Firme, impasible y
casi temerario, el torero malagueño sale apaleado y corneado pero no de
gravedad por los dos toros de su lote de juampedros. Ponce, una orejita menor
Homenaje antes de comenzar el paseillo para Ponce, quien se ha convertido con el paso de los 22 años de ir a Vista Alegre en toda una referencia. Foto: EFE |
BARQUERITO
A LAS
SEIS EN PUNTO empezó la fiesta y justo a la media hora
Ponce redondeaba una de esas vueltas
al ruedo a cámara lenta tan suyas. En la mano una oreja del primer toro de Juan
Pedro Domecq, recién arrastrado por los tres impecables percherones del
tiro de Vista Alegre. El tiro
elegante y circense de Bilbao: espléndidos penachos egipcios, plumones rojos y
blancos, afilados cascabeles. Han salido en muchos carteles. Parecen trillizos.
El toro que abrió el fuego se llamaba «Hostigador», pero no hace el hábito al
monje ni el nombre imprime carácter. Fue, según muletilla de los antiguos revisteros,
una hermana de la Caridad. Un picotazo, dos. Ponce lanceó por delantales,
Luque dibujó una graciosa revolera inversa. Juego de manos con el
capote. En mínimos el motor del toro, que venía dócil y rodandito, tal que en
ruedas, y en viajes cada vez más cortos, no del todo descolgados porque fue un
punto zancudo y corto de cuello. Acodado de cuerna, como fabricado.
Y una faena sin sobresaltos, molicie
mantecosa. Airosa composición por la mano diestra, pasos perdidos por la
siniestra. Poco a poco se fue desinflando el globo y no de golpe. Ponce trató de adornarse con circulares
en cuclillas, pero el toro, en suspiros ya finales, no llegaba más allá de su
sombra. Una estocada ladeada y desprendida. Rápida rueda de peones.
A las seis y media tenía que haber saltado el
segundo de corrida, pero se negó. Desde la tribuna Gangoiti, en una grada
sobrepuesta a la manga de toriles y donde se sienta la gente de prensa, no se
veía nada ni se adivinaba la razón. Vicio del toro. Hay quien sostiene que la cría
con fundas y el exceso de manejo sanitario generan vicios y resabios en los
toros. Fobias impropias de la estirpe. Un cuarto de hora estuvo el toro
entre bastidores y resistiéndose. Nadia sabía qué hacer. Apareció por fin. Era
una belleza.
Cinqueño, colorado
y calcetero, hondo, corto de manos y
por eso mismo bajo de agujas, pechugón,
astifino, la cuerna de cuña ancha pero recogida, dos semicírculos afilados. Luque salió decidido y, como suele,
fácil con el capote. Dos medias verónicas de remate a suerte
descargada. El toro se empleó en serio en la primera vara, romaneó, como si se calzara el caballo de pica, que
aguantó con valor. Benito Quinta
picó lo preciso. Saúl Fortes quitó
por chicuelinas discretas. Aunque
noble, no fue toro de tracción tan automática como la del primero. Una chispita
brusca. Había que cruzarse y tirar de él. Como si se parara el toro. La inercia
sola no bastaba. Luque optó por
citar al zapatillazo y a muleta
escondida. No convino al toro, que se escatimaba. Combate nulo. Media tendida, un
descabello.
A las siete en punto se soltó el tercero.
También cinqueño, pitones negros y negra la pinta. Bien hecho, pero inevitables
comparaciones con el recién arrastrado. Hubo pitos protestando la supuesta
falta de trapío. En tipo estaba el toro. Y en puntas. No le cogió el aire Fortes en las verónicas de salida, Ponce
salió en turno a un quite sin mayor argumento y Fortes replicó en el mismo aire vago. No había hecho falta. Se
replican solo los quites desafiantes.
Arranque de faena temerario pero inadecuado. A
pies juntos, de perfil y a dos manos desde los medios. Cinco ayudados por alto.
Del celeste imperio. Así los llamaba el Gallo, que los inventó y dejó
puestos en la tauromaquia. Y enseguida, por abajo Fortes, firme de verdad, pero sin templarse ni gobernar. Enganchoncitos, dos desarmes.
Acortó distancias Saúl. De un
intento de circular cambiado salió empalado, prendido y corneado –se supo
luego- en el escroto. Hermosa la resistencia sin gesticulaciones de Saúl y un ataque temerario a final de
faena. Una estocada atravesada que hizo guardia al toro, dos descabellos. Una
ovación para premiar el valor.
