Dos toros de muy buena nota en el lote de Tejela, pero premio de una oreja ramplona. Brillante y animoso Curro Díaz con un templado cuarto. En apuros Alberto Aguilar.
BARQUERITO
FUE CORRIDA CINQUEÑA, astifina, hermosa y seria. Muy de Alcurrucén: un tercero negro de particular trapío, un primero colorado berrendo y careto muy bien pintado, un segundo mulato chorreado en verdugo que arrastraba las borlas del rabo por la arena; y, completando lotes, un sexto más alto de agujas y atacado que los demás –y fue el único toro de dudosa nota-, un cuarto ligeramente ensillado, negro tizón, y un quinto largo, acodado, de lindo porte. Puesta en la plaza, fue corrida bella. El tercero, tan serio, podía haber sido toro de Bilbao o de Madrid.
Salvo el quinto, no quiso capa en serio ninguno, sino que cuatro de los seis, fieles al código del encaste Núñez, se fueron de engaños al principio algo asustados. El cuarto echó las manos por delante; el sexto, que llevaba la divisa prendida en el cerviguillo y se dolía de ella, atacaba por eso a media altura y arrollando. El primero, único colorado del sexteto, se empleó en el caballo y le pegaron sin piedad. Tres puyazos. A esa cota no había llegado este año ningún toro todavía. También empujó el segundo en un severo primer puyazo. El quinto fue el más formal y el mejor picado: fino y certero a caballo Luciano Briceño. En la salida de la segunda vara se cantó el son pastueño del toro, el más sencillo de la corrida. El más claro de ver, el de mejor galope.
Había en el reparto tres toros de la célebre reata de los músicos pero no estaban abiertos en lotes distintos. En el de Curro Díaz entraron juntos un «Pianero» –el colorado molido pero no derrotado en varas, prueba de su casta- y un «Castañuelo» que se blandeó del caballo sin excusa pero sacó en la muleta nobleza y ganas. El sexto, que tan de otra manera salió, fue también músico: «Bandurrio». Ni el boyante quinto –un «Chalinito»- ni el encastado segundo –un «Relamido»- fueron de familia filarmónica. Todos, los seis, tuvieron en común, un algo o un mucho: poder, por ejemplo; fijeza a la hora de los reclamos; ninguno se fue a las tablas; con las escoceduras en banderillas se contaba de antemano; la seriedad fue general.
No fue corrida de especial fortuna. Tejela pecó de ligero con el bravo segundo: ponérsela y quitársela - la muleta- casi a la vez, y una muleta pequeña pero con más apresto que vuelo. Toreo a la espera y nunca enganchado, habilidoso pero conformista. Algún muletazo bien cortado porque era obligado. Y un final de faena por manoletinas – más o menos- celebrado con sorprendente ruido. El quinto volvió contrario de salida, y esa fue la primera señal de cómo venía de bueno. No se entonó Tejela en ningún lance, Alberto Aguilar hizo un raro quite de tres lances heteróclitos: un vuelo para echarse el capote a la espalda en el primero, una caleserina medio fallida y un recorte de regate. Y, luego, una faena de esas de pegar, si no muchos, bastantes pases, de perder pasos por la delicada mano izquierda del toro y de limitadas ambiciones. Sensación, así, de toro mal aprovechado. No todos salen así.
La codicia del primero no pudo aplacarse ni con los tres puyazos casi seguidos: fue toro muy pronto y repetidor, y no dejó a Curro Díaz acomodarse. Por alto se le revolvía el toro; por abajo no paraba de atacar. Hasta que, desfogado el toro, Curro optó por lo que los clásicos llamaban “ahogarlo”. Ponerse encima, no darle tregua, pegarle en menos de un minuto quince pases, muletazos cortos como sorbos. De gran oficio, por cierto. El estaquillador asido por el centro, montada en triángulo la muleta. Todo pasó en un palmo de la plaza. No habría hecho falta ni barrerla. Soltando el engaño, una estocada a capón atravesada. Tres descabellos.
Ese toro pareció darle a Curro confianza y el Curro del cuarto toro, que no tuvo el motor atosigante del primero, fue otro torero. Listo para pausar la faena y separar tandas con paseos circunstanciales; pinturería en muletazos encajaditos y recortados del repertorio sevillano; un risueño salero en la compostura de entradas y salidas de la cara del toro. Ahora fue faena de empezar en Lebrija y acabar en Trebujena. De recorrer mucha plaza. Una estocada notable con el estilo personal de Curro, que se vuelca en ballesta y parábola. Rara manera de matar: es su sitio.
Lidiado con técnica de capea -¿técnica?-, el tercero, que tuvo de salida grandes aires y buen galope, se empotró corrido en una primera vara, cobró sin sentido una segunda por dentro con el caballo por fuera y esparció por el ruedo una alarma exagerada. Alberto Aguilar –dos largas cambiadas de rodillas para abrir boca- llegó a soltar el capote en una arrancada antes de salir la caballería y en ese clima se vivió una faena eléctrica donde no se hizo nada a favor del toro, que imponía. Dos entradas con la espada soltando el engaño, nervios, muchos gritos.
El sexto tenía dos garfios. No descolgó, estuvo encogido pero sin dejar de arrear. Difícil. Otro eléctrico trasteo, con sus gotas de angustia. Mal trago, un aviso.
POST-DATA PARA LOS INTIMOS.- Un toro con la bayoneta calada. Otro envuelto en papel de celofán. Una corrida de las de hay que atreverse. Distinta. Público desentendido. Un par de palcos con gente beoda. No puede ser y, además, es imposible, como dijo Wittgenstein al irse de Viena sin sacudirse ni el polvo de los zapatos. El polvo nevado de Viena. Hay un torero que canta por la bajini; otro con un gallo en la garganta. Y otro con el agua al cuello... ¡y no sabe nadar!.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Alcurrucén (Pablo, Eduardo y José Luis Lozano). Corrida cinqueña muy bien presentada, astifina, en tipo y peso. Con plaza y seriedad, fue de variada condición. Dieron muy buen juego segundo, cuarto y quinto. De aire agresivo el sexto. Muy codicioso el primero. Se puso incierto un tercero muy ofensivo.
Curro Díaz, de rosa y oro, silencio y una oreja. Matías Tejela, de púrpura y oro, una oreja y saludos. Alberto Aguilar, de blanco y plata, silencio y silencio tras un aviso.
Jueves, 15 de marzo de 2012. Valencia. 6ª de Fallas. Primaveral. Un tercio de plaza.
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