Corrida de
condición y juego desiguales de La Quinta. Seguro y capaz Antonio Ferrera.
Garbo de Morenito de Aranda con un buen sexto. Discreto Gallo en su vuelta a
Bilbao.
BARQUERITO
Foto: EFE
LA
CORRIDA DE La Quinta fue preciosa. Armada, pero no descarada. Y muy astifina: las astas
pálidas, los pitones negros, buidos, brillantes. En peso los seis, incluido un
sexto que pasó con sus 570 kilos muy por encima del promedio de 520. Hubo toros
particularmente bellos: un segundo casi entrepelado y de bravo aire; un cuarto cárdeno tan malva que se transparentaba,
y casi ensabanado el tronco, careto –blanca la pinta de la faz, como
merengue o polvorón-, rabicano, coletero,
lustroso a pesar de ser de pinta clara, listón,
bragado. Un poema. El toro de más carnes, el sexto, fue el único de basto
remate, pero el que mejor descolgó y el de más largos viajes.
El quinto, de capa muy parecida a la del
cuarto, no fue tan de cromo. No solo eso: sino que esos dos salieron de
condición muy distinta. Noble el cuarto; listo y un punto avieso el quinto, que
fue, por cierto, muy badanudo. Hubo un solo toro cinqueño –el tercero de
corrida- y se dio aire diferente a los otros cinco: más rizado el testuz, más
ancha la cuna. Bajos de agujas los seis, pero sin ser cortos de manos. En el
tipo de Santa Coloma estuvo la corrida. El primero y el sexto, más en
la línea predominante de Ibarra, que da un toro de más
sencilla forma de ser; en la frontera del cruce con Saltillo los otros
cuatro, y de fondo más revuelto.
Fue, sin contar la díscola conducta del
quinto, corrida de general nobleza. El segundo cogió a Eduardo Gallo y lo tuvo encunado, pero no hizo por la presa sino
por quienes vinieron a quitársela. El toro de Santa Coloma no es de
humillar, ni siquiera cuando descuelga. Pero es pronto y no se hace de rogar. A
ese guión se atuvo la corrida toda. El primero obedeció en son, fue toro
elástico; el cuarto sacó el punto de viveza propio del encaste; el sexto, cuyo
gateo de salida fue tan prometedor, se acabó dando sin regalarse.
No fue corrida fácil ni difícil. Ni de público
ni tampoco de toreros. Pero tuvo su personalidad distinguida y no fueron
casuales las palmas en el arrastre para los tres mejores. El tercero, el
cinqueño, fue el más apagado de los seis; el segundo, de porte y gesto
bondadosos, echó mucho la cara arriba y protestó en la corta distancia. Al
quinto, en fin, hubo que echarle de comer aparte. No fue toro zapatillero ni
pegajoso, pero sí distraído. Atizó en serio en dos o tres bazas, se sacudió el
engaño. Pero a ese garbancito negro y
no solo a él le faltó la chispa, el motorcito, el viaje suficiente, la entrega
y el ritmo de los toros mejores de una ganadería tan rica en reatas y registros
como la de La Quinta. Algo frío el lote entero, que cumplió en los
caballos. El cuarto, con corazón; el primero, con calidad.
Con el lote más propicio, Antonio Ferrera hizo las cosas más brillantes: lancear encajado a
sus dos toros de salida, lidiarlos con autoridad; banderillearlos casi a
capricho y hasta regalar a la gente un tercio de banderillas en el cuarto que
fue mixtura de lances de capa y reuniones en la cara de distinto color
mientras, entre par y par, dejaba el capote posado en vertical como un mojón en
la arena; y torearlos de muleta con facilidad, buen pulso y buenos brazos,
rematar tandas con el de pecho, no cansarse, no pasar ni un mal apuro. Sobrado
de oficio y, además, ganoso, porque hacía tiempo que no toreaba en Bilbao. La
tanda final a pies juntos al cuarto toro –de perfil, encajada, perdiendo pasos-
fue ejemplo de buen toreo. Una estocada desprendida y con vómito en el primer
turno; dos medias –soltando el engaño en el primer ataque- y un descabello
después. Lo aplaudieron con fuerza, cariñosamente.
