Competente y
valeroso con tres victorinos distintos, el torero de Arnedo convence en Bilbao.
Herido Castaño por una alimaña, templado Bolívar con un toro de gran son.
BARQUERITO
LES
DIERON A LOS SEIS victorinos por cárdenos de pinta en
el programa de mano, pero cada uno de ellos fue de una manera. Por fuera –más
allá de la capa- y, sobre todo, por dentro. Los hubo de pésimo carácter: un
intratable segundo que fue de traca y camorra; un tercero avispado e incierto
que hizo más cosas de morucho vivaz que de toro de lidia; un cuarto que escarbó
más de la cuenta y que, cuando tuvo a tiro la presa –la presa era Diego Urdiales-, hizo por ella. O por
él.
A mitad de corrida ya estaba en el hospital
uno de los tres de terna: Javier Castaño.
Castaño salió en apariencia ileso de
una refriega durísima con el segundo de la tarde, que se llamaba «Conducido». El nombre es de reata
clásica y célebre en Albaserrada. Pues éste fue toro
borde, buscón, de bélicas glándulas y malévolo sentido. No es que apretara de
salida, es que se puso por delante y se metió bajo los vuelos del capote de Castaño en el recibo mismo, le arreó
dos tantarantanes, se le subió al chaleco y, si no anda listo Castaño, lo estrella contra las tablas
y lo atraviesa. La alimaña, que tanto tiempo llevaba sin asomar por Bilbao.
Habría bastado una faena de castigo, pero ni
el más valiente –entre ellos, el propio Castaño-
se atreve en estas fechas y a estas alturas a resolver y liquidar con toreo de
castigo. Las faenas de aliño pueden tener tanto mérito y belleza como las
sinfónicas, pero parecen descatalogadas. Como si las mayorías que pueblan
tendidos y gradas no fueran a entenderlas. Es mayor el miedo del torero a ser
mal entendido que al toro mismo. Y, sin embargo, los lances genuflexos de puro gobierno
con que Urdiales dejó fijado de
salida en el engaño al cuarto de corrida se celebraron casi como un
acontecimiento. Y lo fue.
Castaño le dio trato cortés al toro que había estado a punto de reventarlo
contra la barrera: cites por derecho, firmeza al reclamar la embestida, que se
le venía encima sin remedio en acostones, empellones y cabezadas. Estas peleas
las gana el más fuerte o el más artero, y en las dos cosas ganó el toro, que
cogió a Castaño casi de lleno, lo
revolcó y lo buscó en el suelo. La paliza fue brutal. Castaño tiene moral y músculo de granito. No hizo ni un gesto de
dolor a pesar de las contusiones en las costillas. Debía de estar baldado, pero
montó la espada, se perfiló y atacó arriba certero dos veces: un pinchazo y, a
paso de banderillas, una estocada sin puntilla. Por su pie a le enfermería; de
la enfermería al Hospital de Basurto.
El tercero fue otra prenda. Degollado,
estrecho y alto, cárdeno claro, muy astifino, hocico afilado. Buen pájaro. En
danza constante, de acá para allá sin fijarse del todo en nada porque con todo
estaba, incierto el trote que fue un gateo primero pero luego un andarse sin
parar. La mirada por encima de los engaños, ni una embestida franca por no
fijarse en el engaño precisamente. Se revolvía en un palmo. Bolívar trató de machetear con
muletazos de pitón a rabo, muy camperos pero no suficientes porque habrían
hecho falta no diez sino veinte. Una estocada. Más palmas que pitos en el
arrastre para el toro, que fue el más difícil de la semana. Con un atenuante:
no fue peligro sordo sino clamoroso.
No todo fueron batallas campales aunque esos
dos toros parecieron estigma de la corrida. Hubo un quinto de excelente son, un
sexto noble que terminó rajadito y, en fin, dos toros –primero y cuarto- de los
que, como decía un especialista con la experiencia y autoridad de El
Cid, “a Victorino le sirven”.
