazos. De no descolgar pese a ser de cuello agalgado. No era toro para Bilbao.

Sí los demás compañeros de viaje. El más en el tipo clásico de Rincón, el toro ensillado que va descolgando poco a poco y gatea antes de sangrar, fue el tercero de la tarde, y por eso se enlotaría con el galgo flaco. Corrida, por lo tanto, bien surtida. Es gentileza habitual de los ganaderos. La ganadería es larga, hay donde escoger.

Perera tuvo de su lado la fortuna: los toros de más cuerpo, los de más entrega también, los de más predecible conducta. Si uno conoce las razones del encaste, mejor, porque las señales fueron inequívocas. Corretón de partida, el segundo volvió contrario después de haberse querido soltar y, cuando se fijó y quedó a engaño puesto, sacó el son templado que distingue a los alcurrucenes de calidad. El quinto, muy pechugón, ligeramente abrochado pero bien puesto, salió abanto, frenado, distraído y con ganas de largarse. En el merodeo a escape, interrumpido por un puyazo que tomó corrido y otro cobrado por libre, se movió con compás ligero y fiable.

Perera vio muy bien esos dos toros, supo qué hacer con ellos, cómo tratarlos y, en fin, templado como siempre y hasta más que nunca, no se dejó ni rozar la muleta por el segundo. Esa fue faena a cámara lenta: muy complicado aquilatar tanto las embestidas, pulso caro en toreo puro, ligado, embraguetado, solemne pero natural. Toreo de mano baja en tandas de cuatro o cinco y el de pecho. Antes del remate de pecho, un cambio de mano improvisado o calculado. Una sutileza. Fue, además, faena medida de tiempo.

Cuando sintió Perera que el toro no daba más de lo que daba, se adornó con una madeja del repertorio propio, se lo dejó ir envuelto en un gracioso molinete, cambió presto de espada. Presto cuadró. Pasó con fe con la espada. Una entera letal. Sin tiempos muertos ni voces, la faena, tan llena, llegó mucho a la gente. ¿Por el ajuste, por el temple, por la seriedad, por la formalidad? Por todo a la vez. Ni un gesto de más, ni una concesión a la galería. La elegancia. No es común ver a nadie tener tan en la mano un toro tan astifino.

Espléndido el gobierno de Perera, que repitió en la segunda baza y puso entonces la carne en el asador. Sangre fría por fuera, herviría por dentro. Como ha sido esta temporada torero perseguido y castigado por muchos de los que dan toros, Perera salió en el quinto toro a redondear. El ánimo de cortarle las orejas al que fuera. Y fue ése de tan peculiar estilo. Un toro que tuvo por la mano diestra recorrido, prontitud y nobleza. Pero echaba por la izquierda la carita arriba. Le costaba más.

Ahora fue faena de verdad brillante. Perera abrió en los medios con una tanda extraordinaria: de largo le vino el toro a galope y él lo espero a pies juntos con el engaño escondido y solo blandido en el último momento para librar un inmaculado péndulo. En sus crónicas de la reciente feria de Gijón para El Comercio, Suárez-Guanes ha rescatado el término años cincuenta -¿vintage?- de "péndulo" para ese muletazo cambiado por la espalda que procede en puridad del repertorio mexicano.

Un péndulo despacioso y no brusco, que es lo difícil. Suaves, largos y a suerte cargada los cinco muletazos que en el mismo terreno y sin rectificar cosió Perera al mayúsculo primero. Una breve pausa y, más en el tercio que en los medios, atacó Perera con la diestra: cinco muletazos enganchados, templadísimos, ligados, ceñidos, muy lento el dibujo. Y el de pecho. Gran clamor, que vino a subrayar dos tandas más de idéntica factura. Fantástica versión del toreo de brazos. Insuperable el encaje del torero. Natural la parsimonia.

Faltaba la tanda con la izquierda, obligada en las faenas mayores. No fue igual el ritmo del toro, pero, más empeñoso que terco, Perera insistió, toreó ayudado con la espada, no perdió ni un paso y decidió dejar en paz al toro. Una tregua menor. Para volcar el ambiente, Perera se enredó, como en sus años de principiante, en ovillos y bucles a la manera de Ojeda. Entre pitones, respiró como si nada. Soltó al toro a su antojo y, a su hora, lo mató. Una estocada perpendicular y sin muerte. Un descabello. Una oreja, casi dos. De pie la gente cuando Perera dio la vuelta al ruedo con gesto de satisfacción. ¡Vaya tarde!

Ni Ponce ni Fandiño resistieron el contraste. Ni los toros de lote. El primero de Ponce, por tardo; el otro, por probón, remolón y por enterarse. Los dos de Fandiño por distinta razón: el sexto, por revolverse, y el tercero, porque no se sintió ni dominado ni libre. Fandiño se puso con éste en terreno de riesgo y el toro lo defendió. Fue faena de emoción por eso. Ponce cortó con el cuarto enseguida. Al primero le pegó muletazos sueltos y académicos. Anduvieron diligentes con la espada uno y otro.

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Alcurrucén (Pablo, Eduardo y José Luis Lozano). Corrida muy astifina, variada de hechuras y bien cortada con la excepción de un sexto flaco y sin plaza. Segundo y quinto, los de mejor condición. Cuarto y sexto, los menos propicios. Manejables los dos restantes.
Enrique Ponce, de carmín y oro, silencio y ovación. Miguel Ángel Perera, de carmesí y oro, oreja y oreja. Iván Fandiño, de yema y oro, ovación tras un aviso y silencio.

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