Javier Castaño, destacado por meritos propios en la primera de las Fallas 2012. |
BARQUERITO
Fotos: EFE
LA CORRIDA DE Adolfo Martín tuvo, sobre todas las cosas, personalidad propia, seriedad imponente, cuajo y hondura, y fue, con sus pros y sus contras, del gusto de la inmensa mayoría. Los seis toros tenían cumplidos los cinco años, y muy visiblemente. Y uno de ellos, el tercero, estaba a solo tres semanas del tope reglamentario de los seis. Fue el de mejor nota. Aleonado, acucharado, astifino y ligeramente recogido, frondosa badana cárdena, salió muy codicioso. De ataques prontos y seguros, la embestida humillada de la estirpe depurada de Saltillo.
La corrida, de condición desigual y variada, no anduvo sobrada de motor, pero este tercero fue de ritmo engrasado. Un segundo puyazo desafortunado –trasero, caído y de hacer mucha sangre- pasó factura y el toro duró menos de lo anunciado. De reata fiable y fijada, este «Madroño» dejó en el conjunto de la corrida huella y la marcó para bien. El quinto, descarado, casi cornipaso, veleto pero casi vuelto de cuerna, fue el otro toro de sello cabal. Estilo particular: el gateo encendido que no es raro en la sangre Albaserrada, viveza y entrega más que suficientes.
Fortuna del toro fue, por lo demás, caer en las manos de un Javier Castaño competente y capaz, atrevido y seguro, puestísimo, todavía más ambicioso de lo que nadie se imaginaba. El torero leonés va a ser esta temporada el nombre fuerte de los grandes carteles de aliento: va a matar a solas una de Miura en Nimes en mayo, la de Escolar en Céret en julio, la de Cuadri en abril en Sevilla y todos los huesos posibles del plato que sea. A su desenvoltura ya probada el año pasado con miuras y cuadris en compromisos de aliento, vino a sumarse esta prueba de pericia en el examen de Valencia.
No solo con el quinto toro, formidable pavo que por delante quitaba el aliento y que estuvo por verse con claridad hasta bien rota la faena; también, y con todavía más méritos de fondo, con un segundo de corrida que probó, cortó viajes, se metió por las dos manos, se revolvió y parecía llevar el hígado en la boca, como los toros amargos. No sufrió Castaño ni en una sola baza, sino que, tranquilo, firme, listo para torear sobre las piernas cuando fue preciso, supo tener en la mano al toro tan ricamente. Aunque apretó en una primera vara, el toro se aburrió y se soltó al rato, y por la mano izquierda estuvo apuntando. Le ganó la intención Castaño. Ni una broma consentía el toro.
Pero ganó la seriedad del torero, que lo vio fácil con el tremendo quinto. Un toro que acudió corrido hasta tres veces al caballo, como al relance pero desde larguísimo, que estuvo vivo como ninguno y hasta fue un punto mirón. Encajado desde el primer compás, asentadísimo, Castaño toreó ahora con distinguido relajo: calma en el toreo por las dos manos, una firmeza llamativa, muletazos al ralentí, lindos remates cambiados por alto y un sentido redondo de la medida: ni un pase de más, ni nada que no tuviera sentido. Como fue faena de arriesgar, le llegó a la gente. El eco fue más que notable. Los memoriosos recordaban al Castaño novillero que hace más de diez años aquí se hizo querer también. Torero, por tanto, generoso con el toro –y para el ganadero- pero generoso con los clientes. Un triunfo importante, crédito mayor.
