En su alternativa en la Plaza de Acho en
Lima
Momentos y destellos los dejados por Colombo en tarde de emotivo contexto el día de su doctorado. Foto: EFE |
RUBÉN DARÍO
VILLAFRAZ
@rubenvillafraz
Pocas opciones al lucimiento y ganas de triunfo
las que pecharon en suerte en el día más esperado para el joven matador de
toros venezolano Jesús Enrique Colombo este domingo en el marco de la cuarta
corrida de la Feria del Señor de los Milagros en Lima, donde tomaba
alternativa. El triunfador de la función anodina por culpa de los dispares
toros españoles de El Puerto de San Lorenzo fue el galo Sebastián Castella,
quien cortaría las únicas dos orejas del festejo, frente a una lidia variada,
coronada con la espada, para al final pasear entre dispares criterios las
“peludas” por el redondel de Acho.
Casi tres cuartos de plaza, en tarde de gran
ambiente, por lo que representaba el primer espada venezolano en la gran plaza
peruana, una de las más importantes y de solera del planeta taurino. Así lo
dejo ver en el que abrió plaza «Chicharro», de 485 kg, negro mulato, el cual
saludó con facilidad en capa y luego clavó con soberbia cuatro pares de
rehiletes, ante la acusada tendencia a querencias, como fue la constante del astado
en la muleta. Con la pañosa, previo brindis a su padre, al que invito al ruedo,
Colombo hizo el esfuerzo en exprimir e imprimir emoción a la deslavazada
embestida de la res en la que destacó sobre la mano diestra, dejándole el
engaño en la cara para no permitirle ventana a la huida. Los tres cuartos de
espada valieron para una cerrada ovación de los asistentes.
El que cerró plaza, más armónico y en tipo lució
en trapío. Sabrosas fueron las verónicas de recibo para luego nuevamente
lucirse con los garapullos, tras medido castigo en varas. De rodillas inició
trasteo, para luego ceñirse sobre la diestra labor más de mérito que
lucimiento, ante el corto recorrido del burel. Las luquesinas de remate dieron
colofón tras varios intentos con el acero de cruceta, para recibir tibias
palmas.
Castella cortó par de orejas del cuarto de la
tarde, donde hizo gala de su impávido valor y sobre todo emotividad para lucir
al noble ejemplar, el más destacado del envío salmantino. Su primero, de
escurrido trapío fue protestado desde su salida de toriles por los exigentes
aficionados limeños, que bien pudiera ser ejemplo para otras en este tipo de
circunstancias, no ofreciéndole importancia a lo escasamente expuesto por el
mencionado coleta de Beziers.
No tuvo muchas opciones tampoco el jerezano Ginés Marín,
ante par de ejemplares que no le dejaron estar a gusto, por lo que sin mucho
eco pasó por Lima. En ambos astados fue silenciado.
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