De modo que, por contraste, la segunda parte de corrida fue pacífica. Con Castaño fuera de combate, se corrieron
turnos. El segundo del lote de Bolívar
fue ese quinto de tan sobresaliente aire: noble, pronto, bravo, repetidor,
entregado, de ritmo. Había enterrado pitones antes de varas y estuvo a punto de
lastimarse. Bolívar le dio fiesta
segura y a gusto. Seguro en toques y enganches, se dejó ir en los de pecho.
Estuvo muy a gusto. Bonita y limpia faena, descaro y temple.
Urdiales hizo cosas soberbias a sus tres toros. Dos de ellos –primero y cuarto-
lo cogieron para haberlo desgraciado, pero la Providencia estuvo al quite en
los dos percances: el primero, que cazaba por la mano izquierda, lo desarmó y
encunó; el cuarto, que se enteró los veinte viajes, se insolentó, protestó
cuando tuvo que descolgar obligado y pareció zancadillear más que echarle el
guante al torero de Arnedo, que acertó a zafarse de un derrote en el suelo. En
las dos bazas se vio al Diego
académico y formal, encajado, perfeccionista en el dibujo de capa y muleta,
formidable en los remates de pecho, paciente. Valiente para pelear sin red en
los medios incluso cuando en los dos toros con gatos dentro tocó dar el callo
sin poder ni esconderse.
La recompensa fue el sexto toro, el que se
dejó Castaño por lesión. Un toro
grandón, casi 600 kilos, las fuerzas justas pero el fondo bondadoso para
obedecer y hasta embestir al trantrán. Con la izquierda le pegó Diego una tanda memorable. En el
platillo, muy despacito. Y luego dos tandas más bien cosidas. Hasta que se fue
el toro a tablas como al rincón los púgiles batidos en combate. La espada no
fue esta vez el talón de Aquiles de Urdiales.
Tres estocadas. La del sexto, de difícil ejecución. La del cuarto, arriesgando
como se si tratara de culminar una obra cumbre.
POSTDATA
PARA LOS ÍNTIMOS.- El sábado, Francia, Bayona, a desayunar
cruasanes de mantequilla con compota de cerezas, a catar burdeos y borgoñas, a
pasear por la ribera izquierda del Nive y a cruzar el Adour entre banderas.
Unamuno, Unamuno. Del retrato clásico de Echeverría hizo una copia adulteradilla un pintor copista llamado
Marticorena. Una copia de la copia está colgada en el Busterri junto a dos
óleos con calles creo que de Elorrio.
En el
bolsillo de la chaqueta, lleva Unamuno
unas notas. Los brazos cruzados, aspecto muy vital pese a la barba y los
cabellos canos. Cuando veía yo de joven ese retrato, Unamuno me parecía un anciano. Y ayer, que volví a verlo despacio,
caí en la cuenta de que ese del cuadro me parecía más joven que yo. La edad es
eso. En el fondo del cuadro, el Pagasarri sin penachos de nubes.
Está
Bilbao precioso. Me despedí de los plátanos de Amézola, ya están a punto de
abrirse las castañas, los días se acortan, está el Otoño cerca. Fui a los toros
en tren. El cercanía de Abando a Santurce. Olía el vagón a lejía. La primera
parada, Zabálburu. La segunda, Amézola. La tercera, San Mamés. Volveré.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Victorino
Martín, de hechuras y condición desiguales. Excelente el quinto; muy noble
el sexto; manejables primero y cuarto. Arteros y difíciles segundo y tercero.
Diego Urdiales, de turquí y oro, saludos
tras un aviso, vuelta y oreja en el que mató por cogida de Castaño. Javier Castaño,
de azulete y oro, silencio. Luis Bolívar,
de grana y oro, silencio y una oreja.
Domingo, 26 de agosto de 2012, Bilbao. 9ª y última de las
Corridas Generales. Media plaza. Soleado, templado.
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