Sorpresa fue ver tan arrancado y animoso a David Esteve, torero de la tierra –de Rafelbunyol, en La Huerta- que cinco años después de su alternativa en Fallas parecía desaparecido sin pistas. Como si se lo hubiera tragado la tierra. Pero estaba toreando en Perú las corridas de los pueblos de la sierra, temporada desconocida para el aficionado español pero de curtir o quemar toreros, una de las dos cosas. Y Esteve fue de la primera de las dos, porque, además de la decisión, supo valerse de recursos para templarse con el notable tercero de Adolfo, y pegarle con la izquierda muletazos muy bellos. De corazón. Sincera entrega, firmeza incluso cuando los nervios se le salían de puro querer. En distancia acortada quiso el toro menos que en el espacio preciso. El paisanaje caldeó el ambiente. Oreja bien ganada.
La suerte no acompañó a José Calvo, el otro de los toreros de la tierra encaramados al cartel que abría abono en Valencia. Un primero mirón y probón, de mal trato por la mano izquierda, correoso por la derecha, nada fácil. Tragón Calvo pero en porfía donde mandó hasta el final el toro. El cuarto lo cogió hasta tres veces pero sin herirlo. Colocado en mal sitio, donde se está a merced del toro, que fue más cobardón que otra cosa.
El sexto, muy astifino, bizco, algo carivaco, se aplomó, no llegó a descolgar y, sin embargo tuvo nobleza. No fue sencillo. Otra vez Esteve afanoso y dispuesto. Pero con eso no bastó.
POST-DATA PARA LOS ÍNTIMOS.- El difunto Joaquín Vidal llamaba Adolfito a Adolfo y, en una crónica muy tierna, el día en que Adolfo lidió por primera vez en San Isidro, hace casi veinte años, evocó los días en que Adolfito iba a los toros con pantalón corto y calcetines de caña, y jugaba en el pasillo del 8 de Las Ventas entre el tendido bajo y el alto mientras su padre, Adolfo Martín Andrés -obligadamente Adolfo a secas, o "el hermano de Victorino" despachaba a gusto con su coro de fieles oyentes. "Caray con Adolfito y cómo pasa el tiempo...!", dijo Joaquín. Caray, caray.
La corrida, sin entrar en detalles, ha sido una preciosidad. Para hacerle fotos. Y para torearla Javier Castaño, que está como lobo en celo. Así los hay en la Montaña de León, en la parte de Laciana. Javier nació junto a Cistierna, pueblo famoso por sus hojaldres, y luego la familia se estableció en Topas, provincia de Salamanca, donde el penal. Fuera del penal, se entiende, pero en Topas.
Yo nunca le había visto tan arrancado a Javier. No me ciega el paisanaje. De Cistierna no soy. Sino de la capital de la provincia, que tiene una catedral francesa con luminosas vidrieras que ciegan y hechizan. Ciudades con catedral, viejo barrio agrario, muralla romana, un gran cuartel que fue en su día hostal de peregrinos y luego cárcel, y ahora Parador, dos ríos que se funden antes de ir al Esla y una plaza de toros cubierta donde se da todo los años una corrida de ocho toros. Ocho. El Fandi mató una vez con una clavícula rota. Eso no lo ha hecho nadie nunca. Ya era de noche: el séptimo.
Mañana, Castellón. Sol de marzo, tarde fría.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Adolfo Martín, cinqueños los seis, de sobresaliente estampa y diversa condición. El tercero tuvo gran estilo, el quinto dio buen juego. El segundo, ágil y revoltoso, arreó con listeza temperamental. Probón el primero, que cortó y se metió; escarbó y reculó un cuarto sin voluntad; manejable con la cara arriba el sexto. Se aplaudió con fuerza de salida a tercero, cuarto y quinto. Y con ganas en el arrastre a los dos mejores.
José Calvo, de blanco y plata, silencio tras un aviso y silencio. Javier Castaño, de azul turquí y oro, palmas y una oreja. David Esteve, de azahar y oro, una oreja y aplausos.
Sábado, 10 de marzo de 2012. Valencia. 1ª de Fallas. Soleado, fresquito, bueno. Casi media plaza, 6.000 almas.
David Esteve, valenciano, tras cinco años ausentes de los carteles de su tierra, vuelve pisando fuerte, a inicios de temporada. |
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