martes, 6 de marzo de 2012

La ganadería de lidia se ha convertido en un ruinoso negocio

Es cierto que la crisis afecta a todos los sectores. Al taurino también, como muy bien reflejan las estadísticas de los espectáculos celebrados en España durante el último año. Y no es menos cierto que al sector ganadero han llegado en los últimos años demasiados nuevos aspirantes, con vocación repentinamente sobrevenida. Pero todo ello no permite concluir que haya que dar por bueno que la actividad ganadera se convierta en un ruinoso negocio, que pone en riesgo su propia supervivencia. Los ganaderos, sin duda, tendrán que hacer un esfuerzo de racionalización; pero las Administraciones públicas no debieran considerar esta actividad como algo ajeno: en juego está un patrimonio genético, agrícola y ganadero que es único.
Redacción – TAUROLOGIA.COM

Hace unos días, Luis Nieto estimaba en un documentado trabajo que el coste tan sólo en alimentación de un toro lidia oscila en la actualidad entre 3.500 y 5.000 euros, mientras que el ganadero difícilmente logra 30.000 euros por una corrida de seis ejemplares. Basta contemplar estas cifras para advertir la grave coyuntura que en la actualidad atraviesa la cabaña de bravo. Es cierto que la moda de crear nuevas ganaderías supera los límites permitidos por el mercado; la moda de algunos por adquirir notoriedad social sobre la base de este oficio, está dificultando muy seriamente la situación. Pero eso no puede ocultar una realidad que causa verdadera preocupación.

En una reciente mesa redonda organizada por la Unión de Abonados de Madrid tres ganaderos coincidían en una conclusión: "La recuperación del interés por la Fiesta pasa por la recuperación del toro", un criterio muy ampliamente compartido. Sin embargo, la realidad es que la importante disminución del número de espectáculos y el incremento acelerado de los costes fundamentales está llevando a que camadas de utreros se envíen directamente al Matadero, para poder ahorrar el coste de su crianza y ante las reducidas perspectivas de una venta posterior.

A esta realidad el ganadero, veterinario y en su día comentarista taurino Adolfo Rodríguez Montesinos añadía otro dato muy a tener en cuenta: el impacto que la actual situación de crisis está teniendo por toda la geografía española en poblaciones menores, que al menos generan dos problemas evidente, como son la morosidad de muchos ayuntamientos y el hecho comprobado de que cuando en un pueblo se suprimen los espectáculos taurinos que tradicionalmente se celebraban, difícilmente luego se van a recuperar.

Es evidente que la crisis económica ha incidido acusadamente en el número de espectáculos taurinos, que en 2011, con los 825 festejos mayores celebrados, se situó en su cota más baja desde 1992 y que tan sólo en los últimos cinco años supone una reducción de un 50%. En paralelo, de acuerdo con los datos que tiene la Unión de Criadores de Toros de Lidia, el número de machos herrados sigue una evolución muy diferente y, de hecho, en los últimos años se ha mantenido en niveles bastante similares, oscilando entre los 28.000 y los 30.000 animales.

Pero como oportunamente recuerda Luis Nieto, en la actualidad el coste de un toro desde su nacimiento hasta su lidia en la plaza como cuatreño suele oscilar entre los 3.500 y 5.000 euros. Únicamente alimentarlo durante el último año supone un gasto de unos 700 euros. Si además se tienen en cuenta, por ejemplo, los costes de explotación de la finca, los salarios de vaqueros y el combustible.  Por tanto, para una corrida de seis toros, el ganadero debería venderla muy por encima de los 30.000 euros para no perder dinero.

En la citada mesa redonda, el empresario y ganadero José Luis Lozano añadía un dato muy a tener cuenta: los ganaderos se encuentran en una situación muy difícil, en la medida que el incremento de los costes y la reducción de las ventas se producen de forma muy acelerada en el tiempo, cuando un criador tiene que decidir hoy lo que quiere que sus toros sean dentro de cinco años. Este desfase en el tiempo resulta particularmente difícil de asumir desde una ganadería.

Sin embargo, esta situación resulta un tanto contradictoria con la importancia económica que el sector taurino ha adquirido. Si nos guiamos por los datos que aporta Nieto, se calcula que mueve no menos de 2.500 millones de euros y que en su conjunto supone un 1,5% del Producto Interior Bruto (PIB).

Y en lo que se refiere a la actividad propia de la cabaña de bravo, ocupa hoy una extensión de 540.000 hectáreas, muchas de ellas con características de dehesa mediterránea, con 1.355 explotaciones, 130.000 hembras en reproducción, trabajo directo a 200.000 personas, 3,7 millones de jornadas de trabajo que mantienen a 15.000 familias.

Fernando Cuadri reconocía en declaraciones a Diario de Sevilla que “los precios de venta del toro están por debajo del coste del producto. Una corrida de media suele costar unos 20.000 euros. Pero hay que tener en cuenta que la mayoría, entre el 80% y el 85%, se lidian en plazas de pueblo y pasar ahí de 14.000 euros es muy difícil. Por otro lado, corridas y novilladas han caído a la mitad y este año se prevé entre un 20% y un 25% menos de festejos. Si nos fijamos, nosotros cobramos lo mismo que en los años 80 y eso supone una ruina. Para colmo, este año no está lloviendo. La hierba se está secando. Es casi imposible mantener la ganadería. No le veo solución".

De hecho, hoy puede afirmarse que tan sólo cinco o seis ganaderías generan beneficios razonables. Más: reconocen los propios criadores que si se está en el primer nivel, la crianza de bravo “no es un buen negocio, pero da lo necesario para comer”; los demás casos, se trabaja a pérdidas.

Frente a esta realidad, es unánime el criterio de que la ganadería de toro de lidia constituye, junto al mantenimiento de una raza singular y única, una actividad de especial importancia para la preservación del medio ambiente de cada región donde está ubicada, conservando las condiciones naturales originales sin cambiar el uso de suelo, protegiendo la vegetación y preservando la fauna silvestre existente.

Y nada digamos de la importancia crucial y el propio patrimonio  que supone el mantenimiento de las características propias de esta raza singular y de  los distintos encastes, que multiplican la riqueza genética en el caso de la ganadería brava.

En suma,  la ganadería de bravo atraviesa un momento muy delicado. Y por más que haya que dejar que jueguen libremente los factores que forman el mercado y que haya que adaptarse a los tiempos de crisis, todo ello no debiera ser obstáculo para que el sector contara con los medios necesarios para llevar a cabo un plan de reordenación y racionalización, que permita dejar a salvo una actividad que es bajo muchos puntos de vista -ganadero, agrícola, medioambiental- insustituible. Que haya eso que se denominan “nuevos ricos” que se hayan lanzado de cabeza a la aventura de entrar en este sector por razones muy diversas -casi nunca de amor a la Fiesta y al toro bravo-, no es motivo ni justificación para que desde la Administración se les deje a la deriva.

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