FERNANDO
FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman
Entre fríos, lluvias y nieblas, camina enero, que
aquí en España es el mes que tiene al mundo de los toros metido en la nevera.
Asomas la gaita por encima de la chalina que mediotapa la nariz para olisquear noticias y te quedas in albis.
Nadie sabe nada, todo está en proyecto. El periodismo de toros se las ve y se
las desea para encontrar algo de interés que llevarse a la boca de su portal de la Red, emisora de radio,
pantalla de televisión o sección en prensa escrita.
Enero es el mes de la incertidumbre para la
información taurina, desde luego, pero también es un generador infatigable de
expectativas, esperanzas e ilusiones para quienes hacen visera con la palma de
la mano y visaje con las pestañas para ver si ve algo. Y no se ve nada. Son los
que están a la expectativa de un impreciso o borroso futuro y los que han
empeñado su palabra en aclararlo, en su calidad de hábiles e influyentes
gestores, en este último caso, los receptores de una inconcreta promesa que,
lejos de alimentar esperanzas mantiene la brumosidad: “no te preocupes, a ver
si encuentro un hueco, ya hablaremos”. Esta es la frase habitual del inquirido
hacia el inquiridor, normalmente el empresario de alto bordo y el nuevo
apoderado respectivamente; aquél, enfrascado en el enredo de atar a las figuras
para consolidar el núcleo de sus carteles, y éste en la tarea de cumplir su
promesa –por demás quimérica, generalmente–, de instalar a su poderdante en el
puesto que merece, es decir, de
encontrar “un puesto donde ponerle”, que es cacofonía sintáctica de uso
habitual entre la gente de coleta (postiza) y aledaños. No se trata de un
puesto en el mercadillo, sino en el de la “milla de oro” del Manhattan taurino
español.