También cinqueño el cuarto juampedro. Castaño lombardo, lustroso.
El cuajo y los kilos precisos. Descolgó enseguida el toro, con aire de haber
estado corrido en el campo. Capotazos severos de Ponce en las primeras tomas. De la primera vara salió el toro listo
y visto. Tras cinco muletazos de tanteo y otros cinco de recata se rebrincó
rebotado el toro. Ya estaba moribundo. Ni en línea ni en corto. Dos pinchazos,
una estocada. No pasó nada.
A estas alturas empezaba a picar el plástico
de las butacas azules de Vista Alegre.
El quinto de corrida salió arrastrando cuartos traseros, se alzaron protestas a
la segunda sentada y fue devuelto. El sobrero, de fea traza y ningún trapío, se
puso a triscar de partida. Un tambaleo, lances terapéúticos de Luque, dos puyazos. Poca fuerza pero
mucha bondad del toro, que en la media altura hizo con desgana sus deberes. Una
faena de Luque llena de cortes entre
tanda y tanda, y paseos exagerados, algún tirón de más y de pronto, cuando más
plano todo, un resbalón de Luque que
cayó sentado a merced del toro. Si llega a tener cuello el toro, lo trinca. Un
golpe de fortuna. Lazos finales, una estocada tendida pero sin puntilla.
Generosas palmas de público de domingo. Era fiesta en Bilbao.
Pesaba lo suyo la cosa, pero el sexto de
corrida –«Demagogo», número 53,
cinqueño- vino a dar guerra. A Saúl
se le durmieron las muñecas o los brazos en el recibo de capa. Ni un lance
templado. Vertical la planta impasible. Un quite por gaoneras de apostar caro, pero impresionó el valor y no tanto la
templanza. Trujillo puso dos pares
de banderillas perfectos por la mano izquierda. El toro pegó algún taponazo,
embestidas acalambradas, tenía no temperamento pero sí casta de la que en casa
de Juan
Pedro trató de eliminarse genéticamente un día. Afanes de Fortes, puesto sin rectificar,
impertérrito pero rígido de brazos, pretendiendo que el toro hiciera el avión
solito. En una pausa del combate, el toro pegó una arrancada imprevista al
bulto y Saúl se vio sorprendido y
volteado. Batacazo brutal, un pisotón en el cuello que dejó al torero grogui.
Tuvieron que levantarlo, quisieron llevárselo a la enfermería, se negó el
torero. Gesto grande. Tinte trágico. La gente clamaba: “¡Nooooo….!” Que lo dejara. Salió el alma de torero: no irse hasta
no ver muerto el toro de su mano y a sus pies. Y eso pasó.
POSTDATA
PARA LOS ÍNTIMOS.- Señor
Hemnigway, una pregunta solamente. ¿Qué le parecería un gobierno de
concentración con Arias Cañete de presidente?
-Perfecto,
a condición de que se comprometiera de reconstruir las plazas de La Habana, Santiago
y Camagüey.
-¿Le gustaban los toros a Scott Fitzgerald? ¿Por qué no
quiso venir a pescar truchas a Irati con usted, Ernesto?
-Paris era
una fiesta. Los franceses no son partidarios de freír las truchas y menos
todavía de meterles una loncha de jamón entre las tripas y la espina...
-Dígame qué cartel de toros le hubiera gustado ver...
-Muy
fácil: Costillares, Domingo Ortega y
El Niño de la Taurina.
-¡Qué extravagantes son los estudiantes de
Pensilvania...!
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Juan
Pedro Domecq, en tipo y peso salvo el quinto, que fue sobrero. El segundo,
de gloriosas hechuras. Corrida bondadosa y justa de fuelle. Dieron juego los
tres primeros. El sexto tuvo un punto incierto y brusco. Se dejó el sobrero. Se
apagó el cuarto.
Enrique Ponce, de gris perla y oro, una
oreja y silencio. Daniel Luque, de
grana y oro, silencio y saludos. Jiménez
Fortes, de corinto y oro, ovación tras un aviso y ovación.
Dos notables pares de Juan José Trujillo al sexto.
Viernes, 24 de agosto de 2012. Bilbao. 7ª de las Corridas
Generales. Casi tres cuartos. Soleado, templado.
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