Gallo bailó con la más fea. No solo porque el quinto no aguantara ni una
broma, sino porque con el segundo, aunque arriesgó, no terminó de acomodarse.
El toro pareció pedirle el sitio y la distancia que Gallo, de siempre más a gusto en el toreo de cercanías, se resistió a darle. Una rara estocada
tendidísima que asomó fue un borrón. Estuvo, a cambio, en torero entero.
Morenito de Aranda se
prodigó con el capote pero en lances forzados y no en su mejor versión de
capotero de manos bajas. Le pegó al tercero, que no metió los riñones ni una
vez, doblones hermosos pero innecesarios y le hizo al sexto una faena de mucha
vibración, imaginativa, de saber ganar y perder pasos a tiempo, de buen dibujo,
con muy airoso final clásico de toreo cambiado y recortado. El garbo. Pero ni
entró la espada ni pasó Morenito. Morenito, por cierto, se
llamaba también ese sexto toro.
POSTDATA
PARA LOS ÍNTIMOS.- En el Puente de la Merced -en la margen izquierda del Nervión, no sé si
en la derecha también- se cuenta en un panel muy preciso y bien escrito la
historia de los seis puentes que unieron en su día la vieja villa con el
municipio de Abando. Es una pena que desde ese punto sólo se distinga el
llamado Puente de la Ribera y antes de San Francisco. La historia de Bilbao
está escrita por la construcción y voladura de puentes -durante la primera y la
tercera guerra carlista, durante la guerra civil- y hasta hoy no había reparado
en ese detalle. La zona de la Merced como la de la calle de San Francisco está
poblada de marginales.
Las
traseras de la estación de Abando, donde ha sobrevivido en pie el almacén
racionalista de las Bodegas Bilbaínas, son zona de botellón y el hedor es
insoportable. El río baja limpio. En el vestíbulo de la estación de La Naja, de
donde salen los trenes para Balmaseda, se ha instalado el librero de lance que
antes se ponía los domingos en la Plaza Nueva. Me ha dicho que le sonaba mi
cara y que se acordaba de mí.
Hacía
calor pero no picaba. En la zona del Arriaga y del Arana había tumulto, ruido y
gentío. En cambio, en el Monterrey, en la Gran Vía, cuando entré a las 2 con
idea de comer, no estábamos más que dos personas. Luego fueron llegando más. He
comido de maravilla, me han tratado como a un príncipe y he estado a punto de
contar al jefe y a la gente de la barra que voy al Monterrey por los toros,
porque tuve un amigo torero que trabajaba allí -cuando habia trabajo y cuando
había toreros- y no por la crema de pescado ni la por la merluza ondarresa ni
por el pudín de naranja ni por el café, que es el mejor del mundo. Al fondo del
estrecho comedor, un paisaje cubista de Machinbenta, el pueblo donde nació el
dueño del local. El paisaje tranquiliza, y parece que está al otro lado de la
ventana. Y no es una ventana sino una pared. Esa es la gracia.
Poca
gente en la plaza. Resaca de la bajada de la MariJaia. El Athlétic jugaba a la
misma hora en San Mamés. Aquí están indignados con Llorente porque dicen que
quiere darse a la fuga y cobrar sin jugar. En el Deia de hoy sale una
entrevista con Mauri -el de Mauri, Maguregui, Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo
y Gainza que es una verdadera maravilla. El fútbol vasco de los años 50, tan
inglés. La época de Antonio Ordóñez.
Vale!
FICHA DEL FESTEJO
Domingo, 19 de agosto de 2012. Bilbao. 2ª de las Corridas
Generales. Un cuarto de plaza. Soleado, templado. Excelente la banda de música.
Seis toros de La
Quinta (Álvaro Martínez Conradi).
En tipo, muy astifinos, de general nobleza y distinta condición. Primero,
cuarto y sexto tuvieron bondad. Revirado un quinto listo. Manejable el segundo;
apagado el tercero.
Antonio Ferrera, de negro y oro, saludos en
los dos. Eduardo Gallo, de azul pavo
y oro, ovación y silencio. Morenito de
Aranda, de azul prusia y oro, silencio y ovación tras un aviso.
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