miércoles, 14 de marzo de 2012

FERIA DE FALLAS EN VALENCIA – CUARTO FESTEJO DE ABONO / SEGUNDA NOVILLADA: Fiesta mayor: la Ríos, Román y tres parralejos

La segunda novillada fallera, notable espectáculo. Dos toros de vuelta al ruedo, una faena de impacto de un debutante valenciano, personalidad de la torera de Murcia.
BARQUERITO

SALIERON TRES novillos bravos y buenos de El Parralejo. Un segundo negro y abierto de cuerna pero no playero; un tercero colorado, hondo para su edad, proporcionado, bello; y un cuarto castaño de armonioso remate, con su coronita y sus riñones. Galoparon los tres y los tres se emplearon en el caballo. Al segundo, que apretó más que ninguno en la primera vara, le pegaron un infame segundo puyazo trasero, pero ni eso pudo con él. El tercero escarbó un poquito pero se entregó y repitió incansable en largos y prontos viajes por abajo; el cuarto, el de más vivo galope, tuvo también más motor que cualquiera, pero parecida calidad, la misma nobleza boyante.

Para este cuarto, embalada la cosa entonces, se pidió el indulto. En plena reclamación se puso a escarbar el toro, que se cuadró solito pidiendo la muerte. Premiaron con la vuelta al ruedo a tercero y cuarto, no fue capricho ninguna de las dos recompensas, habría sido un dislate llegarse al indulto.

Los tres novillos, con su son tan brillante, propiciaron y calentaron una fiesta en toda regla. Protagonista mayor fue el nuevo novillero del país, que se llama Román Collado y así se anunciaba antes. Ahora, Román a secas. No único protagonista, porque la murciana Conchi Ríos, que se presentaba en Valencia, confirmó sus talentos y virtudes: valor, temple, buena cabeza, torería natural que ha sabido, por ejemplo, convertir el desplante en suerte activa y no pasiva ni accidental. Tanto Román como la niña Ríos torearon con los vuelos de los engaños y, por tanto, a compás. Fernando Adrián, que traía el cartel de favorito del cartel, fue en esta baza una suerte de tercer hombre. O segundo, en realidad.

La torería de Conchi Ríos se concilia con una genuina feminidad clásica: la cinta con que se sujetaba una cola de caballo era del mismo color que la seda del terno de torear. Traje o vestido. De color lila. Lo llamativo es que Conchi no se valga de la condición de mujer. Ni el hecho de serlo resulta en su caso condicionante. Firme y paciente, le buscó las vueltas al primero de corrida, que salió descoordinado y pegó muchos tumbos tambaleantes pero acabó metido en la muleta. Estaba roto el toro, que llegó a descarrilar y volcar, y estuvo a punto de recomponerlo la Ríos –el “la” de las divas y ¡qué menos…!-, que tiene en la mano izquierda poder. Habilidad, además, para torear a toro tapado y ligar en tirabuzón.

Así que fue evidente la sensación de superioridad: seguridad para acoplarse con el toro, que no le habría consentido esconderse, inteligencia para hallar el terreno y el sitio –las dos cosas- y listeza para armar una faena bien planteada. Despampanantes, soberbios, mandones y oportunos, los desplantes fueron tan joya del trabajo como algunos naturales a cámara lenta y puro descaro. La espada entró a la segunda intentona. Una estocada, la del cuarto toro, cobrada con el corazón. Y el brazo por delante. De modo que la aventura sigue por su paso.

Lo difícil para Conchi fue sobreponerse al ambiente que en el tercer toro se había creado en torno al Román de la tierra y debutante en Valencia capital. Un torero nuevo de la Escola de Tauromaquia de la Diputación, pero sin aire escolástico sino anárquico, de novillero de vieja escuela –que no significa propiamente escuela, sino intuición- , dotado de especial talento para manejar la tela del engaño: muleta ligera y mínima, que en manos de este torero desconocido parecía tener imán con la embestida más codiciosa que torrencial del noble tercer jandilla de El Parralejo. El novillo estaba para Román y viceversa.

Feliz encuentro. A suerte descargada o pierna escondida a veces, más de perfil que dando el medio pecho, Román toreó por abajo con caro ajuste y con ritmo impensado en un novel. Rugió la gente. Los que estuvieran en el secreto y los del todo sorprendidos. A pies juntos, toreo de alegría. Muletazos rumbosos de la firma, ricos remates por alto. Una estocada de las de soltar el engaño pero también dejarse matar: el pitón en la ingle pero ileso Román. Una oreja, casi dos. Un  lío. A lo Gran Hermano, Román apalabró con Simón Casas un  apoderamiento mientras se arrastraba el toro ante las cámaras del Canal Digital +, que retransmitía en directo la corrida.

Lo demás fue de otro nivel. Adrián es torero en agraz y tiene pinta de que va andar sobrado, pero está más cómodo al hilo del pitón y hasta fuera de cacho que pisando terrenos de compromiso. Muy encima unas veces, por fuera otras, muletazos espléndidos de factura. Se siente protegido en el toreo cambiado. Le cuesta el natural. Por eso se fue con las orejas a casa el segundo novillo.

El quinto, de mucha más movilidad que fijeza, metía en serio la cara cuando la metía. Brava la porfía de Adrián, que se iba de la tarde sin el aura de los otros dos de terna. Román estrenó en el sexto apoderados de campanillas, pero se puso por medio el novillo que aguó la fiesta y lo desarmó las veces precisas para hacer de la faena un trabajo forzado, sin reposo pero con ajuste. Nada que ver con la primera llamarada.

FICHA DEL FESTEJO
Seis novillos de El Parralejo (Rafael Molina), de espléndidas hechuras. Todos, salvo el sexto, cumplieron con fijeza en el caballo. Segundo, tercero y cuarto, muy completos. Vuelta al ruedo para estos dos últimos. Salió descoordinado un primero de buena condición. Se movió un quinto que se distrajo y soltó como los toros corridos en el campo. El sexto protestó por todo.
Conchi Ríos, de lila y oro, palmas y oreja tras un aviso. Fernando Adrián, de verde manzana y oro, vuelta tras un aviso y vuelta. Román Collado “Román”, de rosa y oro, oreja tras un aviso y vuelta.
Bregó con torería Manolo Peña.
Martes, 13 de marzo de 2012. Valencia. 4ª de Fallas. Primaveral. Luz eléctrica de cegadora intensidad en los dos últimos toros. 4.000 almas.
 

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