RUBÉN DARÍO VILLAFRAZ
No vale la pena entrar en detalles sobre un aspecto que día a día se ve, se palpa y se avizora se repita. Ya no se respeta el hecho que embarga el traje de luces, ni mucho menos la seriedad que implica ser matador de toros.
Viene al caso el comentario ante el “chulesco” espectáculo ofrecido ayer en lo que fue la conmemoración de cuarenta de la que fue la ganadería merideña prócer, La Carbonera. El escenario no podía ser otro que la que sería su plaza de tientas, en la Hacienda El Morichal, enclavada en las cercanías al sector Mucujepe, de la ciudad de Mérida. En esta actualmente se encuentra la novel vacada de Campo Pequeño, fruto de la estratégica alianza familiar que ha hecho José Luis Rodríguez Jáuregui con un joven aficionado, el cual le han metido de lleno en este complejo lio del toro, como es Gabriel Manfredi, adinerado heredero de una de las familias más influyentes de la sociedad emeritense, quien no ha escatimado esfuerzos en realizar (o realizarles) el sueño algunos de ser ganaderos de bravo.
Hace más de tres lustros que La Carbonera, quien fuera propiedad de Don Fabio Grisolia Guillén dejo de lidiar. Su sangre Santa Coloma – Parladé fue extinguida, quedando el legado de una divisa el cual marcó durante poco más de treinta años la historia taurina de Mérida y el resto de Venezuela.
Lo censurable del hecho no viene por conmemorar tal efemérides. Lo llamativo es que para tal efecto un grupo de matadores de toros se presten vestirse de luces y pasaportar unos novillos, bajo el consentimiento de muchos a quienes por ignorancia no conocen el verdadero sentido que implica el traje de torear de luces y luego hacerlo en una plaza de tienta, símil o parodia de una corrida, donde poco menos de 1500 personas se darían citan, sin comisión taurina sería designada, ni mucho menos siguiendo los cánones de lidia establecidos para considerar si era, o una corrida de toros o un festejo mixto, un festival… en fin, vaya usted a saber.
El parte de la ficha del festejo lo dice todo. Se entregaron orejas, se lidiaron utreros por parte de matadores de toros, sin picar, salieron vestido de luces… y como no, para la foto, la salida en hombros. Más chaladuría no podía reunirse en una serie de sucesos ante la mirada atónita de los presentes.
Señores, hay que tener consideración y respeto por el toro. La finca de bravo es un santuario de solemnidad y laboratorio de un bien fundamental del toreo que es la bravura. No puede considerarse epicentro de desmadres, ante la complacencia de quienes dicen saber de toros, y poco lo demuestran con acciones como estas.
Para finalizar, aquí dejo la ficha técnica de un batiburrillo, uno de los tanto que se ven por estos días a menudo por nuestra geografía nacional.
Lleno. Plaza de Tienta Finca El Morichal. Se lidiaron astados de Campo Pequeño, chicos y desiguales de comportamiento. Destacando el lidiado en 4º lugar. Los bureles corridos en 4º y 5º lugar no fueron picados.
Paco Muñoz (mexicano): Silencio.
Leonardo Rivera (venezolano): Oreja.
Rafa Rodríguez (rejoneador venezolano): Oreja.
Rafael Orellana (venezolano): Dos orejas.
Iker Cobo (español): Silencio.
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