sábado, 4 de noviembre de 2017

LEER UNA NOTICIA - El día de la raza

CARLOS RUIZ VILLASUSO

Imagino el 12-D en México y siento el orgullo de una raza: la de la Tauromaquia. No estamos asistiendo a las sobras del pastel de boda que se ofrece a los hospicios y a los huérfanos. No asistimos a los dos términos que más denigran al ser humano: la caridad y la piedad. Asistiremos a un darlo todo por el pueblo, a la escenificación ante más de 50.000 personas de que somos hombres y mujeres de este mundo que sabemos darlo todo, no somos dados a dar lo que nos sobra en pachangas benéficas de viejas glorias al pie de una Navidad con balón. Lo vamos a dar todo, la empresa, los toreros (sería tarde/noche de cuchillos entre mexicanos y españoles, entre españoles y entre mexicanos, porque todos se tienen ganas…), espero que ganaderos también. Y el pueblo.

Somos el pueblo en su máxima expresión. Y si ahora padecemos el mercantilismo de urgencia de una fiesta en precario, hemos de regresar a ser el pueblo, los héroes del pueblo, los protectores de las desgracias del pueblo, hombres y mujeres adeptos al ser humano, al hermano, al amigo, a la gente. Hay algo de honor intacto entre nosotros. Porque hay cosas que el viento no arrastra del todo aun en medio de huracanes de crisis. Porque hay fuegos que aún la lluvia no alcanza a matar su último rescoldo. Nos olvidan, pero soplamos suave entre las cenizas y resurge nuestra hoguera olvidada.

Somos y hemos de ser el pueblo, el pueblo que acogió a la Tauromaquia cuando los nobles españoles afrancesados la abandonaron por gustos versallescos. El pueblo somos, el que llenó plazas en las arengas de todos los intelectuales cultos y de bien de este país y de todos los países de toros. Ahí nos toca reconocer, en medio del pueblo, que hemos abandonado al pueblo con precios desorbitados. Y que con ellos cerramos las puertas a los hijos y nietos y bisnietos que hicieron grande a Manolete, a El Cordobés, al primer Armillita, al primer Silveti. El pueblo.

En ese embudo de Insurgentes, un gigante desde cuya última fila apenas se alcanza a ver el minúsculo juego entre el toro y el hombre, desde cuya última fila no se sabe quién ni qué ni dónde, sino que se sabe qué es, el pueblo ruge, corea a compás los sonidos de sus emociones. Pueblo que no va con su tribu a la espera de una victoria, incluso de penalti injusto, pueblo que no va a alentar a sus figuras que han defraudado a la Hacienda de la nación, pueblo que miran toros de ganaderos que han invertido en más toros y su tierra y no la esterilidad de Panamá, Suiza, Andorra o las Bahamas. Los ganaderos, piensen, son tierra que genera tierra en su Tierra. Eso es ser pueblo.

Somos el pueblo que no es comprendido por el pueblo. Esa es la cuestión. Pueblo desafectuosamente narrado para el pueblo. Pueblo mal contado, mal tratado, malversado por quienes no desean que exista el pueblo. Porque un pueblo, una raza de pueblos, es el mejor de los muros de contención contra las corrupciones, los despropósitos, los abusos y excesos, las democracias falsas y, sobre todo, el mejor antídoto para los males que tiene la globalidad. Que usada para hacer avanzar a los pueblos es buena, y es el maligno cada vez que se usa para el desarraigo y la incultura.

Hemos de regresar a ser pueblo. Todos hemos de pensar en esas gentes, en nuestra raza, deseosas de que el ganadero siga invirtiendo tierra en su Tierra, de que el torero siga mostrando las virtudes del ser humano, de que los públicos se emocionen dentro de la tolerancia de un sentimiento cultural sin fronteras. El 12-D es el día de la raza, será nuestro día de la raza al ayudar con todo lo que tenemos, que es la solidaridad, a un pueblo quebrado por la naturaleza de los terremotos. Un terremoto acude a ser solidario con otro. El de la Tauromaquia. Viva el toreo. Viva su pueblo. Vivan sus reyes y sus repúblicas y sus religiones y sus ideologías particulares y sus sentimientos individuales, que todos caben en una misma plaza. Y viva México. / Redacción APLAUSOS

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